
La adolescencia es una etapa complicada tanto para los hijos como para los padres. Abrirse al mundo supone querer encontrar un espacio propio, interactuar con el entorno y enfrentarse a situaciones que van a hacer crecer a una persona. Ese deseo de independencia y de encontrar un lugar en el mundo provoca que en muchas ocasiones se generan conflictos dentro de una familia.
Algunos padres se niegan todavía a admitir que sus hijos están creciendo, ya sea por miedo o porque el cambio ha sido tan brusco que no terminan de comprender en qué momento ha sucedido. Además, se suele experimentar una etapa de rebeldía en la que el hijo se encuentra más irascible con sus padres.
Esta evolución se debe a una serie de cambios a nivel neurológico: “Hasta los 12 años hay una parte en el cerebro de los niños que se activa con la voz de los padres, eso despierta una zona de placer, es decir, segrega dopamina”, explica la neuropsicóloga Begoña del Campo en el pódcast Formar en valores. “Eso desaparece a los 12 o 13 años y de repente tus padres te parecen unos pesados, se vuelven una molestia”.
Por tanto, lo que antes aportaba calma, se convierte ahora en un estímulo negativo. Y no significa que de repente se odie a los padres, sino que se está experimentando un proceso de crecimiento en el que hay implícito un cierto principio de rebeldía para encontrar un lugar propio en el mundo, conocer los límites y construirse uno mismo.
Una preparación para ambos
Esta evolución tiene un sentido: es una especie de sistema de protección emocional. “La adolescencia es una etapa necesaria para que te puedas desvincular”, explica la neuropsicóloga. Mientras que cuando se es muy pequeño los hijos dependen por completo de los padres, a medida que van creciendo es necesario que vayan haciendo su camino y esto lo sabe la biología.
Es importante, por tanto, “para que cuando los hijos se vayan a estudiar fuera sea menos traumático”: “Imagínate que tu niño de 7 años se tuviera que ir, sería terrible”. Para cuando realmente deben abandonar el hogar, ya sea por estudios o trabajo, se ha producido esa desvinculación que permite que no sea un proceso intolerable: “Para entonces ya no lo soportas tanto”, dice entre risas Begoña del Campo.

De esta manera, es un cambio que beneficia a ambas partes: por un lado, permite que el hijo pueda experimentar el mundo por sí mismo y, por otro, “prepara a los padres” para que sus hijos abandonen el nido.
La experta señala que esta etapa de cierta rebeldía “hay que verla con otros ojos”, desde el prisma de que es algo completamente natural y que tiene un sentido. Esto permitiría abordar las nuevas dinámicas desde una perspectiva diferente en la que se intente evitar que se generen ambientes constantes de conflicto.
“Debemos comprender lo que pasa, entender que nuestros hijos van evolucionando y que vuelven en el sentido de que pasan una etapa, la adolescencia. Es un paréntesis en sus vidas”, señala Begoña del Campo.
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