Cruenta Navidad

“Estoy convencido de que la persecución contra los cristianos hoy es más fuerte que en los primeros siglos de la Iglesia”

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Vista de la Iglesia Católica
Vista de la Iglesia Católica de San Francisco, donde los fieles fueron atacados por hombres armados durante la misa dominical, en Owo, Ondo, Nigeria, el 6 de junio de 2022 (REUTERS/Temilade Adelaja)

Extraigo esta reflexión de una entrevista con el papa Francisco en 2014. En aquellos momentos yo estaba preparando un libro sobre la persecución de los cristianos en el siglo XXI que publicaría en 2018 con el título de “S.O.S. cristianos”. El objetivo de mi libro era doble: por un lado, denunciar la persecución sistemática que sufren los creyentes en Cristo; y por el otro, romper lo que Julio María Sanguinetti tildó, en su prólogo, como un “ominoso ostracismo informativo”.

Más de diez años después, la afirmación del Santo Padre no solo no ha sido desmentida, sino que resulta dolorosa y trágicamente ratificada: en el siglo XXI hay más mártires cristianos que en los tiempos de las catacumbas, en una sangría que parece imparable. Coptos, asirios, siríacos, ortodoxos, católicos y protestantes, todas las familias del cristianismo sufren el estigma de la cruz. No se trata de una persecución aleatoria surgida de contingencias puntuales (zonas de conflicto, procesos migratorios, guerras), sino de una persecución ideológica, especialmente vinculada a la expansión del salafismo ideológico, profusamente contrario a los valores morales y éticos de las enseñanzas de Jesús, que dieron forma a los valores occidentales. No es una casualidad, por ejemplo, el rosario de ataques a mercados navideños en Europa porque en la concepción integrista islámica, después de los judíos, vienen los cristianos. Ese era el lema que se coreaba en el Mosul del Estado islámico: “primero por el sábado, y después por el domingo”.

El nivel de persecución es de tal magnitud que puede considerarse una limpieza étnica en un sentido religioso, con comunidades con más de dos mil años de historia en su tierra, que ahora están desapareciendo. Coptos en Egipto, asirios y caldeos en las llanuras del Nínive, siríacos del Kurdistán turco, silo malabares del sur índico, todo tipo de comunidad milenarias que sobrevivieron a grandes imperios, pero no consiguen sobrevivir al siglo XXI, diezmados por la violencia, la represión y la obligada diáspora. Como triste ejemplo, el de la comunidad ortodoxa siríaca que se remonta al siglo I (es la más próxima a los raíces semíticas del cristianismo) y cuya lengua es una variante del arameo. En el siglo XX superaban los quinientos mil fieles y ahora, en el 2025 no llegan a dos mil. Sus monasterios e iglesias abandonadas y semi derruidas decoran los campos del Kurdistán turco.

Si los ejemplos concretos son lacerantes, los datos globales del año 2024, extraídos del informe de la fundación Puertas Abiertas que hace años que monitoriza la persecución de los cristianos, son trágicos: 4744 cristianos asesinados por su fe; 7679 iglesias atacadas; 380 millones de cristianos en situación de discriminación, persecución y violencia. Es decir, 1 de cada 7 cristianos del mundo sufre alto niveles de riesgo, desde la discriminación y la segregación legal, en los países donde se impone la sharia -con penas que pueden llegar a condena de muerte-, hasta el asesinato, allí donde actúa el terrorismo yihadista. A excepción de Corea del Norte, que tiene el horrible mérito de ser el país más peligroso del mundo para los cristianos-solo puede haber un Mesías en el imperio de Kim Jong-un-, el resto de los veinte países más peligrosos son islámicos o sufren la presión del islamismo. El caso de Nigeria es el más clamoroso, con sistemáticas

matanzas de católicos por parte de Boko Haram. Lo mismo ocurre en Mali, en Burkina Faso, en Somalia, en el Yemen, en Libia, en Pakistán, en Afganistán...

La realidad es inapelable: las comunidades cristianas tienen sus derechos básicos diezmados, violentados y reprimidos en múltiples países, y en otros directamente son asesinados. Desde no poder celebrar la Navidad u otras celebraciones religiosas, a tener prohibido cualquier símbolo cristiano, de sufrir segregación social a tener diezmados sus derechos judiciales, y así un largo etcétera, y ello en los países donde “solo” sufren discriminación por ser cristianos. En los lugares donde su fe es un objetivo yihadista, simplemente no pueden vivir. Y todo ello pasa ante la clamorosa indiferencia internacional, sin prensa que ponga el foco, ni pancartas de ruidosos manifestantes, ni campus universitarios sublevados, ni izquierdosos salvadores del pueblo, ni ONUS escandalizadas. Los cristianos no interesan, su dolor no duele, y su muerte no es noticia. Sufren la nada, el ostracismo, el silencio cómplice...

Mueren, pero no nos importa.

FI.