
La selva del Petén, al norte de Guatemala, guarda una historia poco común en la región.
En medio de este extenso y antiguo bosque se encuentra Uaxactún, una aldea donde las personas demuestran que es posible convivir con jaguares, tapires y una variedad de especies amenazadas sin sacrificar los recursos que brinda la naturaleza.

Hoy es el Día Mundial de Protección de la Naturaleza y un estudio científico reveló que el manejo comunitario que se realiza en Uaxactún tiene beneficios concretos.
Se trata de una forma de gestión de los recursos naturales en la que una comunidad local administra, utiliza y protege un área, como un bosque, en beneficio propio y del entorno.

En la aldea de Uaxactún se conserva la biodiversidad en niveles tan altos como los de áreas protegidas, y se consigue un equilibrio difícil de replicar en otras zonas tropicales, según reveló el estudio publicado en la revista Conservation Biology, editada por la Sociedad para la Biología de la Conservación de los Estados Unidos.
Los residentes de la aldea aprovechan el bosque en forma sostenible y aún así mantienen hábitats donde prosperan mamíferos y aves emblemáticas de la región.
El trabajo fue dirigido por Lucy Perera-Romero y contó con la colaboración de especialistas de la Universidad del Estado de Washington en los Estados Unidos, la Sociedad para la Conservación de la Vida Silvestre (conocida como WCS) y la Universidad Zamorano de Honduras, entre otras instituciones.

La investigación surge a partir del trabajo en conjunto con la comunidad de Uaxactún, ubicada en el departamento de Petén, a pocos kilómetros al norte del Parque Nacional Tikal.
Tiene 770 habitantes, que administran la concesión comunitaria de bosque más amplia del país. Gestionan más de 83 mil hectáreas con certificación internacional y enfoque sostenible.
¿Puede la gente cuidar el bosque y sus animales?

La pregunta central del estudio giró en torno al llamado “disturbio antrópico oculto”. Este término describe el impacto no visible, pero real, que generan algunas actividades humanas sobre la fauna.
“Se estima que el impacto de las actividades humanas puede ser considerable, pero la realidad es que no contamos con datos y apenas estamos empezando a estudiarlos”, explicó Perera-Romero durante una entrevista con Infobae.
En muchos bosques tropicales, aunque la vegetación se mantiene, la ausencia de animales fruto de la caza excesiva puede crear “bosques vacíos”.

El objetivo del estudio fue entonces comparar si una gestión forestal comunitaria con un uso regulado de los recursos puede evitar ese problema, en contraste con zonas de conservación más tradicional, como parques nacionales o reservas silvestres.
El equipo se enfocó en especies particularmente sensibles a la presencia de humanos y a la presión de cacería, como los pecaríes de labios blancos y los faisanes, para identificar alteraciones sutiles en el ecosistema.
“En nuestro estudio vimos que los pecaríes de labios blancos son una de las especies más sensibles a la presencia humana”, señaló Perera-Romero.
También indicó que “los faisanes son buenos indicadores de la presión de cacería en las inmediaciones de las comunidades”.
Rastros, cámaras y un jaguar cazador

Los científicos instalaron más de cien cámaras trampa en senderos, aguadas y rincones estratégicos en tres áreas diferentes: la concesión forestal comunitaria, el Parque Nacional Mirador-Río Azul y el Biotopo Dos Lagunas, ambos de acceso muy restringido.
El trabajo de campo se extendió durante dos temporadas secas e involucró a habitantes de la aldea, quienes guiaron la ubicación de cámaras gracias a su conocimiento de rastros y hábitos de los animales.
La investigación logró capturar imágenes de 26 especies de mamíferos y aves.
Entre los hallazgos más impactantes apareció una secuencia donde un jaguar acechaba a un ocelote en una aguada remota.

Es una evidencia de la intensidad de las interacciones bajo la capa superior del bosque, que está formada por las copas de los árboles más altos. “Muestra cuánto sucede bajo el dosel que no vemos”, resaltó la científica.
Los datos revelaron que la diversidad y presencia de especies en la concesión estaba al mismo nivel que en las dos áreas bajo conservación estricta.
Los principales mamíferos, incluidos jaguar y tapir, mantuvieron poblaciones estables en los alrededores de Uaxactún.
Entre los resultados, también detectaron que algunas especies amenazadas, como el tapir y el pecarí, tienden a alejarse de los lugares con mayor presencia humana, mientras animales más pequeños, como el ocelote, se mostraron más adaptables a zonas cercanas a las personas.
El rol de la comunidad: mucho más que vigilancia forestal

El manejo comunitario en Uaxactún no se limita a la protección. La Sociedad Civil OMYC organiza patrullajes, controles ambientales y actividades de educación, además de mantener la certificación del Forest Stewardship Council (FSC), que garantiza prácticas sostenibles.
A través de proyectos de monitoreo de fauna, también promueve la siembra de especies nativas y el aprovechamiento legal de productos como el xate, el chicle y la pimienta.

La científica enfatizó que hay lecciones aprendidas en la aldea que se podrían tener en cuenta para otras zonas de América Latina.
“Se necesita la implementación efectiva de planes de monitoreo de fauna y programas de vigilancia y control, que muchas veces solo existen en papel”, subrayó Perera-Romero.
Señaló además la importancia de contar con leyes que sancionen la extracción ilegal y de garantizar alternativas económicas a la caza furtiva.
Desafíos para el futuro desde la selva maya

Entre las limitaciones del trabajo surgió la falta de presupuesto y la dificultad de mantener monitoreo constante, un desafío compartido en otras zonas tropicales.
Además, sigue siendo complicado registrar especies más raras o captar todos los efectos a largo plazo de la presencia humana sobre la fauna.
Sin embargo, la experiencia exitosa de Uaxactún ya permite renovar concesiones forestales y puede motivar a otras comunidades a replicar el modelo en regiones con retos ambientales.
Gracias a la unión entre el saber local y la ciencia, la selva y sus habitantes hoy se preservan juntos en el corazón del Petén.
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