Lucía Maman: “Lo diferente me resulta fascinante e increíblemente bello”

¿Qué será de la vida y de la especie humana si se suprime la “anomalía”? Esta es la pregunta que se esconde detrás de las pinturas de la joven artista argentina, que a través de sus obras indaga sobre la diversidad humana y la potencial discriminación

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Creció entre obras de arte y de ahí surgió naturalmente, dice, su inclinación hacia la pintura y la búsqueda de un lenguaje propio. Lucía Maman es hija del galerista argentino Daniel Maman y pinta desde la adolescencia. Hoy trabaja con intensidad en piezas, algunas de gran formato, en donde lo que destaca es la mirada sobre lo diferente. Niños y niñas con anomalías genéticas, estampas de la otredad y también sonrisas familiares en retratos que pasaron de la foto al cuadro o del documento a cuadro y que pueden verse en el nuevo espacio de exposición de obra que tiene Maman Fine Arts en Miami, además de la ya tradicional galería de Wynwood.

Se trata de un warehouse de 750 m2 ubicado en Allapattah, el nuevo distrito del arte de la ciudad y es en ese galpón enorme que la obra de Lucía comparte espacio con unas 500 obras nunca vistas ni expuestas en Argentina de los grandes artistas cinéticos Martha Boto y Gregorio Vardánega, producidas entre los años 50 a los 80 y que llegaron desde Francia, luego de que el marchand se las comprara a una sobrina, heredera de los artistas.

Lucía, entonces, trabaja allí, en el gran depósito, a pocos metros del flamante y notable museo Rubell. La charla con Infobae Cultura arrancó allí mismo en diciembre, durante la semana de Art Basel, y se continuó por mail y por audios de whatsapp, en un ida y vuelta que aquí se reproduce. “Lo primero que pinté fue una foto de mi hermano cuando era chico pateando una pelota, de esas de plástico, grande y multicolor. Fue alrededor de los 17 años, en el taller de pintura de Juan Doffo. El porqué tuvo mucho que ver con el ambiente familiar. Desde que tengo uso de memoria estuve rodeada de pinturas y sentí curiosidad de aprender”.

-¿Y cuándo comenzaste a sentirte artista? ¿Cuándo te diste cuenta de que ibas a dedicarte a esto?

-Me di cuenta que iba a dedicarme a esto desde ese primer día en el taller de Juan. Pero sentirme artista fue un proceso que tomó años y que se terminó de completar una vez que dejé de cuestionarme la práctica. Tuve varios desencuentros con la pintura, sobre todo al principio.

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-¿Qué clase de desencuentros?

-Diferentes. Al principio, como soy autodidacta tuve muchos problemas con la técnica; pensaba que nunca me iba a salir pintar “bien”, tampoco me gustaba lo que hacía. Me costaba mucho dar con una imagen y con la técnica a la vez. Era todo experimental y yo tenía muchas ansias de que el resultado final fuera el esperado y no lo era. Y también me pasaba que no le encontraba el sentido a la pintura o que, cuando lo encontraba, a la semana se caía y entonces no le encontraba sentido a ser artista o al hecho de pintar. Fueron muchas crisis en distintos niveles, que por muchos años no hicieron de esto para mí un camino 100% disfrutable, como lo es ahora. No le encontraba sentido que me convenciera del todo para seguir en ese camino, siempre entraba en crisis. Ahora no tengo dudas, disfruto del proceso, disfruto del final, pero me costó bastante ser feliz y disfrutar de la profesión. Y sobre todo del sentido. Si lograba tener un concepto con los proyectos o tener un proyecto con una serie definida… se agotaban muy rápido.

Al principio tuve una serie que era una serie de prostitutas, que fue coherente y me hizo sentir bien; estaba en una línea, me gustaba estéticamente y en términos de técnica, pero después de ese primer año empezó el caos. Me preguntaba ¿qué estoy haciendo, por qué estoy pintando?; empecé a buscar más técnica, mejor pintura, me di cuenta de que no sabía un montón de cosas. Después me fui olvidando y me di cuenta de que la técnica o querer pintar como Goya, por así decirlo, se aprende con el tiempo. Y que tampoco es necesario pintar como Goya o los grandes artistas.

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-¿Cómo y cuándo surgió la idea de trasladar “casos” al arte? ¿Por qué?

