Cruzó el Sahara, llegó a Europa en bote y durmió en las calles de París: la dura historia de Francis Ngannou, el campeón de los pesos pesados de la UFC

Sonó desde niño dejar su natal Camerún para ser boxeador. Sin embargo, al llegar a Francia a los 27 años se convirtió en luchador de artes marciales mixtas. En poco tiempo, y sin nada experiencia, demostró un talento y una fuerza que impresionó a sus entrenadores

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Francis Ngannou lanza una patada a Stipe Miocic en la pelea de los pesados de la UFC celebrada el pasado 28 de marzo en Las Vegas, Nevada. Mandatory Credit: Jeff Bottari/Handout Photo via USA TODAY Sports
Francis Ngannou lanza una patada a Stipe Miocic en la pelea de los pesados de la UFC celebrada el pasado 28 de marzo en Las Vegas, Nevada. Mandatory Credit: Jeff Bottari/Handout Photo via USA TODAY Sports

En su natal Camerún, Francis Ngannou no se imaginaba otra cosa que ser boxeador. Cuando les contaba a amigos y familiares a lo que se quería dedicar, se burlaban de él, se reían, le decían loco. Si nadie en el pequeño pueblo africano de donde es oriundo había visto un ring de boxeo, cómo él podía tener ese sueño. Para sorpresa de todos, unos años después, luego de un viaje infernal en el que cruzó parte de África para llegar Europa y de dormir en las calles de París, se convirtió en el campeón de los pesos pesados de la UFC (Ultimate Fighting Championship). El poder de su trompada se hizo conocido en el mundo de la lucha.

Antes de alcanzar la gloria, Ngannou parecía destinado a una vida de pobreza y penurias. A los 10 años empezó a trabajar en una mina de arena para así poder ayudar en casa y tener algo de dinero en el bolsillo. No había otra opción, esa era su vida, esa era su realidad.

Tuve que trabajar para contribuir en casa y así poder comprar comida y también para poder ir al colegio. Había que hacerlo, a pesar de que ese trabajo estaba destinado a adultos”, dijo en una conversación en el podcast de Joe Rogan.

No sabía cómo ni de qué forma, pero Ngannou tenía claro que quería dejar su país. Desde niño tenía esa meta pero todo era cuesta arriba. Incluso en su pueblo donde la mayoría eran pobres, su situación era peor a la de todos. Al colegio, al cual para llegar tenía que caminar varios kilómetros, se llevaba el desayuno de casa que luego comía a la hora del almuerzo para así poder soportar el largo horario escolar.

“Cuando empecé la escuela la mayor parte del tiempo no tenía un bolígrafo para tomar notas o un cuaderno para escribir. A veces iba sin zapatos; mi uniforme estaba todo roto y me frustraba mirar a mi alrededor y ver a otros niños luciendo bien”, dijo.

Sin un gimnasio ni un lugar para entrenar en su pueblo, el duro trabajo en las minas de arena moldaron su cuerpo, lo hicieron musculoso y fuerte. A los 22 años vendió una moto con la cual trabajaba para comprar equipos de entrenamiento de boxeo y se mudó a una ciudad cercana donde podía entrenar. Su familia pensó que estaba loco, pero él estaba obstinado en su sueño.

Además, el boxeo fue para Ngannou una forma de canalizar traumas de su niñez, de algunas cosas con las que cargaba y que quería sacar.

Francis Ngannou en la mina de arena en Camerún donde trabajó cuando era niño (Foto Instagram)
Francis Ngannou en la mina de arena en Camerún donde trabajó cuando era niño (Foto Instagram)

“Mi padre era un hombre violento. A menudo nos pegaba a nosotros, a mi madre, a mis hermanos y a mí. Cuando bromeaba con mis amigos, la gente decía de mí: ‘es violento como su padre’. Rápidamente me di cuenta de una cosa: no quería volverme como él“, dijo. “Mi padre, ‘ese tipo’ que nunca hizo nada por nosotros, al final del día fue un modelo a seguir para mí. Comprendí a través de él lo que no quería ser. Es una locura cómo funciona la vida”.

A los 25 años, después de ahorrar dinero, decidió irse de Camerún. El plan lo mantuvo en secreto, a la única persona a quien le contó fue a su hermana, ya que necesitaba a alguien que lo ayudara por si las cosas en su viaje salían mal.

