
Pocas frases más políticamente correctas que “la unidad nacional” sobre la que corrieron ríos de tinta.
Después de 36 años ininterrumpidos de democracia debería ser una obviedad decir que el este sistema republicano es un conjunto de leyes, normas y reglas para que convivamos justamente los que pensamos distinto. Así como fue el ´83 la etapa del regreso de la democracia después del momento más oscuro de nuestro país, no tengo dudas de que será el 10 de diciembre del 2019 la reafirmación del respeto por nuestro sistema cuando el presidente Mauricio Macri le entregue la banda y el bastón al presidente Alberto Fernández al terminar un mandato constitucional pensando distinto por primera vez después de 91 años. Esa es la unión de los argentinos, respetar nuestro reglamento de vida reconociendo la derrota sin renunciar ni ganadores ni perdedores a sus valores.
Siendo diputado nacional -y comenzando este 4 de diciembre mi segundo mandato- debo manifestar mi disidencia acerca de que hay que lograr consensos por encima del funcionamiento institucional. A veces se pueden lograr los consensos, pero no se deben lograr si es que para hacerlo hay que bajar las banderas de aquellos pilares que sostienen la identidad de los participantes. Cuando me pongo de pie en el recinto y veo 257 bancas que representan la diversidad celebro que las denominadas derechas, las izquierdas, los regionalismos, las actividades, las ideologías, las historias se encuentren plenamente representadas dispuestas a participar del juego de la democracia exponiendo sus argumentos y aceptando las reglas de las mayorías y las votaciones. Pretender anular las diferencias ni siquiera es fascista, es pre republicano, anterior a la aparición de las derechas y las izquierdas, allá cuando la Revolución Francesa ubicó a cada lado de un recinto a quienes pretendían darle poder absoluto al pueblo o mandato de derogación al soberano electo.
Es por eso que los consensos, como objetivo permanente, son justamente lo opuesto a la democracia. Nadie puede pensar en todo igual que otro ser humano. Cuando eso pasa, por lo general, uno de los dos no piensa, solo obedece, acata, se anula.
Pertenezco a un espacio en el que hay disenso, pero en el que hay muchas más coincidencias que diferencias. No puedo ni quiero representar a todos. El afán de querer representar a todos es una idea absolutista que termina por no representar a nadie, o lo que es peor, solo representarse a sí mismo.
La gente que nos votó sabe por qué lo hizo y los que accedimos a través de sus votos también sabemos, en promedio, qué nos fue encomendado. Es por eso que a otros espacios se los respeta, pero someterse a ellos en aras de lograr el acceso a cierto poder sería, a mi entender, una estafa personal como así también a propios y extraños.
Celebro las diferencias.
Unidos estaremos cuando estas sean promovidas en el respeto y no sometidas.
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