El triste derrotero del cuerpo de Eva Perón narrado por Tomás Eloy Martínez

En la novela “Santa Evita”, el autor relata los hechos históricos que a su vez mezcla con otros elementos narrativos propios de su imaginación y así genera un incierto límite entre realidad y ficción

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Imagen de 1947 de Eva Perón (Foto: EFE/Pérez de las Rozas)
Imagen de 1947 de Eva Perón (Foto: EFE/Pérez de las Rozas)

Desde ya hace un tiempo, venimos desarrollando las variadas maneras en que la literatura argentina ha dado cuenta de hechos relevantes de nuestra historia desde aproximadamente mediados del siglo XX. En este sentido, abordamos en distintas notas obras referidas a la Guerra de Malvinas y a la llamada “crisis del año 2001″. Asimismo, dado los numerosos textos dedicados a un fenómeno central de la historia argentina como el peronismo, destinamos diferentes artículos para tratar aspectos de este.

Así, sobre el denominado “peronismo clásico” (1946-1955), abordamos obras de Beatriz Guido, Jorge Luis Borges, Ezequiel Martínez Estrada y Julio Cortázar. Por otra parte, sobre el peronismo de los años setenta, nos referimos a novelas de Osvaldo Soriano, Jorge Asís y Luis Gusmán. En esta oportunidad, trataremos otro aspecto del peronismo sobre el cual existe un apreciable número de obras, la figura de Eva Perón. En este artículo, abordaremos así una de las obras más relevantes sobre esta temática, Santa Evita, de Tomás Eloy Martínez.

Esta novela, aparecida en 1995, no es el primer texto dedicado a Eva, ya que un antecedente muy conocido es el cuento “Esa mujer”, de Rodolfo Walsh, publicado en 1965. De hecho, la primera mención que realiza el propio Martínez en “Reconocimientos”, el texto final dedicado a los agradecimientos, es la siguiente: “A Rodolfo Walsh, que me guio en el camino hacia Bonn y me inició en el culto de ‘Santa Evita’”. Asimismo, dentro de la obra, el narrador hace referencia explícita a ese cuento: “El propio Rodolfo Walsh deslizó algunas pistas en ‘Esa mujer’, al mencionar los infortunios de dos oficiales de Inteligencia”. Además, cabe aclarar que ambos textos abordan una Eva “post mortem”, es decir, se refieren a su cuerpo una vez fallecida.

Tras su muerte, Eva Perón fue velada en la CGT. Después, su cuerpo siguió un rumbo ocultado por los militares.
Tras su muerte, Eva Perón fue velada en la CGT. Después, su cuerpo siguió un rumbo ocultado por los militares.

Todos los particulares sucesos narrados en la novela de Tomás Eloy Martínez parecen surgidos de su imaginación, sin embargo muchos de los allí narrados realmente ocurrieron. Las extraordinarias peripecias sufridas por el cuerpo de Eva se asemejan a una narración literaria, pero en verdad son hechos históricos efectivamente sucedidos que deben recordarse. Tras una penosa agonía por un cáncer, Eva Perón falleció el 26 de julio de 1952.

El propio Juan Perón decidió que su cuerpo fuera embalsamado, tarea que fue encomendada al anatomista español Pedro Ara, quedando esos restos con ese especial tratamiento en el edificio de la CGT. Posteriormente, con el golpe de Estado de septiembre de 1955 que derrocó al gobierno peronista, tras un breve ejercicio de la presidencia por el general Eduardo Lonardi, asumió dicho cargo el general Pedro E. Aramburu, bajo cuyo mandato se profundizó una tarea “desperonizadora”, es decir, se trató de evitar todo aquello que pudiese recordar al gobierno depuesto.

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Temiendo el entonces presidente que el cuerpo de Eva, símbolo del peronismo, fuera secuestrado por un comando de la resistencia peronista, ordenó sustraerlo de la CGT y darle “cristiana sepultura” (es decir, enterrarlo clandestinamente). Fue en la noche del 22 de noviembre de 1955 que se sustrajo el cuerpo de la CGT, en una operación comandada por el coronel Carlos Moori Koenig, jefe del SIE (Servicio de Inteligencia del Ejército). A partir de entonces, el cadáver deambuló por distintos lugares, siendo uno de ellos el altillo de la casa del mayor Eduardo Arandía, quien estaba a las órdenes del citado militar. Una noche Arandía escuchó ruidos y, pensando que era una comando peronista intentando recuperar el cadáver, disparó con su pistola a una persona que se movía en la oscuridad, que resultó ser su esposa, la cual falleció a consecuencia de los disparos.

Luego de ello, Moori Koenig llevó el cuerpo a su propia oficina del SIE, colocándolo en posición vertical cerca de su despacho. La posesión de ese cuerpo era una especie de trofeo para el militar que lo enseñaba a diversos visitantes y se mostraba obsesionado con este. Ante el curso que tomaban los acontecimientos, dicho militar fue desplazado y se decidió trasladar el cuerpo al exterior, pues no solo se temía su recuperación por parte de los peronistas, sino también su destrucción por militares antiperonistas. En 1957 se trasladó en barco el ataúd a Italia, haciéndolo figurar bajo el falso nombre de María Maggi de Magistris e inhumándolo finalmente en un cementerio de Milán. Otros oscuros hechos más todavía debió afrontar posteriormente el cuerpo de Eva, hasta que con posterioridad fue entregado a la familia Duarte, quedando alojado en el cementerio de la Recoleta.

