
Edgardo Pezzettoni nació con Síndrome de Down hace 51 años en el barrio de Belgrano, en Buenos Aires, y hoy está jubilado. Sigue viviendo en el barrio de toda la vida, y divide su tiempo entre estar con su hermana y su sobrina de 9 años e ir al club a unas cuadras de su casa, donde disfruta de la pileta y de clases de teatro. Pero durante 23 años se levantó todos los días a las 4 de la madrugada para llegar a tiempo a González Catán, a la fábrica de Mercedes Benz a trabajar en el comedor.
A partir de unas jornadas de integración laboral organizadas por la Asociación Síndrome de Down de Argentina (ASDRA) y un acuerdo entre la firma automotriz y su colegio, Pezzettoni accedió a esta oportunidad laboral. Contrataron a cuatro chicos, él fue el único que pudo conservar su puesto por más de dos décadas.
Algo que en los hechos es bastante extraordinario –menos de la mitad de las personas con este síndrome trabajan o trabajaron alguna vez, según una encuesta de ASDRA–, para Edgardo es simplemente natural. Desde chico, su mamá, que falleció en 2010, le enseñó a ser autosuficiente, de a poco, con paciencia, pero con firmeza.
Sin embargo, esa autonomía no se traduce en soledad. En cada anécdota de su vida, Edgardo incluye a sus seres queridos: amigos, compañeros de trabajo, profesores, los recuerda a todos con cariño. Y reserva un lugar especial para Georgina, su hermana y aliada, su mano derecha para todo en la vida.
En diálogo con DEF
-¿Cómo es tu vida de jubilado?
-Dejé de trabajar en junio, fue decisión mía, de nadie más. Ya no aguantaba más, después de 23 años estaba cansado. Trabajé como empleado en cinco empresas de catering para Mercedes Benz, en la planta de González Catán. Ahora me dedico a cantar, voy a la pileta, juego con mi sobrinita, estoy con mi hermana… Voy al club Barrancas de Belgrano, soy socio desde hace mucho. Ahí también hago frontón, tenis y teatro, me integré al grupo de los sábados del club. Hago de Olmedo, del manosanta, ¡me sale muy bien!
-¿Dónde cantás?
-En mi casa, mi terapista me regaló un CD de Luis Miguel y estoy fascinado.
-¿Cómo te las arreglas con las cosas de la casa?
-Llevo la ropa a una lavandería y las compras me las hace mi hermana, Georgina, que vive a tres cuadras, y para ayudarme con la casa viene siempre una señora, Claudia.
-¿Qué recuerdos tenés de la época del colegio?
-Primero fui al Colegio Normal N.º 9 y después pasé a la Escuela (de Educación Especial y Formación Laboral) N.º 21. Tengo muchos recuerdos de esta época, de mis maestras, todas me trataban muy bien. Todos me querían mucho. Fui el mejor abanderado del colegio N.º 9, ahí aprendí todo, a leer, a contar la plata, me enseñaron a hablar bien, sin equivocarme. Y en la N.º 21 aprendí carpintería, a hacer sillas, a barnizarlas. Aprendí también a hacer pastas en el taller de fábrica de pastas, era muy grande… Guardo muchas fotos de esa época.
-¿Qué otras actividades hacías de chico?
-Bailaba folklore.

-Terminaste el colegio y entraste a trabajar en la planta de Mercedes Benz, ¿Qué hacías ahí?
-Yo era camarero. Llevaba las bandejas, limpiaba las mesas, las cosas.
-¿Y de esta época qué recuerdos tenés?
-Yo me acuerdo de todos, de mis amigos, de mi jefa Karina, de mi patrón, Fernando, el dueño del comedor…
-¿Cómo era tu rutina cuando trabajabas?
-Salía de mi casa a las 4 y un minuto de la mañana, para estar en la parada del colectivo 10 minutos antes. Me iba solo, ida y vuelta.
-¿Cómo aprendiste a moverte solo?
-Mi mamá me enseñó a viajar solo. Para ir a trabajar, las primeras veces me mostró ella, veíamos de dónde a dónde había que ir y me acompañaba, para que yo no me equivocara. Pero después, yo ya tenía mi pase y me movía solo. Dos colectivos me tomaba para llegar a la Planta Industrial de González Catán.
-¿Te ponías nervioso?
-No, ¿por qué me iba a poner nervioso?
-¿Alguna vez alguien te impidió hacer algo que querías, diciendo que no podías o no sabías hacerlo?
-No. Detesto la violencia. Yo sé hacer de todo. Además de viajar solo, mi mamá me enseñó a limpiar mi casa, me encantan mis cosas, hago de todo en el club, ¿Qué más puedo pedir? ¡Qué paz que tengo!
LEA MÁS:
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*La versión original de esta nota fue publicada en la Revista DEF N.º 119
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