
España, al igual que muchos otros países en todo el mundo, es una sociedad agotada físicamente y mentalmente en el plano laboral. El cada vez mayor ajetreo de la vida diaria y la constante demanda de nuestra atención por parte de las nuevas tecnologías —la hiperconectividad nos impide encontrar muchas veces espacios de descanso y facilita que en muchas ocasiones sea imposible huir de requerimientos de nuevas tareas, incluso fuera del horario laboral— han provocado que el esparcimiento sea casi una utopía y que el trabajo se configure como uno de los pilares fundamentales (si no el que más) de nuestra existencia.
A esto contribuye también en gran medida la creencia de que solamente alcanzando el éxito laboral se conseguirá que nuestra vida deje un poso, que merezca la pena dicha existencia. Así, nos vemos abocados a un bucle de productividad incansable, tanto dentro como fuera de nuestro puesto de trabajo.
Uno de los efectos más destacados de esta dinámica es el síndrome del burnout, que es el resultado de un estrés laboral crónico que lleva a sentimientos de agotamiento, disociación y despersonalización, negatividad con respecto a las tareas que deben realizarse, desinterés por el trabajo o una acusada pérdida de eficacia profesional, entre otros.
Nombrado por primera vez por el psicólogo Herbert Freudenberger (en 1974), el síndrome del burnout fue incluido en la 11.ª Revisión de la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-11) de la Organización Mundial de la Salud (OMS) como un fenómeno ocupacional.
“En un mundo donde el ritmo de vida es cada vez más acelerado, donde la excelencia y la productividad se premian por encima de todo y donde nos han enseñado que el trabajo es, o debería ser, lo más importante, resulta muy difícil no acabar quemándonos laboralmente en algún momento de nuestras vidas”, explica la psicóloga Ángela Esteban en su recién publicado libro No vas a heredar la empresa (Bruguera, 2025), que se convierte en un manual para trabajadores con (o al borde del) síndrome del burnout.
La autora, coordinadora de Gaman Psicología y creadora de contenido en redes sociales (@gamanpsicologia en Instagram), habla con Infobae España sobre algunos aspectos asociados al estrés laboral, como el perfeccionismo o la dificultad para establecer límites, así como el momento en el que es hora de decir adiós e intentar buscar otro empleo.
Pregunta: Comienzas el libro con tu propia experiencia personal. ¿Cómo fue vivir tú misma ese burnout mientras tu trabajo consistía, precisamente, en intentar ayudar a personas en la misma situación?
Respuesta: Fue un choque bastante grande porque yo venía muy emocionada. Cuesta mucho, en todos los trabajos y también en psicología, empezar en el mundo laboral porque te piden mucha experiencia. Yo estaba muy contenta de poder empezar, pero comencé a ver incongruencias entre lo que prometían en la entrevista y lo que te encontrabas: que nadie te ayudaba, que te llenaban la agenda, que no les importaba un buen trato con el paciente, sino tener pacientes...

Yo estaba sintiendo una ansiedad que nunca había sentido. Empezaba a dudar de si lo que había estudiado era lo correcto: “Si ya estoy trabajando de lo que he estudiado y veo que me está superando, a lo mejor el problema soy yo”, que es lo primero que nos solemos plantear. Era un poco raro intentar ayudar a ese paciente que venía por estrés laboral y yo tenía mi propio estrés. Tenía una situación como de impostora, de “lo que digo, yo no lo aplico”. No puedo decirles que tienen que cuidar su salud mental y yo ver que hay algo que me está dañando y no hacer nada.
Pero veía que otras psicólogas estaban igual, así que empecé a plantear que a lo mejor sí que me gustaba [mi profesión]. Ya di el paso de “a lo mejor no soy yo, sino que el problema son las condiciones”.
P: Es muy interesante la relación entre el estrés laboral y el perfeccionismo. ¿A qué puede llevar en este ámbito la autoexigencia excesiva?
R: Una persona que tiene una autoexigencia muy alta siempre va a buscar la perfección y no va a tolerar muy bien los errores. Eso, en un ámbito laboral en el que tienes que estar constantemente haciendo tareas y te piden más, si tú quieres hacer que estén perfectas, va a derivar en más estrés, más dificultad para concentrarte y más riesgo de burnout. Ya no solo es lo que te pidan los demás, sino que tú misma te exiges muchísimo. Ahí hay dos fuentes de estrés que vienen por los dos lados.
P: Porque el burnout no siempre depende de elementos estrictamente relacionados con el trabajo, sino que también con la manera que tiene la persona de afrontar ciertas situaciones. ¿Qué características personales, por ejemplo en cuanto a autoestima, expectativas o diálogo interno, son factores de riesgo en el estrés laboral?
R: Aparte de ser una persona autoexigente y perfeccionista, también está el no poner límites. Si siempre digo que sí a coger tareas o me piden hacer un cambio de turno que me viene fatal, pero que acepto, el no poner límites va a ser un enemigo que me va a llevar al burnout. También el no diferenciar tu valor [del trabajo]. Si solo nos valoramos por lo que hacemos, por cuánto trabajamos, por cuán productivos somos y no tenemos otra fuente para alimentarnos, esto nos lleva a hacer más.
Expectativas muy altas también porque, si yo pretendo hacer todo hoy lo más perfecto posible, sin errores, y espero mucho de mí misma como trabajadora, si no lo cumplo porque estoy cansada o no tengo en cuenta mis capacidades, eso me va a llevar a machacarme más. También, incluso el sentir pasión por el trabajo. Se ve muy claro que, si no te gusta tu trabajo, obviamente te va a quemar más. Pero, si te gusta tanto que incluso luego en casa sigues trabajando y no descansas, también te va a llevar a tener más probabilidades de sufrir burnout.