Tomás Eloy Martínez (gentileza Gonzalo Martínez - Fundación Tomás Eloy Martínez)
Tomás Eloy Martínez (gentileza Gonzalo Martínez - Fundación Tomás Eloy Martínez)

La mayoría de todos estos episodios y además muchos más son narrados en Santa Evita. El carácter aparentemente irreal de hechos sucedidos realmente contribuye a que sea muy difícil desentrañar en la novela qué es lo que refleja lo acontecido en verdad y qué es pura invención del autor. La obra está presentada como un texto de investigación periodística, donde el que investiga es el mismo narrador, que para mayor confusión del límite entre realidad y ficción se asume como el autor real, Tomás Eloy Martínez. Esto se hace explícito, por ejemplo, cuando se refiere a datos que supuestamente le habría proporcionado el peluquero de Eva y menciona como de su autoría a La novela de Perón, una conocida obra anterior del escritor. Asimismo, cabe recordar que Martínez además de ser un reconocido escritor fue también un destacado periodista.

No es esta la única manera de leer la obra, pues como el narrador investiga las distintas peripecias seguidas por el cuerpo de Eva también hace que el texto pueda ser leído como una novela policial con un misterio a resolver y con múltiples testigos de los hechos a ser interrogados. Por otra parte, dado el carácter oscuro, lúgubre, tenebroso de lo narrado sobre el derrotero del cadáver de Eva, algunos analistas han visto la obra como una “novela gótica”.

En cuanto al narrador, este hace participar al lector de dónde proviene lo que está contando, sea de personas a las cuales entrevistó o fuentes escritas que revisó. También lo hace partícipe de sus reflexiones a medida que escribe sobre cómo interpretar ciertos hechos o dudar de sus fuentes. No sabemos si esto es realmente lo que le ocurría al autor verdadero o es una simple estrategia para dar verosimilitud a lo contado, pero lo que sí está claro es la presencia en el texto de una narración sobre la narración propiamente dicha, es decir, la presencia de una “metanarración”.

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Por otra parte, los testigos (leída la obra como novela policial) o fuentes (leída como investigación periodística) son personajes que realmente existieron y a muchos de los cuales menciona el autor en la página final “Reconocimientos”. Así, por ejemplo, sobre el peluquero de Eva, se menciona en dicha página “A Julio Alcaraz, por su relato del renunciamiento”. En efecto, en el capítulo dedicado al renunciamiento de Eva a ser la candidata a la vicepresidencia para las elecciones presidenciales de 1951, muchos de los hechos allí contados son en verdad lo que el narrador dice que le ha contado Alcaraz en forma dispersa y que él reconstruye.

Además, este capítulo puede aprovecharse como ejemplo para comentar otros aspectos presentes en la novela. Uno de ellos es que, al igual que el resto de los otros quince capítulos, lleva por título una frase adjudicada a Eva; en este caso, “Renuncio a los honores, no a la lucha”, frase referida a su declinación a la mencionada candidatura. Otro de los aspectos es que, si bien fundamentalmente en la obra se narra el tenebroso itinerario del cuerpo de Eva, la narración no se limita a ello ya que como mencionamos se refiere también a hechos anteriores cuando ella estaba viva.

María Eva Duarte de Perón (1919-1952)
María Eva Duarte de Perón (1919-1952)

Asimismo, también hallamos en el capítulo un ejemplo del comentado difuso límite entre ficción y realidad cuando, basándose supuestamente en lo dicho por Alcaraz, se narra que Eva en una conversación con Juan Perón se niega a renunciar a la candidatura ofrecida por la CGT: “Pero llegué hasta aquí y fue porque vos quisiste. Me trajiste al baile, ¿no? Ahora, bailo. Mañana hablo por radio a primera hora y acepto. Nadie me va a parar (…) Entonces, él habló. Separó las sílabas una por una, y las dejó caer: -Tenés cáncer -dijo-. Estás muriéndote y eso no tiene remedio”. Según diversas fuentes, este diálogo entre Eva y Perón nunca sucedió, siendo en verdad una invención del autor, aunque posteriormente fue tomado por muchos como cierto.

Numerosos son los personajes que se encuentran en la novela y que remiten a personas que realmente existieron, destacándose entre ellos Moori Koenig, quien es nombrado en el texto como el “Coronel” y que aparece frecuentemente en la obra. Este está presentado como alguien que sufre una profunda obsesión con el cadáver de Eva, hecho que también había sido destacado en el cuento de Walsh y que al parecer realmente sucedió.

Natalia Oreiro como Eva Perón en la serie basada en la novela de Tomás Eloy Martínez
Natalia Oreiro como Eva Perón en la serie basada en la novela de Tomás Eloy Martínez

Por último, un elemento que no queremos dejar de mencionar es la remisión en la obra a otros textos literarios que de una u otra manera abordaron la temática del cuerpo de Eva. Además del ya mencionado cuento de Walsh, en la novela hay referencias a obras de otros autores como Jorge Luis Borges o Copi (Raúl Damonte Botana), casos en los cuales el narrador no se limita a nombrarlos sino que además emite juicios sobre sus textos. Así, por ejemplo, refiriéndose al relato “El simulacro “, de Borges, comenta: “El propósito de Borges era poner en evidencia la barbarie del duelo y la falsificación del dolor a través de una representación excesiva. Eva es una muñeca muerta en una caja de cartón, que se venera en todos los arrabales”.

En suma, con esa indiscernible combinación de hechos reales y sucesos ficticios, Santa Evita nos recuerda el penoso itinerario del cuerpo de un figura saliente de la historia nacional, a la vez que contribuye a reforzar el “mito de Eva”.