“Antes de irme de Camerún fui a ver a mi mamá. Me quedé con ella unas tres semanas. Ella no sabía por qué me quedé tan tiempo, quizá podría ser la última vez que nos viéramos“, dijo Ngannou.

Cuando salió de Camerún no sabía con exactitud hacia dónde se dirigía, solo sabía que quería ir hacia el norte, salir de África. Y cuando cruzó la frontera se enfrentó a la dura realidad de los migrantes. Tuvo que aprender rápido lo necesario para sobrevivir en el camino, había que estar muy atento para no caer en manos de criminales, para que no robaran lo poco que traía en encima.

“Cuando muchas personas abandonan su país, no saben lo que buscan. Es difícil porque no sabes exactamente hacia dónde te diriges. Estás caminando en la oscuridad absoluta“, dijo Ngannou.

Llegar a Marruecos, desde donde emprendería su viaje final a Europa, le tomó casi un año. Para llegar al país del norte de África, le tocó cruzar distintos países (Niger, Algeria), dormir en bosques, o donde fuere que lo sorprendiera la noche, y comer lo que encontrara y lo que pudiera, incluso si la comida estaba entre la basura. Para evitar que le robaran (a su hermana le había dejado el resto de la plata, y si necesitaba ella le realizaba giros), guardaba el dinero en una bolsas de plástico que se tragaba. Luego, para recuperarlo, tenía que defecar y buscarlo entre sus excrementos.

El viaje lo ponía a prueba, no podía bajar los brazos, en cada paso tenía que sortear obstáculos, y cuando lo hacía y pensaba que ya todo sería más fácil, aparecía una nueva dificultad. Así ocurrió cuando cruzó el desierto del Sahara en una camioneta pickup que iba con sobrecupo. Decenas de personas estaban en la parte de atrás del vehículo, a la intemperie, aferrados a lo que podían, mientras cruzaban el desierto a más de 100 kilómetros por hora. Si uno de los ocupantes se caía en la arena, ahí quedaba en la mitad de la nada, porque la camioneta estaba autorizada a no parar y socorrer a la persona.

Francis Ngannou entrenando en un gimnasio (Foto Instagram)
Francis Ngannou entrenando en un gimnasio (Foto Instagram)

A Ngannou, junto con decenas de personas más, el vehículo los dejó en la mitad del desierto; les señalaron un lugar y tuvieron que caminar varios kilómetros, bajo un sol abrazante, para llegar a su destino. El agua que traía encima ya se le había acabado, nunca en su vida había sentido tanta sed. Casi al final del camino, encontró un pequeño pozo de agua, la cual estaba turbia y con animales muertos. No le importó, metió su cara como su fuera pura y fresca, tomó de ella y aprovechó y llenó una botella vacía que cargaba.

Ahora en Marruecos —lugar que describió como el infierno de los migrantes africanos— comenzaría un nuevo y durísimo capítulo en su viaje a Europa. Durante muchos días estudió la frontera con Melilla, una pequeña ciudad autónoma española enclavaba en la costa africana que está protegida por altas vallas con alambres de púas y con fuerzas fronterizas armadas que patrullan de un lado a otro. Veía los movimientos de los agentes, tantos los españoles como los marroquíes, y a qué horas cambiaban de turno. La intención era pasar la cerca y cruzar el mar en un pequeño bote inflable.

En uno de sus primeros intento, Ngannou se cortó todo el cuerpo con el filoso alambre de púas. Asustado de que la policía marroquí lo agarrara y lo moliera a golpes, ya que algunos migrantes han muerto en manos de las fuerzas de seguridad, ensangrentado y mal herido se refugió en un bosque donde tenía un pequeño rancho improvisado donde dormía. La múltiples cicatrices en su cuerpo le recuerdan hoy ese intento fallido.

El alambre de púas de Melilla, nunca lo olvidaré. Tengo cicatrices por todas partes: en las costillas, en las piernas, en los pies”, dijo.

Una escena se repitió varias veces: la policía marroquí lo agarraba a él y a los otros migrantes con quienes pretendía cruzar la frontera y los llevaban hasta el desierto, una estrategia destinada a que se cansaran y desistieran en su meta de ir a Europa. Sin embargo, Ngannou tenía su misión clara y cada vez que lo dejaban en la mitad de la nada caminaba durante decenas de kilómetros y se volvía a refugiar en el bosque. En total estuvo 14 meses en Marruecos sobreviviendo como podía, cazando cualquier animal para poder comer o buscando sobras en la basura; escondiéndose de la policía, viviendo en las sombras.

