
Los osos pardos de los Apeninos viven desde hace siglos en el centro de Italia rodeados de pueblos y carreteras, a diferencia de otras especies que deambulan por bosques remotos.
Un equipo de investigadores demostró que estos animales desarrollaron adaptaciones genéticas que favorecen su docilidad al convivir con las personas. No obstante, la especie perdió diversidad genética.
El estudio, publicado en la revista Molecular Biology and Evolution, detalló que la población sufrió “una pérdida extrema en la diversidad genómica”, pero en paralelo fijó variantes en genes relacionados con la reducción de la agresividad.

Según los científicos, la convivencia estrecha con los humanos dejó una huella en el ADN de los osos, ya que la frecuencia de variantes asociadas a rasgos conductuales sugiere la acción combinada de selección y deriva genética.
El análisis confirmó que, pese a la disminución en la variabilidad de sus genes, los osos de los Apeninos exhiben cambios en el comportamiento y genética que otros grupos europeos no muestran.
Detrás de este hallazgo están Giulia Fabbri, Roberto Biello, Maëva Gabrielli y un consorcio de expertos de la Universidad de Ferrara, el Centro de Investigación sobre Biodiversidad y Medio Ambiente y diversas instituciones francesas e italianas.
Por qué investigan la relación entre osos y humanos
El trabajo parte de una duda: ¿puede la vida cerca de humanos cambiar a un animal salvaje no solo en su comportamiento, sino también en sus genes?
Los investigadores eligieron al oso pardo de los Apeninos (Ursus arctos marsicanus), una subespecie con menos de 60 ejemplares, para ver de qué forma una convivencia diaria termina por modificar a un animal naturalmente esquivo.

Generaciones de osos han tenido que adaptarse a la fragmentación de su hábitat, la presencia humana y la persecución. Estas presiones repetidas forzaron a la población a ajustar sus respuestas y sus genes.
La docilidad de estos animales frente a las personas se suma a una historia de aislamiento y caza que redujo su diversidad genética de modo extremo.
El objetivo del trabajo fue establecer si la baja agresividad de estos osos deriva solo del aprendizaje social o si la selección natural, bajo la presión humana, dejó marcas duraderas en el material genético.
Era vital saber si las diferencias con otros osos de Europa debían explicarse solo por el azar o si existía selección positiva en su evolución.
Para analizarlo, los expertos pusieron foco tanto en las historias de convivencia como en los genes, para correlacionar la pérdida de variabilidad genética con las adaptaciones en la conducta.
Genomas, laboratorio y resultados inesperados

Los investigadores elaboraron un genoma de referencia de alta calidad usando ADN extraído de una hembra de oso llamada Lauretta.
Aplicaron tecnologías de secuenciación de última generación para comparar su ADN con el de otros osos de Eslovaquia y América del Norte.
El proceso incluyó más de 12 millones de variantes genéticas analizadas, lo que permitió reconstruir la historia evolutiva de estos osos y comparar sus adaptaciones frente a diferentes ambientes y grados de convivencia humana.
Una de las herramientas clave fue el análisis de regiones genéticas bajo presión selectiva reciente.

El grupo encontró que los osos pardos de los Apeninos poseen un patrón de diversidad genómica único, que incluye señales selectivas en genes vinculados con la reducción de la agresividad. Eso marcó una diferencia concreta frente a otras poblaciones no expuestas a humanos.
Entre los genes afectados, los más destacados resultaron ser DCC y SLC13A5, señalados en investigaciones previas como responsables de la docilidad y baja agresividad en mamíferos.
Aun con la acumulación de mutaciones perjudiciales, la población persiste. “El resultado último es el aumento de las posibilidades de persistencia de la población en un entorno dominado por los humanos, pese a una caída extrema de la variación genómica y la acumulación de mutaciones perjudiciales”, señalaron.

El análisis del ARN, que transporta los mensajes genéticos para fabricar proteínas, permitió identificar cambios en la forma en que los genes se “leen” en estos osos.
La frecuencia de variantes asociadas al comportamiento elevó la probabilidad de que estas adaptaciones surgieran por la convivencia forzada y la historia de aislamiento.
Los investigadores concluyeron que la interacción constante con las personas fijó, en poco más de un siglo, alelos que favorecen la tolerancia y la baja agresividad, una “automodificación genética” que ocurre en la naturaleza bajo presión extrema.
Qué hacer y qué evitar con la conservación

Tras los resultados, los científicos recomendaron que se evite el cruce de los osos pardos de los Apeninos con otras poblaciones porque es el mejor modo de preservar su singularidad genética.
Uno de los límites del trabajo es la imposibilidad de separar en su totalidad el papel de la selección y el de la deriva genética, algo que ocurre en grupos tan chicos. Otro reto es que la baja diversidad genética puede poner en riesgo su supervivencia a largo plazo.
El equipo pide conservar el hábitat y proteger de modo estricto a los actuales ejemplares, porque las adaptaciones genéticas pueden “tener un papel relevante en reducir el riesgo de extinción incluso en poblaciones pequeñas, aisladas y con variabilidad erosionada”.
Estos osos se convirtieron, como sugieren los investigadores, en un ejemplo de cómo la convivencia con los humanos puede dejar huellas profundas tanto en los comportamientos como en los genes, una lección para la conservación de otras especies en peligro.
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