La “trampa de la productividad”
P: Vivimos en una época en la que la productividad se entiende como requisito de valía. ¿Cómo se ha llegado a este punto y cuál es el discurso predominante en este sentido?
R: Se ve mucho incluso en las redes sociales. “Todo lo que he hecho en un día, todo lo bien que estoy en el trabajo”. Parece que el ser productivo, el llegar agotado a casa, el hacer muchas tareas, es algo valorable, algo que demuestra lo implicado que estás, el valor que tienes. Al final nos hemos metido en una bola en la que se valora la productividad desde pequeños: cuánto más altas sean las notas, más te elogian.
Muchas veces no hace falta que te digan: “Tienes que estudiar porque, si no, no vas a ser nadie”, sino que, si ya te refuerzan continuamente ese tipo de conductas, tú aprendes que esto es valorable. “Por esto me quieren, esto es lo que buscan, esto es lo que tengo que hacer”. Al final también vivimos en una sociedad que está acostumbrada a hacer, hacer, hacer y en la que incluso a veces el descanso se ve como algo malo, como una señal de vaguería.
P: En este contexto, es muy complicado no caer en una fusión de la identidad con el trabajo. ¿Cómo puede solucionarse esto cuando ya se ha producido?
R: Yo suelo ver que las personas cuya identidad está muy identificada con el trabajo casi siempre van a valorar de sí mismos cualidades que tienen que ver con ello: “soy organizada, soy trabajadora, soy eficiente, soy productiva”. Al final aprendemos a ver que esto es en lo que los demás nos halagan. Si solo nos definimos por esto, no vamos a saber buscar otras cualidades más allá del ámbito laboral.
Incluso parece que muchas veces buscar qué cualidades tienes y decirlas se ve como una señal de egocentrismo. También es una gran barrera que nos impide valorarnos más allá del trabajo. Está bien que tú tengas esos valores en el trabajo, pero ¿tú quién eres de verdad?, ¿fuera del trabajo qué te gusta?, ¿qué haces?, ¿cómo eres con los demás?, ¿qué te elogian?, ¿qué te reconocen?
P: Antes mencionabas que la pasión por el trabajo puede llevarte al estrés laboral. Luego está la otra parte, el burnout por aburrimiento. ¿Por qué la sensación de monotonía y la realización de tareas que no suponen ningún reto pueden tener consecuencias negativas, pese a que se piense normalmente que esto es mucho mejor que la sobrecarga laboral?
R: Hay mucha gente que no lo entiende, que cuando piensan en burnout siempre es en alguien que está cargado de tareas. Pero el aburrimiento también te puede llevar a ello porque, si le dedicamos tantas horas al trabajo y no nos gusta, es como estar en piloto automático, como ser un robot. Voy, hago las tareas de siempre, con los comentarios de siempre, con la gente de siempre y me vuelvo a casa. Si no hay nada emocionante, nada distinto en tu vida, te desconectas de la realidad. Es un método también que hace nuestra mente: con algo que es tan repetitivo, tan aburrido, cuanto más desconectados estamos de la realidad, más fácil es afrontarla. Pero al final lo importante es poner el foco en el presente para no vivir en modo automático y ver cómo pasa la vida.
P: Hay un concepto muy interesante que tratas en el libro que son los vampiros energéticos. Mencionas el narcisista, el victimista, el crítico... ¿Qué hay de quienes llevan la negatividad por bandera? ¿Cómo puede afectar anímicamente y repercutir en el estrés laboral escuchar constantemente comentarios pesimistas de los compañeros de trabajo?
R: Es otro gran problema porque es verdad que puede ser una fuente de apoyo si otra persona también se siente quemada con el trabajo, pero tampoco es sano llegar al nivel extremo. Está bien tener esos espacios de desahogo, pero, si tú ya notas que hay un compañero que siempre está hablando de lo mismo, que siempre se queja y al final te está afectando, también es importante poner límites, pero siendo validantes: “Te entiendo, esto está siendo difícil, pero creo que nos podría ayudar animarnos y hablar otras cosas”.

P: ¿Cuáles serían para ti las claves para revertir esta situación?
R: En primer lugar, ver por qué estás mal, cuáles son los detonantes o fuentes de malestar, porque hemos visto que hay bastantes causas: pueden ser individuales, pero también pueden ser del trabajo en sí. Ver qué es lo que necesitaría cambiar a nivel individual: por ejemplo, si soy muy exigente, hablarme de una manera más compasiva, que hay gente que piensa que bajar el perfeccionismo es ser un vago y para nada. Luego hay que ver qué podemos hacer en cuanto al trabajo: qué limites podemos poner, con quién tenemos que hablar, qué tenemos que comunicar, de qué manera, qué problemas hay...
Por mucho que tú aprendas a poner límites, por mucho que tú intentes luego descansar fuera del trabajo o hacer ocio, hay una parte no controlable que es la del entorno. Y, cuando ya hemos intentado todo a pesar de estar quemados, que eso también es un gasto [de energía] extra que hay que afrontar, y la situación no cambia, a lo mejor hay que evaluar las alternativas. Si la causa principal es que ya no me gusta hacer ese trabajo, hay que ver qué otro puedo hacer, o, si me gusta, pero no en esas condiciones, entonces ¿en qué otros sitios puedo empezar a buscar?
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