“Iba al mercado por la noche para buscar comida en la basura. A veces, te peleabas con una rata: ‘aléjate de este tomate, es mío, este tomate podrido es mío, no tuyo’“, dijo.

Francis Ngannou come en un local en su pueblo en Camerún (Foto Instagram)
Francis Ngannou come en un local en su pueblo en Camerún (Foto Instagram)

En uno de sus último intentos, luego de sortear las vallas y a las patrullas fronterizas, ingresó a las aguas del mar Mediterráneo y se puso al comando de la pequeña embarcación en la que estaban sus otros compañeros. Les pedía que remaran, ya habían avanzado un buen trecho y pensó que por fin podrían cruzar a Europa. Sin embargo, un bote de la marina española los descubrió. Era la sexta vez que fallaban.

Solo en los primeros meses de 2021, al menos 1.146 personas murieron intentando llegar a Europa por mar, según un nuevo informe publicado por la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). Y de 2014 a la fecha, más de 20.000 migrantes murieron en las aguas del Mediterráneo. Esta es una de las mayores tragedias contemporáneas.

Ngannou contó suerte y para él la séptima fue la vencida, el camerunés y sus compañeros migrantes llegaron a las costas de la ciudad española de Tarifa, pero allí fueron arrestados por las autoridades y permanecieron dos meses en la cárcel. No obstante, dada la falta de acuerdos de repatriación entre España y Camerún, fue liberado. Ya en libertad, decidió tomar un autobús con destino a Francia.

Tenía la esperanza de ir a Alemania o Inglaterra porque el boxeo está mejor establecido en esos lugares que en Francia, pero terminé allí”, contó al portal Infomigrants.

Al llegar a Francia su único objetivo era encontrar un gimnasio de boxeo. Con eso en mente y luego de vagar muchos días de un lado a otro y de dormir en las calles, una organización que ayuda a los migrantes lo vio y le ofreció comida, pero en vez de recibir el alimento le preguntó si tenían un trabajo para él. Cuando llegó al lugar donde trabajaría su sorpresa fue mayúscula: al lado había un gimnasio de entrenamiento para luchadores.

Francis Ngannou muestra el cinturón de campeón de la UFC en Camerún (Foto Instagram)
Francis Ngannou muestra el cinturón de campeón de la UFC en Camerún (Foto Instagram)

La suerte, después de tanto esfuerzos y momentos de difíciles, por fin le sonreía. El gimnasio que estaba al lado de la fundación que ayudaba a los migrantes era el MMA Factory, meca de las artes marciales mixtas en Francia. Su director, Fernand López, un ex luchador oriundo también de Camerún, recordó que Ngannou no tenía cómo pagar para entrenar, pero su seguridad y su desempeño hicieron que el dinero no fuera un problema.

“Pensé que era hablador como los demás. Luego lo vi pelear y quedé impresionado”, dijo López.

Al ver su fuerza y talento, López lo apadrinó y comenzó a entrenarlo gratis. También lo inscribió en clases de inglés. Ngannou era inteligente y quería prepararse de la mejor forma. Rápidamente, organizaron peleas para ver su potencial en el octágono, pero al no tener una situación legal clara las primeras luchas solo pudieron organizarse en Francia.

Su éxito fue instantáneo, con sus golpes se abrió paso y solucionó su situación legal. En 2015, dos años después de su debut, firmó un contrato con UFC, la liga de MMA más importante del mundo.

“La primera vez, gané 2.000 euros por dos peleas”, recordó el luchador. En su segundo año, ya ganaba cerca de 100.000 dólares. En enero de 2018, recibió unos 400.000 dólares en su derrota ante el ex campeón mundial Stipe Miocic.

Tres año más tarde, el 28 de marzo de 2021, Ngannou tuvo su revancha contra el estadounidense Miocic, a quien noqueó en el segundo asalto de la pelea estelar del UFC260 en Las Vegas (EEUU) y se proclamó así campeón del peso pesado de la UFC.

De esta forma, El Depredador, como le llaman, se convirtió en el primer campeón africano de la historia del peso pesado de la UFC y en el tercer monarca del continente, en activo, tras los nigerianos Kamaru Usman e Israel Adesanya. Su camino hasta la cima

Francis Ngannou luce el cinturón de campeón de la UFC (Foto Instagram)
Francis Ngannou luce el cinturón de campeón de la UFC (Foto Instagram)

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