
En 2024, el equipo científico de la NASA que dirige el rover Perseverance identificó en el cráter Jezero de Marte una roca singular bautizada como Cheyava Falls, que podría marcar un hito en la búsqueda de vida en Marte. Esta formación, creada hace unos 3.500 millones de años en el lecho de un antiguo lago, llamó la atención de los investigadores por presentar diminutas marcas apodadas “semillas de amapola” y manchas de mayor tamaño conocidas como “manchas de leopardo”, ambas con notable cantidad de material orgánico.
El reporte de este hallazgo por Scientific American ha impulsado ensayos en laboratorios terrestres que buscan entender si su origen corresponde a antigua vida microbiana o a meras reacciones químicas inorgánicas. La Cheyava Falls evidenció particularidades comparables a formaciones terrestres asociadas con la vida microbiana.
Los investigadores detectaron pequeñas esferas oscuras compuestas de vivianita —mineral con hierro en estado reducido, Fe(II)— y áreas mayores delimitadas por bordes oscuros e interiores con vivianita y greigita, este último con sulfuros. Estas “semillas” y “manchas” son consideradas por el equipo como auténticas huellas geoquímicas ligadas a reacciones redox, un fenómeno también inherente a varios procesos biológicos en la Tierra.

Sanjeev Gupta, geocientífico del Imperial College London y parte del equipo de Perseverance, enfatizó en Scientific American el valor del entorno donde se halló la roca: “Registran un ambiente antiguo habitable” y describió el lugar como “exactamente donde uno esperaría encontrar microbios”.
La comparación con rocas terrestres similares, incluidas algunas de Escocia y sedimentos marinos recientes, subraya la dificultad de discernir si estas estructuras surgieron por acción microbiana o procesos puramente químicos, ya que ambos generan productos minerales semejantes. Morgan Cable, científica del Jet Propulsion Laboratory (JPL), remarcó que “la reacción es esencialmente la misma. Ahí es donde reside la dificultad”, aludiendo al reto de distinguir un origen biológico de uno abiótico solo a partir de los minerales presentes.
El programa internacional de Retorno de Muestras de Marte (Mars Sample Return, MSR), impulsado por la NASA, enfrenta serios problemas políticos y presupuestarios, según detalló a la revista estadounidense de ciencia. Esta situación ha dejado la recolección de restos de Cheyava Falls en una incertidumbre considerable, con la expectativa de que no llegarán a la Tierra antes de 2040. Ante la demora, los científicos han optado por estrategias experimentales alternativas que permitan avanzar en las respuestas, utilizando simulaciones de condiciones marcianas en laboratorios de la Tierra.

Un grupo coordinado desde el JPL ha puesto en marcha experimentos desarrollados en laboratorio para reproducir los misteriosos patrones observados en Cheyava Falls, según relató Joel Hurowitz de la Stony Brook University a Scientific American. El plan contempla recrear el barro original de la roca utilizando compuestos detectados por Perseverance y someterlos a diferentes condiciones: rutas abióticas, calentando los minerales sin intervención biológica, y rutas microbianas, inoculando los lodos sintéticos con microorganismos capaces de modificar hierro y azufre como sucede en los sedimentos marinos terrestres.
En la variante no biológica, explicó Michael Tice, geobiólogo del Texas A&M College of Arts and Sciences, la transformación de Fe(III) y sulfatos en Fe(II) y sulfuros es viable sin vida, pero resulta extremadamente lenta y requiere temperaturas superiores a 150 ℃ (302 ℉), lo que tomaría millones de años. Sin embargo, el rover Perseverance no halló indicios de que Cheyava Falls haya experimentado tales condiciones térmicas, sugiriendo que las estructuras presentes se originaron poco después de la deposición del barro y bajo temperaturas moderadas.
En contraste, los experimentos microbianos reproducen lo que sucede en la Tierra: los microbios consumen materia orgánica y obtienen energía mediante reacciones redox, formando las mismas estructuras en plazos cortos y sin necesidad de altas temperaturas. Este enfoque podría ofrecer indicios sobre los tipos de microbios que pudieron haber habitado Marte y sobre la química ambiental del planeta hace miles de millones de años.

No obstante, los investigadores advierten que estos experimentos no proporcionarán una prueba concluyente sobre el origen de las peculiaridades observadas en Cheyava Falls. Ambos mecanismos, biológico y químico, pueden dar lugar a resultados minerales prácticamente idénticos, por lo que la demostración de vida en Marte requerirá líneas de evidencia independientes y complementarias. Como concluye Tice en Scientific American, “no basta con una sola evidencia, se necesita algo completamente independiente que apunte en la misma dirección”.
Durante las siguientes etapas, los científicos compararán los resultados obtenidos con y sin intervención biológica, analizando las condiciones ambientales que propician la formación de las estructuras. El rover Perseverance, por su parte, continuará explorando el cráter Jezero en busca de rocas con afinidades geoquímicas similares a las reproducidas en laboratorio. Esto puede aportar datos valiosos para fortalecer hipótesis sobre la presencia de microbios marcianos en el pasado remoto.
El hallazgo de Cheyava Falls representa para los científicos una referencia clave en el estudio de la evolución química y potencial biológica de Marte. Ahora, su mayor desafío es descifrar los secretos que encierra, un reto que inaugura una nueva etapa para la exploración marciana y la búsqueda de vida extraterrestre.
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