-Me interesan los “casos” porque encuentro que es en ellos donde más se extrapola la diferencia. Trabajo con temáticas de la otredad, puntualmente con anomalías genéticas dentro de la especie humana. En estas imágenes, que obtengo de archivos médicos, el sujeto se vuelve objeto de investigación, pierde identidad. Se convierte en un mero elemento informativo que expone su patología en pos de ser clasificado o de ayudar a establecer una clasificación. Esta acción de anteponer lo patológico a lo humano es una metodología que escuda pensamientos o acciones discriminatorias tras fundamentos biologicistas. Pero, estas anomalías, que aparecen registradas en los casos, no son enfermedades ni defectos, sino condiciones. Y los “sujetos” que las portan no son enfermos ni incapacitados, sino identidades bioneurodivergentes o identidades con distintas configuraciones del cuerpo y de la mente que se alejan del estado corporal y mental delimitado por restricciones normativas. Pero por más que se busque “patologizarlo”, hay identidad en lo anómalo. Trabajo con estas nociones de diferencia por la potencialidad subversiva que entrañan al alejarse de la norma, y porque creo que son importantes a la hora de desarmar conceptos establecidos como el de capacitismo, y todos aquellos relativos a la discriminación. Y principalmente, porque lo diferente me resulta fascinante e increíblemente bello y porque creo que la sociedad es responsable de lograr igualdad de género, igualdad racial, y también igualdad genética.

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-¿Cómo es el proceso de trasladar al lienzo lo que ves en las fotos de los casos? ¿Te pasa de quedarte tildada, enganchada con algunos de los sujetos de tus cuadros?

-Mi obra se desarrolla entre la pintura, el dibujo y la instalación. Trabajo con imágenes que saco de libros, archivos de medicina o de internet. Con respecto al proceso pictórico puedo identificar dos maneras en mi proceder que se repiten. Una es la de seguir hasta al final, o más que hasta el final, hasta el fondo. En ese proceso, pierdo y vuelvo a encontrar la imagen múltiples veces, hasta que en algún punto el grado de saturación formal es tal que trabajo para darle un cierre. A veces, para sacar el exceso, rompo las capas de pintura con lija o espátula, dejando expuesto en ciertos lugares parte del estadio inicial, como si la pintura se hubiera descascarado por el paso del tiempo o por algún incidente fortuito. Me gusta el diálogo entre la pintura desnuda y ciertas áreas de concentración de la materia. La otra manera es la de lo incompleto. A veces la imagen queda lavada, “sin terminar”, porque hay algo de esa “incompletitud” que funciona o ya habla.

Me pasa de quedarme fijada, pero no con el sujeto, ni con su historia particular, sino más bien con la pintura en sí. Suelo quedarme pensando en cómo retomarla al día siguiente, en lo que le falta o le sobra y en cómo lograr la expresión anhelada. En ese sentido, no trato a los sujetos como sujetos históricos o biográficos sino como pictogramas para contar o tratar una idea. Busco trasmitir un concepto más que la problemática individual de cada caso. No pienso en ese chico o chica en particular sino en “la diferencia” y su relación: en y con el mundo. Y en ese pintar la diferencia, lo más importante es siempre tratar de representarla como una identidad, tratar que de la expresión del sujeto se desprenda la sensación de presencia. La búsqueda del contacto desde lo emocional en definitiva es lo que siempre termina triunfando en mi pintura.

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-¿Dentro de qué serie del arte sentís que está tu obra? ¿Con quién sentís que dialogan tus cuadros dentro de la historia del arte en general?

-En la serie más actual, encuentro un diálogo con el renacimiento, sobre todo con las “sacra conversazione”. También con la arquitectura medieval y grecorromana. La serie trata sobre composiciones en las que diversos chicos, sacados de imágenes de archivos antropométricos, se agrupan alrededor de esculturas fúnebres en los que parecieran templos o estructuras distópicas. Con esta serie busco resaltar las discrepancias culturales de lo anómalo, y cómo en ciertas culturas se encuentra más cerca de la divinidad y en otras, de la muerte. En estos templos, relacionarse con la otredad no equivaldría a desotrarla. Lo sacro sería la relación con lo otro y las formas de pensarlo sin quitarle ni otorgarle nada, sin incluirlo ni excluirlo: un acercamiento. A la vez, también busco evocar la idea de limbo en estos “templos de lo otro”, como metáfora de los posibles escenarios futuros de la humanidad y la permanencia o impertinencia de las identidades bioneurodivergentes en el mundo. En otros trabajos, tal vez haya una relación con el expresionismo alemán que mostraba lo monstruoso de la guerra, y con la tradición de lo otro dentro del arte. Schiele es alguien a quien he visto mucho, al igual que Hans Bellmer o, más recientemente, Morandi, pensando al sujeto con esta idea de naturaleza muerta objetual.

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-¿Por qué la elección de familias y, sobre todo, de chicos?

