Tiene 116 años, ya vivió más que varias generaciones de sus seres queridos y su pueblo se convirtió en su familia

Edith Ceccarelli es la persona más longeva de Estados Unidos y la segunda del mundo. Nació en 1908 en un pequeño pueblo de California, donde sigue viviendo. En su cumpleaños recibió el cariño de sus vecinos

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Varias generaciones de residentes de la localidad asisten a la celebración anual del cumpleaños de Edith Ceccarelli el día antes de su cumpleaños número 116, en el asilo para ancianos Holy Spirit, en Willits, California, el 4 de febrero de 2024 (Alexandra Hootnick/The New York Times)
Varias generaciones de residentes de la localidad asisten a la celebración anual del cumpleaños de Edith Ceccarelli el día antes de su cumpleaños número 116, en el asilo para ancianos Holy Spirit, en Willits, California, el 4 de febrero de 2024 (Alexandra Hootnick/The New York Times)

WILLITS, California -- Cuando Edith Ceccarelli nació en febrero de 1908, Theodore Roosevelt era presidente, Oklahoma acababa de convertirse en el estado número 46 del país y las mujeres todavía no tenían derecho al voto.

A los 116 años, Ceccarelli es la persona más vieja de la que se tenga conocimiento en Estados Unidos y la segunda más vieja en el mundo. Ha vivido dos guerras mundiales, la aparición del modelo T de Ford y las dos pandemias más mortales en la historia de Estados Unidos.

Durante la mayor parte de ese tiempo, ha vivido en un solo lugar: Willits, un pueblo enclavado en los bosques de secuoyas de California que solía ser famoso por su explotación forestal, pero que ahora podría ser más famoso por Ceccarelli.

En el ayuntamiento de Willits, sobre el cual se yerguen secuoyas de 30 metros, hay una fotografía de Ceccarelli con un marco dorado dentro de una vitrina. El año pasado, la junta de supervisores del condado de Mendocino declaró el 5 de febrero como el día de la hija predilecta del condado.

“Toda la comunidad estaba maravillada cuando cumplió 100 años y Ceccarelli se convirtió en una especie de celebridad local”, señaló la alcaldesa Saprina Rodriguez, quien a sus 52 años, tiene menos de la mitad de la edad de Ceccarelli.

El domingo, el pueblo de Willits organizó la celebración anual para su residente más preciada, quien la observó desde la terraza de su residencia para ancianos. Estaba lloviendo, era el comienzo de otro río atmosférico (lo que se ha llamado simplemente aguacero durante la mayor parte de la vida de Ceccarelli), pero a nadie en Willits se le ocurrió cancelar esta celebración anual.

Hubo un desfile de vehículos de policía y de bomberos y, luego, de un camión de basura. Los automóviles que transportaban a los residentes que saludaban y le cantaban a su queridísima Edie iban adornados con guirnaldas, globos y flores.

“Es un símbolo de la localidad”, comentó Suzanne Picetti-Johnson, una veterana residente de Willits que vestía con un impermeable y un gorro y daba instrucciones a una camioneta todoterreno que llevaba escrito en su ventana trasera “Felices 116″. “Siempre ha sido una verdadera ternura y estamos encantados de festejarle un cumpleaños más”.

El 5 de febrero de 1908, su tía trajo al mundo a Edith Recagno en una casa que su padre había construido con sus manos en Willits. La casa no contaba con electricidad ni agua corriente, así que era un pozo el que le proporcionaba a la familia agua potable y, en vez de refrigerador, había un espacio fresco donde poner la leche y la carne.

Ella fue la primera de los siete hijos de Agostino y Maria Recagno, unos inmigrantes italianos atraídos por las oportunidades del condado de Mendocino. Willits, donde los troncos de los árboles están cubiertos con musgo verde y los helechos gigantes se despliegan a lo largo de los bancos de arroyos helados, fue establecido por pioneros ganaderos en la década de 1850 cuando los cazadores de fortunas acudían en masa a California durante la fiebre del oro.

En su infancia, Ceccarelli jugaba baloncesto y tenis, tocaba el saxofón --su madre tuvo que ahorrar para comprárselo-- y le encantaba cantar y bailar. Ceccarelli recordó que su padre, quien abrió una tienda de comestibles en Willits en el año de 1916, cortaba leña y la transportaba a la casa después del trabajo.

