
Contra la corriente, mientras la taquilla se desploma (AADET informó que el público que acude a los espectáculos infantiles bajó el 65 por ciento con respecto a 2018), la actriz y empresaria española Ana Belén Beas (42) y su marido y socio en la productora Tío Caracoles, Miguel Ángel Chulia (38), apostaron fuerte y se hicieron cargo del teatro Regina, que funciona en el edificio de la Casa del Teatro y estuvo cerrado durante un tiempo. "Nos fascinó la idea de tener una sala. Es un reto maravilloso. Sé que tomamos un riesgo. Hay cosas que se hacen por negocio… Ésta la hicimos por pasión. Falta para que rinda en lo económico: es a largo plazo. Si no funciona, dejaremos un aporte a la cultura… Para mí, como artista, no es poco",dice la murciana.
–Lo podrías haber hecho en cualquier lado. ¿Por qué en Argentina?
–Mira, yo vine aquí a hacer Luz Cenicienta, con Moria Casán, y me seguí quedando. Luego me llamó José María Muscari y estuve en Carlos Paz. Además mi padre, Juan Beas, hizo la primaria y la secundaria en Río Segundo, Córdoba, y la Universidad en la capital de esa provincia. En mi casa me inculcaron mucho amor por la Argentina. Para mí siempre fue un país idealizado y aprendí a quererlo.
–¿Cómo encontraron el teatro?
–Si a una casa cerrada, cuando la abres hay que ponerle mucho, imagínate un teatro. Empezamos con la fachada, la iluminamos, colocamos una pantalla led de veinticuatro metros cuadrados, sacamos la boletería a la calle, agregamos marquesinas, pintamos el hall, quitamos la alfombra, al foyer lo vaciamos, descubrimos unos mármoles maravillosos de los años 20', destapamos las ventanas, limpiamos los cuadros de Quinquela Martín, pusimos en el escenario una planta de luces impresionante –todas las producciones quedan fascinadas con ella–, consola de sonido nueva… ¡Qué te voy a decir! Pasamos el trapo por todos lados. Falta mucho, pero le dimos el cariño que se merece. Además, empezamos a programar en una sala que para los productores no existía. Comenzamos ya no de cero, sino de menos uno.

–Hay muchísimas producciones en la cartelera.
–El concepto es que siempre haya una obra central, con unas actuaciones, una historia y una dirección sublime, que en este caso es Doble o nada (con Miguel Ángel Solá y Paula Cancio), una joya. Luego tratamos que distintos públicos vuelvan al Regina, con obras satélites que sean buenas. Estuvo Jey Mammon, está el unipersonal de Anita Martínez, la obra de Beto Casella, Luisa Albinoni viene con un stand up para la tercera edad, el infantil Mozart va a la escuela para vacaciones de invierno… Buscamos variedad.
–¿Sabías que está en el edificio de la Casa del Teatro?
–Sí, claro. Con el alquiler de la sala ayudamos a mantener la Casa. Trabajamos mano a mano con Linda Peretz, su presidenta, organizamos eventos y comidas para los 33 artistas que están alojados. Intentamos cooperar lo máximo posible.
–¿Por qué llamaron Mirtha Legrand a la sala?
–Ella es la presidenta honoraria de la Casa del Teatro… La sala no tenía nombre… ¿Quién más podía ser? Hay figuras que lo merecen, pero este teatro es una leyenda y decidimos que homenajee a otra leyenda. Mirtha sigue iluminando al arte y la cultura, mas allá de lo que cada uno opine de política. Le pedimos permiso a Linda y estuvo de acuerdo. A Mirtha le encantó. Me dijo que es la primera vez que una sala lleva su nombre. Me ilusionó muchísimo.

–¿Cómo ves el panorama cultural en nuestro país?
–La oferta es maravillosa. Desde afuera se ve como uno de los países con mayor calidad en sus actores –entre los mejores del mundo– y sus producciones. Ahora, cuando te pones a trabajar como actriz y productora, está complicado el panorama. Viene de la mano con la crisis económica, que siempre repercute primero en el arte.
–Vas a trabajar a las órdenes de Juan José Campanella en España, junto a Luis Brandoni y Eduardo Blanco, en Parque Lezama. ¿Te ilusiona?
–Muchísimo. Campanella es una persona extraordinaria y lo admiro desde películas como El hijo de la novia, que marcó mi forma de actuar. Cuando me dieron el papel me emocioné.
–¿Fue difícil el casting?
–Venía de estar internada en el hospital Alemán por un virus. Estuve cuatro días con 40 grados de fiebre y no me la podían bajar. Al día siguiente del alta me enteré que debía hacer la prueba esa misma tarde. Me puse a llorar… Pensaba que la vida era injusta. Pero me levanté, me maquillé y la hice. Campanella me habló con lágrimas en los ojos. Me dijo que lo había emocionado. Ya estaba hecha. A los quince días me confirmó… ¡Y nunca le conté que venía del hospital!
por Hugo Martin
fotos: Fabián Uset y WE Prensa y Comunicación
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