
Como si fuese una divinidad —ya lo dijo Ariana Grande: God is a woman— Rosalía se plantó el lunes en pleno centro de Madrid avisando con tan solo unos minutos de antelación vía directo en TikTok. Parecía que estaba rodeada de discípulos que corrían tras ella como si acabaran de ver un milagro. La cantante presentó Lux, su cuarto álbum de estudio tras meses dejando pistas de lo que se venía: prendas de color blanco inmaculado, rosarios o referencias a arias místicas. En la portada, luce un hábito de monja, mientras su torso está revestido con una camisa de fuerza. Entre las numerosas colaboraciones del LP destacan dos orfeones, uno, el Cor de Cambra del Palau de la Música Catalana y otro, la Escolanía de Montserrat. “Para hablar de Dios de según qué manera no hubiéramos accedido, pero tras revisar sus letras, nos atrevimos”, adelantó el segundo a El Periódico de Cataluña.
A estas alturas, absolutamente todo el mundo habrá visto la portada de la artista ganadora de dos premios Grammy. Sin embargo, pese a que sí hay que tener en cuenta que la religión no es una rara avis en su discografía —en Motomami (2022) hizo referencias a Dios en varias de sus canciones, por ejemplo, en COMO UN G, y en la portada de El Mal Querer (2018) aparece representada como una virgen— esta vez ha sido criticada por usarla “sin ironía” en tiempos donde hay una creciente ola conservadora y reaccionaria. “En un contexto de auge conservador, estas reapropiaciones pueden tener efectos ambivalentes”, asegura Joseba García Martín, investigador de la Universidad del País Vasco. “Por un lado, reabren el espacio simbólico de lo católico a nuevas lecturas; por otro, corren el riesgo de reforzar su centralidad cultural, incluso sin pretenderlo”.

Más allá de cómo Rosalía interprete la liturgia, en los últimos años se ha visto un auge de la estética y el lenguaje religioso. El pasado mes de septiembre, el grupo de pop católico Hakuna dio uno de sus conciertos más multitudinarios hasta la fecha. 30.000 fieles se congregaron en Rivas-Vaciamadrid —entre los que se encontraban el alcalde de la capital, José Luis Martínez-Almeida, y su mujer, Teresa Urquijo—. Y está Effetá, un grupo de retiro católico —aunque pueden acudir hasta ateos— para jóvenes entre 18 y 30 años, que se hizo viral en 2023 porque entre sus exigencias destacan la obligación de mantener el secretismo sobre su estructura y sus actividades, la prohibición de llevar móvil y el requisito de acudir solo una vez en la vida. Y hace dos años, la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) de Lisboa acogió el primer encuentro de influencers católicos, también conocido como ‘misioneros digitales’.
Los expertos utilizan el término catolicismo cool para describir a los movimientos y propuestas de carácter religioso dirigidas a jóvenes, y se define como aquel “moderno, estéticamente atractivo, inmerso en la cultura pop y con una fuerte vocación evangelizadora”, como lo definió la teóloga estadounidense Katherine Dugan en Millennial Missionaries: How a Group of Young Catholics is Trying to Make Catholicism Cool (2019). Pese a que, en 2002, el 60% de la población de 18 a 29 años se identificaba como católica, y en 2024 solo lo hacía el 32%, según un estudio de Funcas, ¿se puede hablar de una proliferación del catolicismo, especialmente en la gente joven?
“Hay un renovado interés por la religión y por la búsqueda de sentidos trascendentes en un contexto marcado por la incertidumbre y precariedad”, confirma Joseba García Martín, también autor de la tesis De qué hablamos cuando hablamos de Hakuna: claves para entender el catolicismo cool en España junto con la también docente Ignacia Perugorría. Con esto coincide el profesor de Estética y Sociología de la Cultura en la Universidad de Alcalá, Sergio Antoranz López, que asegura que si estamos viviendo un auge de la apología de la vida espiritual y de la religión ha sido como “contrapeso de otros fenómenos, que han puesto de relieve nuestra vulnerabilidad”, como la pandemia, la aparición de la inteligencia artificial o la precariedad laboral. Hilario Martínez Blanco, investigador en la Universidad Complutense de Madrid, apunta que “la religión no ha desaparecido, sino que se ha transformado y se ha adaptado a lo que hay hoy en día”. Que son, en efecto, las redes sociales.
Si se habla de estética o de lenguaje religioso en lo musical, la vista viene desde muy atrás. Los expertos consultados mencionan a Madonna con Like a Prayer (1989), Shakira con la portada de Oral Fixation Vol 2. (2006) caracterizada como Eva, o Lady Gaga con Judas (2011). En el plano nacional se recuerdan, más recientemente, Zahara caracterizada como una virgen en Puta (2021), Rigoberta Bandini en sus dos álbumes, La Emperatriz (2022) y Jesucrista Superstar (2025), o probablemente, uno de los casos más sonados, el joven Íñigo Quintero, que en 2023 arrasó de tal forma que se convirtió en el primer español en conseguir un número uno global en Spotify con Si No Estás, esta sí dedicada a Dios, aunque él afirma que “no hace música cristiana”, como declaró a El País en una entrevista el año pasado.
El profesor Jorge Corta, que imparte la misma asignatura que Antoranz López en la mencionada universidad, explica que mientras “Hakuna presenta una propuesta musical que prácticamente es propaganda religiosa, en casos como Zahara o Rosalía se trata más bien de una estetización de una cierta simbología católica puesta al servicio de un proyecto artístico”, aunque para él “toda producción cultural es ideológica”.
Pero no solo es la música: el anuncio de Lux el lunes 20 de octubre ha llegado cuatro días antes de que se estrene en cines Los domingos, la película de Alauda Ruiz de Azúa en la que una joven de 17 años decide entrar en un convento de clausura. En términos del llamado catolicismo pop audiovisual uno de los referentes máximos en nuestro país es el de Los Javis, primero con La llamada (2017), y segundo con La mesías (2023), donde se retrata el fanatismo religioso a través del grupo musical Stella Maris, —liderado por la cantante Amaia—, una formación religiosa que recuerda a Flos Mariae, el grupo de pop cristiano integrado por siete hermanas de una familia ultrarreligiosa que se hizo viral en 2014. En su caso, llegaron hasta el Primavera Sound la edición pasada.