"Después de la cena, se sentaba con nosotros y nos ayudaba a leer", escribió Ceccarelli. "Solo había estudiado hasta tercer grado, pero era muy listo. Todavía puedo ver la lámpara de aceite sobre la mesa ante la que leíamos".

A partir de ahí, la vida de Ceccarelli se desarrolló como la de muchas otras personas. Se casó a la edad de 25 años con su novio de la secundaria, Elmer Keenan, y se mudaron a Santa Rosa, donde trabajó como tipógrafa en el periódico The Press Democrat y la pareja pronto adoptó una bebé. En 1971, luego de que su esposo se jubilara, regresaron a Willits.

Ceccarelli siguió envejeciendo, pero no todas las personas en su vida tuvieron tanta suerte. Su marido murió en 1984 después de más de 50 años de matrimonio. Ceccarelli volvió a casarse y su segundo marido, Charles Ceccarelli, falleció en 1990. Su hija murió en 2003 a la edad de 64 años. Desde entonces, Ceccarelli ha sobrevivido a sus seis hermanos menores, así como a sus tres nietas, quienes todas fallecieron a los 40 y tantos años debido a una enfermedad genética.

“Todos ya murieron y han estado muertos durante años y años”, comentó Evelyn Persico, de 84 años, mientras pasaba las páginas de los álbumes de fotografías en blanco y negro con etiquetas escritas con la letra de Ceccarelli. Persico, quien está casada con el primo segundo de Ceccarelli y vive en un rancho en Willits, es una de los pocos familiares que aún le quedan.

Así que cuando se acercaba su cumpleaños número 100 en 2008, Ceccarelli mandó invitaciones a todo el pueblo de Willits. Pese a los cambios a través de varias décadas, como la autopista 101 que pasa por la calle principal y el desarrollo de granjas de marihuana, Willits seguía siendo una comunidad muy unida. La refinada Ceccarelli se había vuelto famosa por no perderse ninguno de los bailes que se realizaban en el centro para personas mayores y por sus caminatas diarias a través del pueblo.

Con un traje color fucsia y tacones altos, Ceccarelli bailó al lado de más de 500 personas que fueron a celebrar su nueva categoría de persona centenaria y el alcalde de aquel momento le colocó una diadema sobre su cabello blanco.

A partir de entonces, cada cumpleaños de Ceccarelli ha sido conmemorado con una fiesta, una comida o, en la época del COVID, con un desfile, todo lo cual ha sido público para todos los residentes de Willits. Portando casi siempre una colorida mascada y unas perlas, Ceccarelli compartía su sabiduría sobre cómo llegar a tener una larga vida: “Beban un par de dedos de vino tinto con la cena y ocúpense de sus propios asuntos”.

Otros años, entretenía a los invitados con historias de épocas pasadas, sobre haber conocido a alguien que había comido con Abraham Lincoln o sobre haber escuchado sonar todas las campanas de Willits el 11 de noviembre de 1918 para anunciar el final de la Primera Guerra Mundial.

"Me gustan los pueblos pequeños porque se conoce a más gente; en cambio, en las grandes ciudades, no se conoce a nadie", le comentó Ceccarelli al periódico de la localidad justo antes de la fiesta para celebrar su cumpleaños número 107.

Ceccarelli vivió sola hasta que tenía 107 años y, luego, se mudó a un asilo de ancianos en Willits. Ya ha vivido 37 años más que las mujeres estadounidenses promedio y la única persona conocida que es más vieja que ella es María Branyas Morera, quien reside en España, pero nació en San Francisco once meses antes que Ceccarelli.

Como su demencia ha avanzado últimamente y no siempre sabe lo que está ocurriendo, el pueblo se ha encargado de organizarle sus fiestas de cumpleaños. El día de la fiesta en la mañana, se veía contenta de saber que todos estaban ahí con ella y le dio una probadita a su pastel de zanahoria adornado con el número "116".

“A mí me maravilla”, comentó Persico, quien ese día saludó a Ceccarelli con un beso en la frente. “No puedo creer que esta pequeña bebé italiana procedente de un pueblo tan pequeño como este, tenga este asombroso historial de longevidad”.

*Soumya Karlamangla - ©The New York Times