Como casi todas las naciones de América latina, nuestro país adoptó como forma de gobierno el sistema presidencialista, institución creada por Estados Unidos a fines del siglo XVIII. Aquel régimen político estableció la figura de un Presidente con amplias facultades de gobierno, moderado por una Cámara de Representantes (diputados) y una Cámara de Senadores, con suficiente poder para equilibrar y controlar al Ejecutivo. Así también, se diseñó un sistema judicial que atempere entre ambos poderes. De esa forma, la Argentina comenzó su historia, adaptando dicha institución a su propia cultura, concentrando en la figura del Presidente gran parte de las responsabilidades de gobierno, casi como si fuese un “superhombre” investido de un gran poder, incapaz de poder equivocarse y con el deber de cumplir forzosamente un periodo determinado de gobierno, le vaya bien o le vaya mal.
Fue así como nuestro país comenzó a transitar por ese sistema de gobierno que se quebraría por primera vez con el golpe de estado de 1930. A partir de ahí y hasta la actualidad solo han terminado sus periodos constitucionales: Agustin P. Justo, Juan Domingo Perón, Carlos Saúl Menem, Néstor Kirchner, Cristina Fernández de Kirchner y Mauricio Macri. Es decir, en 90 años solo pudieron cumplir sus mandatos seis presidentes.
En las diversas crisis que tuvo nuestro país, sobre todo desde 1983 a la fecha, la Argentina se comportó de hecho como “parlamentarista”, dejando el sistema presidencialista de lado. El adelantamiento de elecciones de Alfonsín - figura muy típica en el sistema parlamentarista- o incluso el gobierno de Eduardo Duhalde, electo por el propio Congreso de la Nación, cual si fuera un perfecto “primer ministro”, son algunos ejemplos de cómo el sistema “presidencialista” resolvió la crisis política a favor de una especie de parlamentarismo.
Pareciera que a países con frecuentes crisis políticas y económicas, les podría resultar más natural contar con un sistema que les permita mayor flexibilidad a la hora de realizar cambios de gobierno sin alterar todo el sistema institucional.
Todas las democracias modernas han optado por implementar el sistema parlamentario. Italia, una de las principales potencias económicas del mundo, ha tenido desde la segunda guerra mundial un primer ministro cada 20 meses, pero sus instituciones se han mantenido inalterables. El sistema parlamentarista ha probado gobiernos largos y cortos, conservadores y progresistas, ha probado sostenerse en tiempos de paz y de guerra.
Solo, como he dicho más arriba, América Latina posee sistemas presidencialistas. Cuando en nuestra región se cae un presidente se genera un colapso total en lo económico, político y social. Sin embargo, cuando en el parlamentarismo el primer ministro se encuentra debilitado y pierde confianza, se forma un nuevo gobierno quedando preservadas todas las instituciones restantes. Es decir, el sistema mismo hace normal las crisis políticas, las incorpora como parte del sistema.
Nuestro caso es muy particular, porque si bien pareciera que los argentinos necesitamos figuras fuertes en el poder ejecutivo, también exigimos cambios profundos cuando las cosas no van bien, y muchas veces esos cambios requieren de la renuncia del presidente, o el adelantamiento de las elecciones.
El Congreso de la Nación, es decir, las provincias en su conjunto, siempre han tomado el poder cuando el Poder Ejecutivo se encontraba debilitado.
Hoy transitamos un proceso político en el cual el poder real se está trasladando nuevamente al Congreso de la Nación. Será allí donde se diriman las principales cuestiones del país. Será el ámbito desde donde se marque la agenda para los próximos dos años de gobierno.
Por eso, estas elecciones son cruciales para determinar las relaciones de fuerza que habrá en ambas cámaras. Puede ser la primera vez en la historia de nuestro país en que el poder se concentre en un Congreso donde en cada una de las Cámaras haya un presidente de cada uno de los dos espacios políticos más importantes del país. En ese escenario, las coaliciones que se formen dentro de ese ámbito tendrán la dinámica propia de un parlamentarismo, debiendo necesariamente generar acuerdos políticos.
Era inimaginable que a dos años de un gobierno “peronista” se esté discutiendo en estas elecciones “parlamentarias” la agenda de gobierno de los próximos dos años.
La oposición tiene la posibilidad real de poder ser protagonista, desde el Congreso, de la marcha y del control del gobierno durante estos dos años. Para ello requiere, según el reglamento interno de la Cámara de Diputados, contar con 129 votos propios para poder designar al presidente de la Cámara y, de esa forma, contrarrestar el poder de Cristina Fernández desde el Senado de la Nación. Nota importante: los votos deben ser propios. Por eso, en esta elección, las terceras y cuartas vías hacen peligrar el equilibrio de fuerzas necesario dentro del Congreso.
La figura del Jefe de Gabinete de Ministros ha querido ser una especie de primer ministro, pero al no tener poder real otorgado desde el Congreso, es solo un buen fusible del presidente. Nada ha cambiado con la renuncia de Santiago Cafiero como tal, por tanto, ahora el poder comienza a recalar en el Congreso Nacional. Esta elección será una elección propia de un sistema de gobierno parlamentario, que presumo durará hasta las elecciones presidenciales del 2023.
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