-Porque las familias son el núcleo o instancia social primera que decide sobre la diferencia. Es la elección intrafamiliar la que va a empezar a moldear el porvenir genético de la humanidad. Ya lo está haciendo, hoy en día, las elecciones individuales sobre las pruebas prenatales impactan países como India, donde el aborto selectivo de mujeres bajó la tasa demográfica de personas de sexo femenino; o como Islandia, donde ya casi no existen neurodiversidades. No muchos años atrás, el fruto de la reproducción quedaba librado al azar de la ruleta reproductiva. Hoy en día, los padres tienen la posibilidad de elegir ciertas características fenotípicas de sus hijos (color de ojos, sexo), y de descartar embriones con anomalías genéticas. Los padres ya no son meros reproductores, son además creadores intelectuales de su descendencia. La noción de autoría se extiende, de biológica a intelectual. La libertad reproductiva plantea un problema moral ya que reside en elecciones culturales condicionadas por una sociedad que no contempla las singularidades. Es en la decisión de los padres donde se nuclea el problema central de la eugenesia, elegir a quién le toca vivir según los valores o parámetros personales del que elige. En un futuro, con el avance de los reportes genómicos y de las pruebas polifónicas, los padres tal vez logren seleccionar rasgos más complejos como el grado de inteligencia, destreza física o altura de sus hijos, teniendo la posibilidad de “crearlos” con cualidades excelsas. Pero, si podemos hacer “mejores” humanos ... ¿Por qué no deberíamos? Hay opiniones muy diversas sobre dónde deberían de situarse los límites de la manipulación genética. Mientras algunos piensan que su uso es una abominación, otros creen que es el fruto del esfuerzo humano y la manifestación misma de lo que somos. Parte de mi trabajo radica en pensar qué sucederá en un futuro cuando la edición genética de línea germinal esté autorizada y sea posible, transfiriendo, de este modo, las modificaciones realizadas a futuras generaciones. ¿Qué sucederá entonces con la biodiversidad humana, qué será de la vida y de la especie humana si se suprime la “anomalía”?

Por otro lado, me interesa la idea de la diferencia genética ligada a la figura del niño porque es en donde más se refleja la vulnerabilidad de lo anómalo frente a su destino, y cómo se construye su lugar o su no lugar en el mundo a merced de un otro detentor. Sin embargo, también me interesa la figura del niño por su capacidad de producir nuevas posibilidades de sentido. Con su juego mimético, el niño puede volverse piedra, convertirse en doctor, o saltar como rana. Si bien el adulto también podría hacer cualquiera de estas cosas, el niño, aún no condicionado por el lenguaje ni por la historia, experimenta el mundo desde un lugar de entrega radical. Mientras que el niño aprende, el adulto sabe o cree saber. Mientras que la experiencia del niño es singular, la del adulto se halla formateada, circunscripta dentro de los formatos de lo establecido.

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-¿Para vos es inmoral que las personas recurran a estudios genéticos y que eventualmente decidan no llevar adelante un embarazo si hay cuestiones genéticas de alta complejidad en el feto? Te lo pregunto porque el tema de la posible eugenesia es uno de los argumentos que utilizan quienes se oponen a la legalización del aborto.

-Mi intención no es juzgar las elecciones particulares de los padres con respecto a su descendencia, y de serlo, tampoco me sentiría capacitada. Creo que entra dentro de las libertades personales tener la facultad de elegir lo que uno quiere o considera correcto, y que la interrupción de un embarazo no deseado, independientemente cual sea el motivo, es un derecho que todas las mujeres deberíamos tener. Por otro lado, como mujer que aboga por la igualdad genética y como mujer a favor de la despenalización del aborto , se me presentan, específicamente dentro del campo del aborto eugenésico, ciertos dilemas éticos que me interesa abordar a través de mi trabajo. Así como hay embriones incompatibles con la vida que deben ser abortados, hay otros, con características genéticas anómalas, que sí son compatibles con la vida aunque su viabilidad sea determinada por la decisión de sus progenitores. Entiendo estas decisiones como circunscritas dentro de un sistema biopolítico que las regula. Su tendencia responde a valoraciones de la vida específicas de cada cultura. En ese sentido, me interesa más pensar acerca de la influencia de estos dispositivos normativos que en el carácter moral de las elecciones particulares. Por otro lado, en lo que a mí respecta, creo que la variación humana nos enseña a interactuar y a adaptarnos a las distintas necesidades de otros. Y encuentro que en ese deseo de querer comprender a un otro diferente y el camino recorrido para llegar a él, reside uno de los valores más preciados de la humanidad, valor que considera todas las formas de vida al igual y que trata de comunicarse con cada una de ellas de la mejor manera correspondiente. Creo que el cuidado y la protección del prójimo resignifica nuestra condición humana y dignifica nuestra existencia.

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