
El paisaje lunar, tan desolado como inmutable durante millones de años, está a punto de experimentar una transformación inédita. Investigadores advierten que varias zonas del satélite natural de la Tierra podrían convertirse, en las próximas décadas, en verdaderos cementerios de naves espaciales.
El fenómeno responde directamente al auge previsto de misiones y satélites lunares, impulsado tanto por agencias espaciales como por empresas privadas, que planean instalar bases, experimentar con minería y construir instrumentos científicos sobre el terreno polvoriento de la Luna.
Las proyecciones apuntan a que el número de satélites que orbitarán la Luna se incrementará de manera significativa a lo largo de los próximos veinte años. Esta tendencia obedece a la construcción de infraestructuras como la Lunar Gateway —una estación espacial respaldada por la NASA que orbitará el satélite— y el campamento base Artemis en la superficie lunar, además de los planes de China y Rusia para desarrollar una segunda base.
En paralelo, se prevén más de 400 misiones lunares durante las dos próximas décadas, así como el despliegue de constelaciones de satélites para fines de posicionamiento, navegación y comunicaciones. La Agencia Espacial Europea, por ejemplo, tiene previsto lanzar el satélite Lunar Pathfinder como banco de pruebas para su red Moonlight, la cual debería estar operativa en 2030.

Este auge tecnológico conlleva desafíos logísticos y ambientales nuevos. Cuando los satélites lunares agotan su combustible, los operadores disponen de alternativas limitadas para su disposición final, ya que, a diferencia de la Tierra, la Luna carece de una atmósfera que permita la destrucción controlada de estos artefactos mediante la reentrada y desintegración. Por ello, la opción más viable es dirigirlos hacia la superficie lunar, donde se convierten en basura espacial que impacta el terreno y contribuye al surgimiento de cementerios de naves.
“Esos satélites tendrán que estrellarse en la Luna, por lo que potencialmente se convertirá en un vertedero de basura”, afirma la Dra. Fionagh Thomson, investigadora principal de la Universidad de Durham. El incremento de este tipo de residuos espaciales no está exento de riesgos. Los investigadores advierten que la caída de satélites y equipos obsoletos podría provocar daños en edificios, instrumentos científicos y sitios históricos, como las primeras huellas de astronautas o regiones prístinas de interés para la ciencia.
Las colisiones, que pueden alcanzar velocidades de hasta 1,9 kilómetros por segundo, generan vibraciones intensas capaces de interferir con instrumentos sensibles. Además, los cráteres resultantes pueden extenderse varias decenas de metros y levantar vastas nubes de polvo abrasivo, con el potencial de oscurecer telescopios y dañar equipos en funcionamiento.
Thomson, quien convocó a un panel de expertos sobre el tema en la reunión de Space-Comm en Glasgow, agrega: “No es una preocupación inmediata, dada la superficie lunar, pero cuantos más satélites lunares haya, mayor será la probabilidad de que alguno se estrelle en lugares de gran importancia científica o cultural”.

El profesor Ian Crawford, de la Universidad de Londres, subraya la importancia de actuar: “Necesitamos un plan de cara al futuro”. Al tiempo que sostiene que el aumento de misiones incrementa la probabilidad de impactos en lugares de gran valor científico o cultural, por lo que urge diseñar estrategias preventivas.
El problema se agrava por las dificultades técnicas inherentes a la eliminación de satélites lunares. Si un satélite cuenta con suficiente combustible y una unidad de propulsión eficiente, podría ser desviado para orbitar el Sol, pero esta maniobra resulta costosa.
Otra opción es trasladar el satélite a una órbita lunar remota, aunque el irregular campo gravitacional de la Luna complica esta operación. Por último, la alternativa más común es estrellar deliberadamente el satélite contra la superficie lunar, lo que requiere una planificación precisa para minimizar los riesgos.
Ante este escenario, las agencias espaciales y los organismos de regulación internacionales trabajan en el desarrollo de normas y procedimientos para la gestión de residuos espaciales en la Luna. Una de las propuestas más relevantes consiste en designar “zonas de impacto” específicas o utilizar cráteres gigantes como puntos de concentración de restos, limitando así la dispersión de artefactos humanos y preservando áreas de interés científico.

Ben Hooper, director del proyecto Lunar Pathfinder en SSTL, sostiene: “Establecer zonas de impacto en la Luna es la solución más práctica”. Además, agrega que “designar regiones específicas como ‘zonas de impacto’ limitaría la propagación de artefactos humanos por la superficie lunar, preservando otras áreas para la exploración científica y futuras operaciones”.
Desde la Agencia Espacial Europea, Charles Cranstoun, director de la oficina del programa Moonlight, respalda este enfoque: cuando llegue el momento, explica, los satélites se estrellarán de manera controlada “en zonas específicas”, para evitar “sitios de interés científico e importancia histórica y misiones en curso”.
A pesar de los desafíos, existe un potencial científico inesperado en los aterrizajes forzosos controlados. El profesor John Zarnecki, de la Open University, resalta: “Si se tiene un objeto de masa, geometría y velocidad conocidas, y se sabe prácticamente dónde impactó, se trata de un experimento fantástico en sismometría”. Según destacó, estos impactos pueden convertirse en experimentos útiles en sismología lunar, ya que permiten analizar la propagación de ondas sísmicas y obtener información valiosa sobre la estructura interna de la Luna.
Mientras se multiplican los preparativos para la próxima era de exploración lunar, la gestión de los residuos espaciales y el diseño de cementerios lunares se perfilan como cuestiones críticas. La forma en que la humanidad decida abordar estos desafíos marcará el equilibrio entre el avance tecnológico y la preservación del patrimonio lunar para las generaciones futuras.
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