Imagínate abrir la puerta de tu departamento y encontrar dos serpientes enormes deslizándose como fantasmas ancestrales por el pasillo. No es una pesadilla ni una escena perdida de una película de terror: ocurrió en Bangkok, en un condominio donde los reglamentos prohíben tener mascotas, pero donde las disputas vecinales decidieron escribir sus propias leyes.
Una cámara de seguridad captó el momento. Las serpientes avanzan lentas, hipnóticas, como si supieran que son parte de una performance. No atacan. No huyen. Solo están. Son reptiles grandes, probablemente pitones reticuladas, animales capaces de medir más de seis metros y envolver a su presa con una fuerza descomunal. No poseen veneno, pero no lo necesitan: su abrazo es suficiente para quebrar huesos. Su piel, cubierta por escamas iridiscentes y dibujos en forma de red —de ahí su nombre—, parece diseñada para camuflarse entre hojas, no entre baldosas. Sin embargo, aquí están: reclamando su lugar en la modernidad.

La escena no fue espontánea. Las serpientes fueron liberadas con intención. El autor, un residente hastiado por los ladridos incesantes del perro de su vecino, decidió protestar de una manera radical. “Hoy traje dos. Mañana traeré más. No pude cargar a la más grande”, escribió en Facebook, junto al video que en pocas horas se volvió viral. Según explicó, durante dos años había elevado quejas al departamento de administración del edificio, sin recibir más que silencio como respuesta. Y si su vecino podía declararse amante de los animales y convivir con un perro en contra de las reglas, él también podía hacerlo. Con serpientes.
El incidente fue reportado inicialmente por el diario Bangkok Post, que también recogió testimonios de vecinos y reacciones en redes sociales

La administración del edificio, empujada por el escándalo, multó al dueño del perro con 10.000 baht —unos 2.700 euros— y ordenó la retirada inmediata tanto del can como de las serpientes. Al hombre de los reptiles solo le llegó una advertencia por escrito. El veredicto dividió las redes. Algunos celebraron el ingenio con un dejo de temor. Otros señalaron la gravedad del acto. Un comentario advertía: “Si solo sancionan al dueño de las serpientes, puede que la próxima vez las encuentren en sus oficinas”.
Las pitones reticuladas son criaturas nocturnas, sigilosas, con sentidos agudizados para cazar en la oscuridad. Detectan el calor de sus presas con sensores ubicados a lo largo del labio superior. En estado salvaje, son depredadoras oportunistas. Pero aquí, en el corazón de Bangkok, fueron mensajeras. No llegaron a morder ni a envolver a nadie, pero sí a exponer lo que la administración no quiso escuchar. No eran mascotas: eran una protesta viviente. Un reclamo que no se dijo con palabras ni con gritos, sino con la coreografía silenciosa de dos cuerpos que reptan, alertan y, sobre todo, interpelan.
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