El encuadre tembloroso de una cámara acostumbrada a grabar entradas y salidas de aviones da paso a una escena que podría parecer cine frenético —o, en su desarrollo, una comedia absurda—: un hombre irrumpe corriendo en plena pista del aeropuerto de Heathrow, en Londres, como si el espacio entre los aviones fuera un pasillo más de su cinematográfica huida.
Un avión de Air Baltic rueda mientras otro aterriza de fondo con precisión matemática sobre el asfalto. La escena, que pasa de la acción o drama, transcurre. El reloj de la transmisión marca las 20:27.
El hombre corre desentonando con la coreografía perfecta del aeropuerto como una nota discordante en una partitura. Su presencia trastoca todo, y al mismo tiempo, no detiene nada.

Otros tres hombres lo siguen a distancia, sin autoridad visible ni eficacia. A su alrededor, los aviones despegan y aterrizan como si nada, los camiones de carga maniobran, las luces siguen sus ciclos. Heathrow —esa máquina de relojería que mueve más de 200.000 personas al día— continúa su marcha imperturbable.
No hay corte ni transición. Con semejante persecución en desarrollo, el aeropuerto, inexplicablemente, no se detiene.
El fugitivo corre con torpeza. Se para, toma aire, se dobla. Vuelve a correr. Luego camina y vuelve a correr lento. Parece cansado, pero no derrotado. Aun así no lo detienen.

Es sus últimos pasos, se escurre entre escaleras móviles y las estructuras de la pista marcadas con símbolos de peligro. Más que un escape, su carrera parece una puesta en escena: exagerada, absurda, sostenida. Como si él también estuviera interpretando un papel en esta pieza sin guion.
A los dos minutos, entra en cuadro una VAN blanca. Se desplaza unos metros en forma errática hasta que no hay salida para el protagonista, porque ya está cansado.

Dos hombres saltan desde el vehículo. Lo rodean, lo alcanzan, pero no lo reducen. Le toman la mano, caminan con él. Lo acompañan. Luego, un vehículo de seguridad y solo a las 20:32, cuando ya pasaron más de cinco minutos de acción, la policía aparece y lo inmoviliza contra el suelo.

Horas después, un vocero de Heathrow dijo su línea: “En colaboración con nuestros socios, hemos resuelto rápidamente un incidente en el aeropuerto relacionado con una persona que accedió a la calle de rodaje del aeropuerto. La persona ha sido expulsada del aeropuerto. El aeropuerto continúa operando con normalidad y los pasajeros viajan según lo previsto”.
Pero el video, filmado por el canal de streaming Big Jet TV, mostró otra cosa: un lapsus en el sistema, un instante en que las jerarquías del orden se suspenden, el control se deshilacha y la pista se transforma en escenario.
No fue rápida la reacción. No fue normal lo ocurrido. Fue más bien un teatro del absurdo desplegado en la legendaria precisión británica.
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