
Según The Economist el misil que hundirá al Sr Biden en la elecciones de noviembre es uno proveniente de América Latina: el flujo imparable de seres humanos que se vuelcan a diario sobre la frontera sur de Estados Unidos arriesgando vidas y hacienda para poder vivir en libertad.
Ese arrollador flujo será indetenible mientras América Latina sea el caos político/económico de la última década. Ese caos como el champagne se ha decantado a lo largo de siglos de represión de la libertad. Gracias al funcionamiento de estructuras medievales en la región que se extiende desde el Rio Bravo hasta la Patagonia, hay una significativa proporción de la población regional que no tiene acceso a la propiedad o a trabajos estables. Tampoco goza de cobertura de salud ni de seguridad. Bajo estas condiciones, la población ha decidido buscar un destino mejor en el único país hijo de la Ilustración en donde prevalece el estado de Derecho y las personas son libres para crear su propio destino.
Pero la nación destino está hoy sacudida por un maremoto interno en el que una porción significativa de su población no entiende cómo los puestos de trabajo que le permitieron llevar una vida de clase media y educar a sus hijos para que tuviesen un destino mejor se han esfumado. Tampoco entienden por qué los nuevos puestos de trabajo les exigen destrezas que no les ensenaron en la escuela.
A esto hay que añadir el constante aumento de precios y las fallas del sistema de salud para comprender el enojo del 30% de los norteamericanos que representan la base de la pirámide social. Y esos americanos no desean un solo migrante más en su territorio. Y están dispuestos a luchar por cualquier vía, incluyendo la violencia, para impedir que continúe lo que ellos llaman “la invasión silenciosa”.

La mayoría de este segmento poblacional ha sido movilizada por Donald Trump, quien les promete deportar 10 millones de extranjeros no documentados y poner un inmenso candado en la frontera sur. Todos sabemos que esto es imposible pero los seguidores de Donald Trump no lo creen y desean apoyar la posibilidad de impedir el ingreso de extranjeros a quienes culpan de su desempleo y del deterioro de los servicios públicos.
Mientras tanto en América Latina se enseñorean regímenes que han descubierto la forma de usar el éxodo de su población como arma para herir a los Estados Unidos y como negocio monumental vía pactos con tratantes de seres humanos dentro de las jerarquías del crimen organizado transnacional. Además, les une al crimen organizado transnacional la participación en la fuente de ingresos principal que es el tráfico de drogas. Las rutas de la droga, pese a su diversificación, se concentran en la Medialuna Andina (Perú, Ecuador, Colombia y Venezuela) y el istmo centro americano. Esos países salvo Costa Rica y Ecuador -donde todavía se libra una desigual batalla contra el crimen organizado transnacional- están fagocitados por el crimen organizado transnacional. Y entre el interés de atacar a Estados Unidos y el de maximizar el ingreso por el tráfico de drogas, la violencia es rampante y mientras haya violencia habrá éxodo.
Por tanto, mientras el vecindario arda, los dilemas internos en Estados Unidos serán exacerbados y las probabilidades de que ese país cree mecanismos de distanciamiento de América Latina son elevadas. Y en la medida que crezca el aislacionismo, menores serán las probabilidades de que región cree puentes para participar en el nuevo redespliegue industrial en el que la economía mayor del mundo pasará de alimentar su crecimiento en manufacturas para consolidar una usina de servicios en los que la infraestructura digital es la columna vertebral.
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