
Decir que el Perú atraviesa por una delicada situación (económica, política y social) no es una novedad de un tiempo a esta parte. La frase “El Perú está al filo de la cornisa y no falta nada para caer en el abismo” ha sido repetida hasta el hartazgo y se ha convertido en un estribillo.
Al mismo tiempo, en nuestro día a día, los medios de comunicación nos informan sobre nuevas y serias denuncias de corrupción que involucran a una larga lista de autoridades, desde el presidente Pedro Castillo, pasando por ministros, exministros, congresistas, así como un sinfín de funcionarios públicos. También nos topamos con reajustes a la baja sobre el crecimiento económico del país y perspectivas negativas desde el empresariado peruano con relación a los próximos meses.
En cuanto a la población, el cansancio mental producto de la pandemia, el hastío por los actores políticos (el 70% de peruanos desaprueba la gestión gubernamental de Pedro Castillo y el 75% desaprueba la gestión del Parlamento, de acuerdo con una encuesta de Ipsos de inicios de junio) y la preocupación por sortear el incremento del costo de vida, han provocado que no exista un pronunciamiento compacto desde las calles para poner fin a nuestra crisis. A esto hay que sumarle una permanente polarización que impide tender puentes entre los distintos segmentos de la población para establecer demandas comunes y que permitan beneficiar a todos los peruanos.
Frente a este panorama, el empresariado peruano tiene una histórica nueva oportunidad para impulsar un verdadero cambio del tablero político, impulsando el surgimiento de nuevos líderes que puedan mejorar el “menú electoral” y que lejos de dividir a la población, logren consensos.
Si bien el Perú requiere de profundos cambios en su sistema de partidos, su sistema electoral y temas vinculados a la relación que existe entre el Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo, se necesita empezar por tener líderes visibles que quieran llevar adelante los cambios que se necesitan de forma responsable, dejando atrás el mercantilismo o la imagen del poder en las sombras, para dar paso a una visión más profesional y a largo plazo.
Esta visibilidad es necesaria para generar confianza en las personas y a la vez ser transparentes con los objetivos que se persiguen: contribuir con el desarrollo del país. También se necesitan propuestas concretas y una visión descentralizada e inclusiva que permitan hacer viables las soluciones a los grandes problemas que afrontamos: falta de empleo formal, incremento sostenido del costo de vida, deficientes servicios públicos, centralismo, poca preocupación por las poblaciones más vulnerable, etc.
La participación activa del empresariado es necesaria en estos tiempos porque puede representar mejor a un segmento de la ciudadanía. Con ello no señalo que este sea el único camino para salir de la crisis, ni sugerir que los mejores líderes provienen del sector privado. Pero lo que sí creo es que sin el involucramiento del sector privado ni un mayor liderazgo, será más difícil retomar la senda del crecimiento y el desarrollo. Los think tanks, los congresos empresariales e incluso los documentos de trabajo, han demostrado que lamentablemente no son suficientes y necesitan ser llevados a la práctica.
Esperemos que en el futuro cercano exista una mayor movilización del buen empresariado para aportar nuevos líderes que permitan construir un mejor país, con mejor educación, más oportunidades, menos desigualdades y se generen negocios sostenibles con el ambiente y la sociedad.
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