
Asistimos a un momento social marcado por la contradicción. Por un lado, las personas están más interconectadas que nunca. La consolidación de internet y las redes sociales ha propiciado una dinámica relacional con menos barreras, una aparente cercanía que permite comunicarse de forma inmediata y constante. Sin embargo, por otro lado, las cifras de soledad y aislamiento han llegado a extremos preocupantes. ¿Cómo puede ser que, estando con tantas personas, los individuos se sientan cada vez más solos? Esta paradoja nos enfrenta a una crisis silenciosa que atraviesa todas las edades, aunque se hace especialmente visible entre los más jóvenes.
La OMS informa sobre estos picos de soledad que amenazan la salud emocional y mental de las personas. “Se trata de una de las grandes epidemias del siglo XXI”, declaran sus expertos. Este sentimiento profundamente arraigado se sostiene sobre una paradoja que cuestiona las formas en las que habitamos el mundo. ¿En qué medida estamos realmente cuando estamos en internet? ¿Cómo se desplaza la noción de lugar si el espacio físico en el que nos encontramos no se corresponde con el lugar en el que habita nuestra mente? La realidad digital, con su inmediatez y sobreexposición, ha modificado nuestra forma de vincularnos, afectando también la manera en que nos percibimos a nosotros mismos y a los demás.
En este contexto, las ideas de Carl Gustav Jung cobran una relevancia inesperada. Jung advertía que el ser humano moderno tiende a perder el contacto con su vida interior, quedando atrapado en una red de máscaras y proyecciones. Según él, cuando nos alejamos del “sí mismo”, surge un sentimiento de vacío y desconexión que ninguna tecnología puede compensar. Tal vez la soledad contemporánea no provenga solo de la falta de compañía, sino de la falta de profundidad en los vínculos y de una distancia creciente con nuestra propia esencia. Recuperar ese diálogo interior, como proponía Jung, podría ser una vía para reconciliar la hiperconexión externa con la verdadera conexión interna que tanto anhelamos.
Una epistemología del testimonio
A través del diagnóstico de su propia soledad, Jung dejó por escritas sus propias reflexiones en relación con el aislamiento en 1961. De esta manera, a través de su testimonio, elaboró una interesante radiografía psicosocial.

El cerebro humano parece venir con ciertas trampas de fábrica. Una de ellas es la tendencia a ver lo “diferente” como algo “peligroso”. Este reflejo, que pudo servir para sobrevivir en otros tiempos, hoy se convierte en una fuente de rechazo y desconfianza hacia los demás. Muchos psicólogos actuales señalan que esta asociación está en la base del bullying y otras formas de acoso. Lo que no reconocemos como propio, lo vemos como una amenaza. De esa manera, no solo se excluye a las personas, sino también sus experiencias, sus ideas y su forma particular de ver el mundo.
Desde una mirada centrada en la epistemología del testimonio —es decir, en cómo compartimos y validamos el conocimiento—, este rechazo tiene consecuencias profundas. Cuando no escuchamos o no damos valor a las voces distintas, la posibilidad de aprender del otro se pierde. La soledad no siempre aparece por falta de compañía, sino porque no encontramos a alguien que comprenda o acepte lo que para nosotros es importante. Carl Gustav Jung lo expresó con claridad al decir: “La soledad no nace porque uno no tenga a nadie a su alrededor, sino porque las cosas que a uno le parecen importantes no puede comunicarlas a los demás, o considera válidas ideas que los demás tienen por improbables”. En esa dificultad para ser comprendidos se esconde una forma de aislamiento muy humana.
Jung mismo experimentó esta sensación durante toda su vida. En Recuerdos, sueños y pensamientos, escribió: “De niño me sentía aislado. Y aún hoy lo soy, porque sé cosas y debo señalar que de ellas aparentemente nadie sabe nada ni quieren en su mayoría saberlas”. Su testimonio refleja una verdad que sigue vigente: a veces, la persona que ve el mundo de un modo distinto no encuentra un espacio donde su experiencia sea escuchada o tomada en serio. En el mundo moderno ocurre algo similar. Aunque contamos con herramientas que nos conectan con cualquier lugar del planeta en segundos, sigue siendo difícil encontrar a alguien que realmente nos entienda. La paradoja de nuestro tiempo es que estamos más conectados que nunca, pero seguimos luchando por sentirnos comprendidos.
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