
Durante la época colonial fueron traídos miles de africanos a la nueva colonia desde los puertos de Angola y Senegal. Fueron trasladados en los sótanos de los barcos, hacinados bajo condiciones deplorables y sin alimentos. Durante el primer siglo de la colonia los esclavos negros representaron una buena parte de la población en la Nueva España.
Pero estas personas no dejaron de luchar por recuperar la libertad que les robaron los españoles por lo que hubo rebeliones y motines de esclavos a los que llamaban “cimarrones”. Claro que estos levantamientos también tuvieron castigos terribles.
En 1612 fueron ejecutados 33 esclavos negros en la Plaza Mayor (mejor conocida como Zócalo), debido a las sospechas de un levantamiento de negros en la capital. Estos rumores rondaban las cabezas de los españoles y criollos de la capital.
La ejecución fue causada por un levantamiento de esclavos africanos en la Nueva España en 1609. Fue liderado por Gaspar Yanga, un esclavo que ayudó en la fuga de varios africanos de las manos de sus explotadores. Los llevó a un pueblo escondido entre los arboles cerca del Pico de Orizaba en Veracruz que estableció a finales de 1570.

Los africanos fueron traídos por los españoles para utilizarlos en trabajos forzados en las haciendas, minas, en la ganadería y agricultura. Debido a las largas jornadas laborales, los tratos terribles, así como las malas condiciones de vida hubo diversos alzamientos en el país. La mayoría huyó hacia los montes y selvas motivo por el que los llamaban cimarrones haciendo alusión a los borregos cimarrones que habitaban las montañas.
Estas huidas representaron un problema significativo para las autoridades virreinales pues representaban la principal mano de obra en la colonia.
Tras varios enfrentamientos entre españoles, Yanga escribió al virrey para pedir un indulto que permitiera el asentamiento de él y sus aliados como personas libres en el país. Las autoridades virreinales aceptaron las condiciones de Yanga y establecieron cerca de Córdoba el pueblo de San Lorenzo, conocido como “el primer pueblo libre de América”.
Sin embargo, los levantamientos continuaron. De acuerdo con Vicente Riva Palacio, en la capital hubo rumores de un alzamiento más grande que se llevaría a cabo antes de Semana Santa. En ella los insurrectos planeaban tomar las armas e invadir las casas de sus dueños españoles para matarlos a todos. Esta denuncia la hizo un fraile que supuestamente escuchó una junta en la que los africanos establecieron sus planes.

Los españoles temieron que la conspiración fuera real. Tras varias denuncias más, la Audiencia ordenó la aprehensión de mayorales y lideres de cofradías negras y mulatas para ser interrogados aunque bajo la excusa de otro motivo para no llamar la atención. Una vez obtenidas las declaraciones dieron la pena.
La Nueva España no contando con un virrey quedó a manos de la Audiencia, dirigida por el oidor Otalora quien decidió actuar con presteza para evitar un nuevo levantamiento.
Por este motivo se encarceló alrededor de 33 personas: 29 hombres y 4 mujeres. El 2 de mayo fueron conducidos a la Plaza Mayor en la que se colocó 9 horcas y fueron colgados frente a la iracunda masa de gente que se amontonó para ver el espectáculo.
No conformes con esto, Riva Palacio cuenta que los “verdugos comenzaron a bajar los cadáveres, y con una hacha a cortarles las cabezas, que se fijaban en escarpias” las cuales se mantuvieron durante días en la plaza para que sirvieran como ejemplo. Por supuesto, las insurrecciones siguieron.
La abolición de la esclavitud no se logró de forma terminante hasta 1916, pues desde 1810 se estableció su cancelación, pero el control de los insurgentes no fue lo suficientemente fuerte. En los años posteriores se hicieron más intentos pero encontraron oposición por parte de dueños de esclavos.
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