Cuando Natalya Kasianova aterrizó en Lima en 2008, acompañada de su padre, el empresario Valentín Kasianov, dueño de la aerolínea Star Perú, su desembarco no pasó desapercibido. La joven ucraniana, entonces de apenas veintiún años, se instalaba en un exclusivo departamento, comenzando una vida que parecía marcada por el glamour y la abundancia. Venía de un entorno privilegiado y traía consigo una biografía cosmopolita, con experiencia en República Dominicana y frecuentes viajes a Europa.
Durante sus primeros meses en el Perú, Natalya supo ganar notoriedad en los círculos de la alta sociedad limeña. Era habitual verla en las fiestas más exclusivas, rodeada de empresarios, celebridades y herederos. Rubia, alta, acostumbrada al lujo y sin preocupaciones económicas ―era millonaria y no trabajaba―, pronto la prensa la apodó ‘la rusa’, aunque su origen, como ella recordaba, era ucraniano.

Sin embargo, aquel brillo comenzó a opacarse en pocos meses. En algún punto, Natalya cambió las fiestas de lujo por ambientes más populares. Empezó a frecuentar reuniones universitarias en San Marcos y poco tiempo después se la vio en la Ciudad del Pescador, en el Callao, uno de los sectores más peligrosos. Ahí ganó el sobrenombre de ‘gringa dinamita’. Su look se volvió más desenfadado: ropa ajustada, maquillaje fuerte, poses atrevidas para la prensa popular. Tras bambalinas, los excesos con el alcohol y las drogas la hundían a gran velocidad.

El entorno social también cambió. De codearse con la élite, pasó a integrarse en la escena delictiva chalaca. Integró, según los registros policiales, una banda de asaltantes de taxistas junto a jóvenes peruanos. El 2008, tras una noche de fiesta en la que consumió marihuana, cocaína y una botella entera de ron, fue detenida en el Callao mientras intentaba asaltar a un taxista con pistola en mano, llegando incluso a disparar al aire para amedrentarlo. “No tengo necesidad, no sabes quién soy”, gritaba mientras los agentes llevaban a la comisaría. La prensa local ya no la llamaban ‘la rusa’, sino ‘la gringa dinamita’.

Las autoridades intentaron presentarla como una peligrosa criminal. Estaba vinculada a posesión de armas de guerra y robo agravado. Sin embargo, la defensa liderada por los abogados contratados por su padre, alegó que era más una víctima que una victimaria: adicción severa desde la adolescencia, diagnóstico de bipolaridad y episodios de autolesiones. “Tiene trastorno de personalidad borderline, es autodestructiva y vulnerable”, sostuvo uno de sus defensores, quien subrayó que la joven era la responsable exclusiva de su caída, pero que merecía tratamiento, no prisión. Mientras tanto, su padre asumía la tutela legal del pequeño hijo de Natalya, que residía en República Dominicana.
Finalmente, los recursos legales y poderosos contactos consiguieron que Natalya evitara una condena de varios años de cárcel en Perú. La enviaron a República Dominicana bajo la condición de alejarse del país y someterse a tratamiento psicológico. En el país caribeño, sin embargo, la historia se repitió: detenciones por delitos de posesión de armas y agresiones, un historial de relaciones fallidas y adicciones sin freno.

Tortura y secuestro a su exnovio
El caso más reciente y grave que involucra a Natalya Kasianova ocurrió en República Dominicana. El 23 de mayo de 2022, Miguel Ángel Linares, un joven dominicano de 21 años, denunció que fue citado por su expareja, Natalya, a un departamento en una torre de la avenida 30 de Mayo, en pleno centro de Santo Domingo. Según relató, pensó que tendrían una conversación sobre la relación que habían terminado semanas atrás, marcada por episodios de maltrato físico y psicológico.

Al llegar, Linares fue recibido por Luis Vargas, un conocido de Kasianova, quien lo condujo hasta el departamento. Allí se encontró con Michael Jaironel Castillo y con la propia Natalya. Los dos hombres lo golpearon brutalmente bajo la mirada de la ucraniana, quien no solo no intervino, sino que grabó la escena. Lo amarraron de pies y manos, lo amordazaron y lo agredieron durante horas. Por la noche, el joven fue subido a un automóvil perteneciente a Kasianova, desde el que fue lanzado en marcha. Con esfuerzo, logró desatarse y pedir auxilio.
La Policía Nacional inició una investigación y, tras recoger testimonios y pruebas periciales, detuvo a Kastianova, Castillo y otros implicados. No era la primera vez que la extranjera aparecía en expedientes de violencia. Existían registros de agresión con armas blancas a exparejas y policías, así como detenciones por posesión de estupefacientes y armas.

Fue condenada a 15 años de cárcel por secuestrar y torturar a su exnovio
El juicio fue amplio y seguido con atención por la prensa dominicana. El Cuarto Tribunal Colegiado del Distrito Nacional consideró suficientes las pruebas documentales, periciales y testimonios recogidos por el Ministerio Público. Los jueces declararon culpables a Natalya Kasianova, Michael Jaironel Castillo y Luis Alberto Pineda Medrano por el secuestro, tortura y actos de barbarie cometidos en perjuicio de Linares.
La sentencia fue categórica: 15 años de prisión para cada uno, más la tipificación adicional de porte ilegal de armas y objetos cortopunzantes. El tribunal dejó constancia de que Kasianova lideró la acción y que los hechos cometidos violaban varios artículos del Código Penal dominicano enfocados en la tortura, la violencia intrafamiliar y el uso de armas.
Exparejas y viejos conocidos han salido a los medios para señalar que su historial de adicciones y episodios de violencia no solo la convirtieron en el centro de escándalos mediáticos, sino que también pusieron en riesgo a quienes estuvieron a su alrededor. Mientras ella niega responsabilidad y alega ser siempre “víctima de persecución”, las pruebas y un amplio historial de delitos la involucran en casos de violencia, asaltos y atentados graves.
Natalya Kasianova, alguna vez conocida en Lima como la ‘princesa ucraniana’ de la alta sociedad, marcó el Perú con una ruta de excesos, polémicas y denuncias. Quince años después de su llegada, su nombre resuena como el de una mujer atrapada entre el privilegio, la adicción y la violencia, protagonista de una caída social y legal de la que todavía no encuentra salida.
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