“Mucha gente joven está tan fuera de la religión que, paradójicamente, lejos de alejarles, les resulta interesante porque les suena nuevo”, explica el doctor en Ciencias de las Religiones y profesor de Sociología, Rafael Ruiz Andrés. “Son recursos llamativos que generan conversaciones que trascienden a la mera música y que se explotan con facilidad”, añade Martínez Blanco, siendo este un imaginario muy común de Occidente. El objetivo, apunta García, es que lo católico pierda su imagen “vieja” o “rígida”, y adquiera un “aire de novedad”.
Los datos están ahí: cada vez hay menos creyentes, especialmente entre los jóvenes. Aun así, la religión ha encontrado un hueco en internet. “Han logrado que lo religioso encaje con una estética contemporánea, lo que les convierte en grupos accesibles e incluso deseables”, puntualiza Martínez. Los ejemplos son claros y diversos: del mexicano Padre Heriberto (@heribertogarciaar), conocido en la aplicación china como “el cura guapo de TikTok” y que roza los dos millones de seguidores, a Sor Marta González (@sormarta.osb), monja carmelita de clausura del monasterio de Santa Cruz, en Sahagún, León, donde cuenta sus quehaceres diarios. También destaca el contenido instagrammeable: desde venta de las pulseras llamadas Glory Bible, que tienen un chip NFC que, al acercarlo al móvil, ofrece un versículo de la Biblia, a los retiros espirituales de Effetá. Sin embargo, como recuerda García, “la visibilidad de lo religioso en el entorno digital no necesariamente implica un aumento de la práctica, pero sí una mayor presencia simbólica”.
En el caso de Hakuna, el grupo de pop que nació a raíz del Opus Dei, llena arenas y tiene más de medio millón de oyentes mensuales solo en Spotify. La marca ha trascendido lo musical con su propia línea de ropa streetwear, cuentas de memes y una web en la que comercializa experiencias habituales dentro del ámbito católico, rebautizadas con nombres como God Stops (retiros), Soul College (escuela del alma) o Másteres Prematrimoniales (cursillos prematrimoniales en versión extendida). “Hakuna está donde están los jóvenes: en TikTok, en Spotify, en los festivales”, explica Ruiz Andrés. “Hasta hace unos años decir que eras católico para mucha gente seguía asociado a estereotipos”, pero los jóvenes de ahora “no tienen ese miedo a expresar que son religiosos”.
La ultraderecha, el nuevo ‘punk’
A raíz del nuevo álbum de Rosalía, se ha abierto el debate de si reivindicar la iconografía religiosa es lo más correcto en tiempos de Vox. “Dentro de la religión hay personas que no son de extrema derecha, y es bueno distinguir que son fenómenos distintos, pero que tienen puntos de convergencia”, reflexiona Ruiz Andrés. “Tenemos que pensar que la juventud es ruptura, es rebeldía. Esa idea la está explotando muy bien la extrema derecha. A los jóvenes les presentan el establishment y la élite como lo ligado al progresismo, al feminismo. Y eso, en cierto modo, está generando en muchos jóvenes una identificación de lo contracultural con la extrema derecha”.

Aunque su presencia sea cada vez más notoria, nadie se atreve a asegurar que esto se traduzca en un crecimiento real de la religiosidad, como ha apuntado previamente García. Para Hilario Martínez Blanco, la clave está en que “lo religioso se convierte en salvavidas en el lenguaje, en el símbolo y, esencialmente, en la estética”. Rafael Ruiz Andrés por su parte, señala que la sociedad sea cada vez más secularizada “no tiene por qué conducir necesariamente a una mayor secularización”. El impacto a largo plazo está todavía por ver.
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