Rusia ha adoptado métodos de espionaje más arriesgados tras la expulsión de espías que operaban bajo cobertura diplomática en Europa. Durante el último año, varias personas que llevaban vidas aparentemente comunes en diferentes partes del mundo han sido acusadas de ser agentes o colaboradores de la inteligencia rusa. Entre ellos, una pareja argentina en Eslovenia, un fotógrafo de ascendencia mexicana y griega en Atenas y tres búlgaros detenidos recientemente en Reino Unido.
Además, se ha señalado a muchos otros por transmitir información a Rusia. Esto incluye a un guardia de seguridad de la embajada británica en Berlín, condenado a 13 años de prisión, y a más de una docena de personas en Polonia acusadas de trabajar para la inteligencia rusa.
Aunque hay detalles que aún no se esclarecen sobre los tres búlgaros detenidos en febrero, es evidente que desde la invasión de Ucrania por Putin en febrero pasado, Moscú ha recurrido a tácticas de espionaje más audaces y no convencionales. Esto se debe, en gran parte, a la expulsión de numerosos espías que operaban bajo cobertura diplomática en Europa.
Históricamente, los principales servicios de seguridad rusos enviaban a sus agentes al extranjero bajo dicha cobertura, así como haciéndose pasar por empresarios, turistas o periodistas rusos. Tras el conflicto, la expulsión de diplomáticos rusos se incrementó significativamente. Se estima que más de 450 fueron expulsados en los primeros tres meses de guerra, principalmente de Europa.
Un oficial de inteligencia europeo confesó a The Guardian que la etapa post-bélica ha sido crucial para la inteligencia rusa, y han intentado adaptarse mediante nuevas estrategias. La operación que llevó al envenenamiento de Sergei Skripal en 2018 por agentes del GRU utilizando pasaportes falsos evidencia estas tácticas. Además, la organización Bellingcat rastreó esos pasaportes, desenmascarando a otros agentes.

Actualmente, para cualquier ciudadano ruso es más complicado obtener visas para el Reino Unido o la zona Schengen, reduciendo aún más sus opciones de infiltración.
Por ello, Rusia ha optado por activar células durmientes o delegar tareas de espionaje a agentes no oficiales. Estos pueden ser ciudadanos de terceros países o “ilegales”, agentes rusos que se hacen pasar por ciudadanos de otros países y establecen su cobertura durante años.
Aunque tradicionalmente los “ilegales” no realizan misiones activas, en el último año al menos siete de ellos han sido descubiertos en países como Noruega, Brasil, Países Bajos, Eslovenia y Grecia. Algunos lograron huir y otros aún están detenidos.
En febrero, tres presuntos espías fueron detenidos en Reino Unido, poco después de las detenciones de “Maria Meyer” y “Ludwig Gisch” en Eslovenia, sospechosos de ser agentes rusos que se hacían pasar por argentinos. Se cree que “Meyer” usó su galería de arte en Eslovenia como fachada para viajar, incluyendo al Reino Unido, aunque aún no se ha confirmado su participación en actividades de espionaje en territorio británico ni su conexión con los búlgaros detenidos.
La práctica se extiende por todo el mundo. En abril pasado, Infobae reveló que uno de ellos operaba en Buenos Aires, Argentina, bajo la fachada de traductor. Logró así infiltrarse en centros de estudios y fundaciones para ofrecer sus servicios y espiar para el Kremlin.
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