
Sara Aldrete fue una de las últimas personas que vio con vida a Adolfo de Jesús Constanzo, un hombre de nacionalidad cubano-estadounidense que en la década de los ochenta fue señalado como el cabecilla de un cártel criminal dedicado al narcotráfico y al satanismo, que fue conocido como los narcosatánicos.
Una de las características de la banda, que operaba en el estado de Tamaulipas, en la frontera entre México y Estados Unidos, era que presuntamente mataban a sus víctimas para cortarlas en pedazos y usar su sangre y algunas partes en rituales afroamericanos.
Constanzo, identificado como “El Padrino” murió asesinado por uno de sus seguidores en medio de un tiroteo con la policía. Pero Sara, a quien se le identificó como “La Sacerdotisa” y pareja de Constanzo, fue detenida por las autoridades y sentenciada inicialmente a 600 años de prisión que se redujeron a cincuenta.
La de los narcosatánicos es una historia recurrente en el calendario del crimen en el país ya sea por el negro recuerdo de la banda, la publicación del libro o entrevistas de Sara, quien después de 31 años en la cárcel pidió ser liberada bajo una solicitud de medida de seguridad no privativa de libertad, que le permita sustituir los 19 años que le restan por su condena de delitos contra la salud y homicidios.

Sara es la única de los integrantes de la banda detenidos que sigue viva, ya que todos fallecieron en prisión. Siempre ha sostenido que aunque conocía a Constanzo, no formaba parte de la organización y que ella fue encontrada en el departamento de la colonia Roma después de un espectacular tiroteo porque había sido secuestrada por “El Padrino”.
En su libro “Me dicen la narcosatánica”, Sara Aldrete narró los últimos momentos en los que vio a Constanzo con vida. Afirmó que la mantenía secuestrada en un clóset del departamento, y en esos últimos minutos previos al tiroteo tuvo un diálogo con él.
“Entró Adolfo y se sentó en el sillón. Me observó por un largo rato:
—Oye, flaca, ¿y si me muero? Tú qué harías si me muero, ¿eh?
Si se muere. No. Él no se va a morir. ¿Qué voy a hacer si se muere? Tal vez sea mejor para todos. No, ¿qué hago? No conozco a nadie. Nadie me va a querer ya en mi casa. Estoy sola. Como si oyera mis pensamientos me contestó:
—No pienso dejarme morir. O mejor, escucha, esto suena mejor: no te vas a deshacer de mí jamás. ¿O qué te digo?
Sólo lo miré.
—Si me muero, ¿llorarías por mí? ¿Te dolería verme muerto? ¿O saberme torturado, golpeado y hasta cogido? ¿Qué te gustaría más para mí? ¿O para ti? Dime, flaca, dime —y se reía—. Tal vez, la que se vaya antes seas tú. Mírate. Qué mal te ves. Lo mejor sería que yo los matara. Y nos fuéramos de este mundo a disfrutar el estar juntos. ¿O qué opinas, flaca? Anda, dime. Yo pienso que no los debo dejar solos.”, señala en la página 134 de su libro.

Las palabras que después le dijo Constanzo fueron proféticas “si te quedas viva, te van a destrozar”. Y es que como lo ha narrado Sara en distintas entrevistas y en el mismo libro, después de ser detenida fue víctima de torturas, violaciones múltilples que la provocaron el desprendimiento de la matriz y la dejaron estéril. Durante días era abandonada desnuda en un calabozo y para que sus heridas sanaran más rápido y poderla seguir torturando, trataban de cerrarlas con un soplete.
Sara recuerda que previo a su muerte, Constanzo trató de convencerla para que huyera con él y buscaran un cirujano plástico que les cambiara el rostro.
Sin embargo, “El Padrino” no pudo cumplir con su objetivo, ya que el 6 de mayo de 1989 murió, presuntamente por uno de sus seguidores llamado Álvaro Darío de León, a quien convenció de dispararle con la promesa de que se harían invisibles a la policía, con la que en ese momento sostenían un enfrentamiento.
“De manera extraoficial en la PJF (Policía Judicial Federal) existe la versión de que sus colegas de la Judicial capitalina que intervinieron en el sonado caso, fueron quienes liquidaron a Constanzo y posteriormente hicieron que se responsabilizara del asesinato a Álvaro Darío de León”, señaló el libro de Sara en una acotación.
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