
La momificación artificial desarrollada por el pueblo Chinchorro en la costa del desierto de Atacama, considerada la más antigua conocida en el mundo, ha sido reinterpretada por especialistas como una manifestación artística con profundas implicancias terapéuticas y sociales. Según un artículo publicado en el Cambridge Archaeological Journal, nuevas hipótesis proponen que el origen y evolución de esta práctica, que se remonta a entre siete mil y 3.500 años antes del presente, estuvo vinculada a la alta mortalidad infantil, integrando arte, rito y búsqueda de alivio emocional, aunque con consecuencias inadvertidas para la salud por la exposición a pigmentos tóxicos.
Las investigaciones dirigidas por Bernardo Arriaza sostienen que las técnicas de momificación Chinchorro surgieron, inicialmente, como un mecanismo para canalizar el duelo provocado por la alta mortalidad de niños, relacionada en muchos casos con la intoxicación por arsénico presente en el agua de los valles del norte de Chile. El estudio señala que la transformación de los cuerpos en íconos visuales y estéticos permitió a las familias procesar la pérdida y mantener el vínculo con los fallecidos. “El cuerpo transformado se convirtió en un lienzo para expresar emociones y un lugar donde estos antiguos pueblos pudieron haber encontrado sanación y consuelo emocional”, afirmó Arriaza.
Este enfoque supera la visión tradicional de los Chinchorro como pescadores y recolectores, aportando nuevas perspectivas sobre su estructura social y la relevancia del arte funerario como herramienta de cohesión y resiliencia. La momificación funcionó como un proceso simbólico de elaboración del dolor que involucraba tanto a individuos como a la comunidad.

Las comunidades Chinchorro se establecieron en zonas donde la toxicidad del agua superaba ampliamente los niveles seguros, con concentración de arsénico hasta cien veces mayor al límite recomendado. Este entorno favoreció abortos espontáneos frecuentes y una tasa de mortalidad infantil cercana al 26%, similar a la de otros grupos de cazadores-recolectores, según datos de la investigación. Arriaza advierte que, en poblaciones pequeñas, la muerte infantil podía comprometer la supervivencia familiar, reforzando la necesidad de rituales que otorgaran sentido y continuidad a los ausentes.
La resiliencia ante estas tragedias se reflejó en ritos funerarios progresivamente sofisticados, con tratamiento detallado de los cuerpos y su conservación dentro de la comunidad, junto a ceremonias orientadas a fortalecer los lazos sociales y la memoria de los antepasados. El arte funerario chinchorro constituye una respuesta colectiva que une duelo, creatividad y reafirmación de la identidad.
La elaboración de las momias Chinchorro requería una secuencia compleja: extracción de órganos, relleno con fibras, arcilla y tierra, reensamblaje con varas y reconstrucción de rasgos anatómicos mediante modelado y pigmentación. El uso de pigmentos tenía un significado especial: durante la fase de las “momias negras” se empleó óxido de manganeso para cubrir el cuerpo con un tono negro uniforme; posteriormente, en la etapa de las “momias rojas”, se utilizó ocre rojo para recubrir el cuerpo y detallar los rasgos faciales y el cabello con otros materiales.

Los colores no solo cumplían una función estética, sino que transmitían significados ideológicos y espirituales: el negro representaba la muerte y la transición, el rojo simbolizaba la vida y la transformación, y el blanco se asociaba a la pureza y al cambio de estado. Estos elementos, junto al uso de textiles y materiales de origen animal y vegetal, conformaban verdaderas esculturas, reflejando la destreza y sensibilidad artística de los antiguos habitantes del Atacama.
La confección de las momias exigía recursos, organización comunitaria y transmisión intergeneracional de técnicas, lo que destaca su importancia tanto por su dimensión colectiva como por el resultado final.
A pesar de su profundidad artística y simbólica, el uso prolongado de óxido de manganeso provocó efectos nocivos en la salud de la población. Las fuentes citadas señalan que análisis bioarqueológicos detectaron altos niveles de manganeso en tejidos de individuos momificados, sin diferencia clara entre hombres y mujeres, lo que indica una exposición generalizada y prolongada.
El estudio documenta que cerca del 21% de los cuerpos estudiados presenta concentraciones tóxicas de manganeso —por encima de 10 ppm—, con síntomas neurológicos similares al parkinsonismo: alteraciones motoras, alucinaciones, risa patológica y pérdida de expresión facial. La identificación paulatina de estos daños pudo impulsar el abandono progresivo del pigmento negro, favoreciendo el cambio hacia el ocre rojo y la adaptación de las técnicas a formas menos perjudiciales.

Las investigaciones también señalan que la elaboración de momias modificó los roles de género. La hipótesis más aceptada plantea que durante la “fase negra”, las mujeres lideraron los procesos mortuorios, especialmente en casos de infantes, mientras que en la “fase roja” los hombres asumieron un papel central, reflejando transformaciones sociales y dinámicas comunitarias.
Con el tiempo, factores como el reconocimiento de los riesgos tóxicos, el surgimiento de nuevas actividades económicas y los cambios demográficos contribuyeron al declive de las formas más complejas de momificación. Sin embargo, el legado de la cultura Chinchorro se mantiene en la identidad regional del norte de Chile, a través del arte, la memoria colectiva y los debates sobre patrimonio y salud.
La herencia funeraria chinchorro marca los orígenes del arte mortuorio conocido en América, al integrar los límites entre arte, terapia y rito, y dejar una huella duradera que sigue ampliando la interpretación del pasado andino.
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