Mataron, robaron, violaron, fueron presos y resucitaron como actores de una obra de teatro sanadora

Los cuatro ex reclusos son los protagonistas de "La Espera", que se presenta en el Foro Shakespeare de la capital mexicana

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Ismael Corona, Francisco Javier Cruz, Alejandro Mares y Héctor Maldonado, protagonistas de “La espera”
Ismael Corona, Francisco Javier Cruz, Alejandro Mares y Héctor Maldonado, protagonistas de “La espera”

En un escenario de teatro cabe todo. Hasta la vida de 4 hombres que pasaron por la prisión por robo de autos, asesinato, violación y asalto a mano armada. Son Ismael Corona, Francisco Javier Cruz, Alejandro Mares y Héctor Maldonado, quienes forman parte de la Compañía de Teatro Penitenciario, un proyecto de reinserción social que nació hace 9 años tras las rejas de la penitenciaría de Santa Martha Acatitla, conocida como "la universidad del crimen" de la Ciudad de México.

Tres de ellos –Francisco Javier, Alejandro y Héctor– pasaron entre 20 y 25 años de prisión. Ismael estuvo 5 en la correccional de San Fernando, por un homicidio que cometió antes de cumplir la mayoría de edad.

Para ellos, el teatro fue la resurrección. "Es una forma de ser libres estando encerrados", dice Ismael al concluir la presentación de "La Espera", la obra en la que son los protagonistas de su propia historia en la cárcel.

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Escrita y dirigida por la actriz y dramaturga Conchi León, a partir de los testimonios de los propios actores ex convictos, la obra narra en primera persona el crimen, la aprehensión y la vida de cada uno de ellos tras las rejas: los castigos, las torturas, el abuso, la violencia cotidiana de las prisiones en México, donde 185 personas han muerto entre enero y agosto de este año, de acuerdo con datos de la organización civil Documenta.

"De no ser por el teatro, no estaríamos aquí ahora, estaríamos tal vez muertos", dice Francisco Javier, el hombre que se dedicaba a la compra venta de autopartes robadas, se hizo adicto a la "piedra" (crack) en la cárcel y purgó condena de 20 años en tres penales.

Ricardo III habita en todos

La Espera no es su primera obra. Dentro y fuera de la cárcel han participado ya en 8 obras como integrantes de la Compañía de Teatro Penitenciario, que nació en 2009 de la mano de la actriz Itari Martha Mena y hoy cuenta con 24 integrantes: 19 en reclusión y 5 en libertad. Entre ellos Ismael, Francisco Javier, Alejandro y Héctor.

Es un proyecto de impacto social del Foro Shakespeare, espacio teatral independiente ubicado en la colonia Condesa de la Ciudad de México, que desde enero de este año incluye un centro cultural llamado "El 77" –porque está ubicado en el número 77 de la calle Abraham González de la colonia Juárez.

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Allí se diseñan actividades y estrategias para internos y ex internos de cárceles, quienes pueden participar en distintos talleres y trabajar como parte del equipo que encabeza José Carlos Balaguer.

Ismael, Francisco Javier, Alejandro y Héctor trabajan allí. En la producción de las obras y en el taller de serigrafía que lanzó recientemente el libro "Mentes en fuga", una compilación del trabajo de la compañía teatral, durante sus 9 años de vida. Es el primero de una serie que sumará otros tres títulos: sobre violencia de género, asesinato de periodistas y migrantes.

La compañía además prepara ya otra puesta en escena: Xolomeo y Pitbulieta, una adaptación de Romea y Julieta que ganó el Premio Nacional de Dramaturgia Penitenciaria y presentarán próximamente en Santa Martha Acatitla.

Ismael habla con orgullo de esas obras: de Ricardo III, el Mago Dioz, Cabaret Pánico, Esperando a Godot… A sus 25 años mira sin velos la violencia y la maldad y se las explica a través del treatro: "Todos de alguna manera, por dentro, llevamos parte de ese ser deforme que es Ricardo III", dice. Mientras habla, levanta la escenografía del espacio donde unos minutos antes confesó un crimen, revivió sus propios castigos en el reformatorio, su historia de la tía que "me tocaba", del padre que lo mandaba a matar a perritas porque eran "hembras" y no servían. "Tíralas, mátalas, piérdelas, deshazte de ellas", le decían.

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La sanación

Conchi León hiló estas historias en cuatro monólogos. "Ellos aceptaron hablar sobre sus testimonios, y no fue fácil porque se removían muchas cosas, había sesiones muy difíciles donde todos salíamos mal", dice la autora y directora de La Espera, quien ya había trabajado con internas de cárceles.

Para lograr revivir su pasado y transformarlo en una obra que dura poco más de una hora eterna, trabajó con los actores en un taller y en entrevistas. "Les hice algunas preguntas sobre qué pensaron cuando los aprehendieron, qué aprendieron en la cárcel, qué fue lo más fuerte que les tocó vivir y que era lo primero que iban a hacer cuando salieran de la cárcel y si realmente lo hicieron".

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Al principio, "había cierto cinismo en ellos", dice. A Ismael, cuando le preguntaba si se había arrepentido de matar, decía que no. "Después de un mes de hacer la obra, me habló para decirme que se sentía muy mal, que el teatro le había devuelto la conciencia y que repetir su historia lo hizo caer en cuenta de lo que había hecho, y estaba muerto de miedo y de arrepentimiento y quería, de manera simbólica, pedir perdón al hombre que había asesinado".

En la obra, cada uno de ellos habla de su propia espera dentro y fuera de la cárcel. De lo que esperaron y no tuvieron. De lo que no esperaban y hallaron. De lo que siguen esperando.

Francisco Javier espera recuperar a su hijo: el niño de 3 años que dejó cuando lo encerraron, a quien nunca pudo ver durante su reclusión, y que hoy no quiere saber de él. A Héctor lo esperó una esposa y un perro que dejó cuando era un cachorro y murió a los pocos días que él salió de la cárcel en la que pasó 25 años. Alejandro se casó mientras estaba preso y ahora espera que su esposa salga de prisión para estar con ella. Ismael, padre de un niño, espera que sus genes no le tuerzan el destino a su hijo.

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"Todos, dentro y fuera de la cárcel, esperamos siempre algo", dice Conchi León. Esa espera es el punto de partida y el hilo conductores de esas historias que presentan a cuatro sobrevivientes de sí mismos, como dicen ellos. "De esa la ola de violencia que nos arrastró dentro del penal", dice Héctor.

El teatro tuvo para ellos un poder sanador, dice la autora de la obra. Pero antes hubo que abrir heridas. Las torturas dentro de la cárcel, por ejemplo. Esos episodios en los que narran el cotonete que entra por el pene, las violaciones, los toques eléctricos sobre el cuerpo mojado, las golpizas del "diablo vestido de negro" que son los custodios.

Apenas suavizan esas escenas las luces tenues del escenario, los juguetes de su infancia "plagada de violencia", dice León. "Eso no justifica sus decisiones de adulto", aclara. Pero nos hace entender dónde está la semilla de la violencia.

Por fortuna el teatro todo lo transforma. Por eso, dice Conchi León, tenemos que trabajar en las cárceles para que la gente que sale no reincida, y el teatro fue para ellos ese lugar que esperaban y los esperaba. "Es una catarsis que transforma", dice Ismael.

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