
Un estudio publicado por el Banco Central Europeo (BCE) advierte que la Unión Europea es poco coherente con sus principios, ya que, aunque proclama su compromiso ético en política comercial y defiende el respeto a los derechos humanos, ha aumentado sus relaciones comerciales con países en los que existen dictaduras y autocracias y donde las libertades fundamentales y las garantías jurídicas tienen escaso peso.
El informe, realizado por Claudia Marchini y Alexander Popov, analiza cómo ha cambiado el “perfil democrático” de los socios comerciales de la UE desde mediados de los años ochenta. Y el camino recorrido choca de lleno con el discurso oficial de Bruselas de los últimos cuarenta años. La UE ha construido su política comercial sobre la promesa de integrar los negocios con la defensa activa de los derechos humanos, la democracia y la justicia social. Sin embargo, la evolución de los últimos 25 años muestra que ha abierto la puerta, “a los productos y servicios procedentes de países gobernados por autócratas o con índices mínimos de libertades públicas”, señalan los autores del estudio.
Inciden en que a lo largo del siglo XXI, actores de peso como China y Rusia —ambos con registros muy bajos en democracia y derechos humanos— se han consolidado como socios privilegiados de las democracias occidentales, incluidas las europeas. En sentido contrario, también se han producido episodios en que la opinión pública, colectivos y Estados han impulsado boicots comerciales a productos de regímenes dictatoriales o que hacen uso de trabajo forzoso.

Un índice que destapa la contradicción europea
Para medir la calidad democrática de los socios comerciales de la UE, el estudio emplea el índice DWTI (Índice Comercial Ponderado por Democracia), que toma el volumen de importaciones de la UE-15 (los países miembros antes de las sucesivas ampliaciones) y le da un peso según la puntuación en el Liberal Democracy Index, un indicador internacional sobre libertades civiles, derechos y estado de derecho. El resultado sirve para reflejar hasta qué punto el comercio europeo apuesta realmente por países democráticos frente a regímenes autoritarios.
Los datos históricos evidencian un claro giro de tendencia. Entre 1985 y finales de los 90, el DWTI fue progresivamente al alza, en sintonía con la ola de democratización que recorrió varios puntos del planeta, desde Europa del Este hasta América Latina y Asia Oriental. En 1999, la calidad democrática de los socios comerciales de la UE-15 alcanzó su máximo.
Sin embargo, desde el cambio de milenio la tendencia ha sido descendente. El DWTI bajó un tercio y marcó mínimos históricos en 2022. Ese año, el balance era que la mitad de las importaciones europeas procedía de democracias maduras y la otra mitad de Estados cuyo retroceso democrático es notorio, como Turquía.
Este patrón se repite prácticamente en todos los miembros originarios de la UE, lo que apunta a un cambio estructural y no a excepciones o coyunturas puntuales. Según el informe, el discurso de los principios éticos se ha visto superado, en la práctica, por los lazos comerciales con economías que no cumplen esos estándares.

La influencia de China y el papel de la globalización
La primera hipótesis sobre el deterioro de la calidad democrática de los socios comerciales apunta a China, cuyo ingreso en la Organización Mundial del Comercio en 2001 convirtió al gigante asiático en socio principal para la Unión Europea. En la actualidad, China supone una quinta parte de las importaciones europeas, pero ocupa el puesto 172 de 179 en el ranking mundial de democracia. El DWTI cae de forma significativa cuando se incluye a China en los cálculos, pero el informe revela que la tendencia negativa se mantiene incluso si se descuenta la presencia de este país: el índice, sin China, descendió un 20% entre 1999 y 2022.
Esto sugiere que, aunque la pujanza del comercio europeo con China es determinante, la baja calidad democrática de los socios comerciales de la UE excede ese único caso y responde a patrones globales más complejos.
La investigación descarta, sin embargo, que esté ocurriendo una regresión democrática a escala mundial. Al contrario, la media de los países ajenos a la UE-15 es hoy más democrática que hace 25 años. El diagnóstico es que la Unión Europea ha cambiado deliberadamente sus preferencias, reasignando el origen de sus importaciones hacia países menos democráticos y, desde 2012, manteniendo a sus principales socios mientras estos perdían calidad institucional y garantías ciudadanas.

El dilema ético y el desafío de la transición verde
El alejamiento progresivo de los estándares democráticos en el comercio plantea varios retos cruciales para el proyecto europeo. En primer lugar, afecta a la credibilidad de la UE como unión política y económica comprometida con los valores democráticos. Esta contradicción puede minar la legitimidad de su política exterior y de comercio sostenible, más aún cuando la población y los sectores productivos observan este doble rasero.
El segundo problema implica el riesgo geopolítico y de seguridad. El comercio continuado con regímenes autocráticos proporciona los recursos que alimentan agendas expansionistas y militares. Esto añade una capa de tensión adicional a la estabilidad financiera, la política monetaria y los flujos de capital globales, especialmente para economías tan abiertas e interdependientes como las europeas.
El tercer gran desafío es la transición ecológica. La producción de tecnologías bajas en carbono —como las baterías eléctricas para la movilidad sostenible— depende de metales estratégicos (cobalto, litio, níquel, cobre) casi inexistentes en Europa y que se extraen principalmente en países no democráticos, varios de ellos reportados internacionalmente por abusos de derechos humanos, explotación de presos o trabajo infantil. El riesgo de que la solución a la crisis climática se construya sobre el sostenimiento de violaciones sistemáticas de derechos fundamentales está sobre la mesa.
A esto se suma que el contexto internacional está marcado por riesgos geopolíticos crecientes y por cadenas de suministro cada vez más vulnerables. Para superar estas paradojas, los autores del informe apuntan que la Unión Europea debe revisar profundamente su política comercial, priorizar la coherencia entre los principios y las prácticas y prestar más atención al perfil democrático de sus socios. Solo así podrá sostener a largo plazo tanto su modelo de prosperidad económica como la legitimidad de su proyecto político ante nuevos desafíos globales.
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