Cómo narrar la historia cuando todo ya fue dicho

En el festival Basado en hechos Reales, una mesa reunió a Olivier Guez, Felipe Pigna y Felipe Celesia para conversar sobre la relación entre historia y ficción. A la hora de escribir, estos autores destacaron la importancia de la honestidad, el aporte de una nueva mirada y la necesidad de ser originales

Compartir
Compartir articulo
Mesa "Lo que pasó, ¿pasó?" en el festival Basado en Hechos Reales
Mesa "Lo que pasó, ¿pasó?" en el festival Basado en Hechos Reales

Un hombre de sesenta —chomba, jean, bigote— maneja un gol verde petróleo por el barrio de Palermo con el codo apoyado en la ventanilla. Frena en Humboldt, frente a la redacción de Infobae, contactado por una aplicación. Me subo, avanza unos metros y dobla en Juan B. Justo. “¿Vos sabés quién fue Juan B. Justo?”, dice con voz ronca y me mira por el espejo retrovisor. Hace varias horas que está trabajando arriba del auto. Aburrido de la monotonía de la radio y del tránsito insufrible, rompe el hielo y saca charla. Miento: le digo que no, pero me interesa saber qué tiene para decir. “Senador socialista, el primero en traducir El capital de Marx al español”.

Lo que este buen hombre no sabe es que en el CCK, hacia donde nos dirigimos, hay una mesa de historia donde disertarán Felipe Pigna, Olivier Guez y Felipe Celesia. Se titula “Lo que pasó, ¿pasó?” y se da en el marco de la tercera edición del festival de no ficción Basado en Hechos Reales. Es un panel más que interesante para aquellos que descreen de la solidez de la frontera que separa la historia con la ficción. ¿Es la literatura la invención pura y la historia la narración objetiva de los acontecimientos? El conductor de la aplicación, mientras conversa, golpea contra esa frontera.

Ahora doblamos en Avenida del Libertador. El gol verde petróleo pone luz de giro y se manda hacia una de las calles más largas de toda Buenos Aires. “Perón fue el que le puso Avenida del Libertador, en 1950, cuando fue el centenario de la muerte de San Martín”, acota el conductor de la aplicación que, cuenta, está leyendo mucho sobre historia. “Me gusta saber, y también imaginarme cómo habrán sido esos momentos”, y frena ante el semáforo. Mira por la ventanilla las casonas y cuenta a quiénes pertenecieron: próceres, artistas y aristócratas. Imagina los patios inmesos, las habitaciones, la época. Sonríe. “¿Y qué tal esa mesa a la que vas? ¿Interesante?”

Mesa "Lo que pasó, ¿pasó?" en el festival Basado en Hechos Reales
Mesa "Lo que pasó, ¿pasó?" en el festival Basado en Hechos Reales

El CCK es la inmensidad pura. Hay gente sentada en las escalinatas, en el hall, en los pasillos. De todos modos, este edificio nunca se colma, salvo sus salas: la 102 está llena. “Hay momentos que fueron muy transitados donde quizás uno no va a descubrir nada. Ahí lo importante es la mirada, una nueva mirada, algo que aún no haya sido dicho”, comenta Felipe Pigna, en el medio del panel. No hace falta presentarlo: divulgador, profesor, bestseller y uno de los historiadores más populares de las últimas décadas. Su último libro en dos tomos se titula Mujeres insolentes de la historia.

A la izquierda, —junto a su intérprete— está el francés Olivier Guez, autor de La desaparición de Josef Mengele, un novela de no ficción, como él mismo la llama, donde narra la huida por Sudamérica del médico, oficial alemán de las SS y una de las figuras más relevantes del nazismo. Del otro lado, Felipe Celesia, quien escribió uno de los libros del año, La muerte es el olvido, que recorre los 35 años del Equipo Argentino de Antropología Forense, y la moderadora del panel, Fernanda Nicolini. Habrá sesenta, setenta personas aquí. Todas escuchan atentamente con el mentón levantado. Algunos toman apuntes en cuadernos espiralados.

“Yo soy un maníaco del trabajo previo”, dice Guez retomando el tema en cuestión: cómo abordar acontecimientos históricos que ya fueron transitados mil veces. “Primero empiezo con lecturas que nada tienen que ver con mi tema. Me interesan los personajes, cómo los construyeron otros autores en otros géneros. Por ejemplo, para mi libro de Mengele leí mucho sobre Barba Azul. Después sí, en otra etapa, leo mucho sobre el tema que estoy investigando. Y ahí hay que leer todo”, comenta y hace un gesto con sus manos como quien dice: es así, no hay peros.

Josef Mengele pasó algunos años en Brasil hospedado en la granja de un matrimonio húngaro, en un pueblo llamado Serra Negra, a 300 kilómetros de San Pablo. Cuando Guez decidió escribir su libro, siguió las huellas del criminal nazi. Persiguió su fantasma. Llegó a la granja y se detuvo a mirar los insectos, el pasto, los árboles, el clima. Luego fue a la plaza de Serra Negra y estuvo gran parte de la tarde en uno de sus dos cafés, sentado, observando a los lugareños, intentando captar la atmósfera.

"La desaparición de Josef Mengele" / "Mujeres insolentes de la historia" / "La muerte es el olvido"
"La desaparición de Josef Mengele" / "Mujeres insolentes de la historia" / "La muerte es el olvido"

“Nos estamos olvidando”, dice Guez con el índice erguido hacia arriba, “que hay un tercer tipo de libro en este tema que es el que la sensibilidad del investigador se pone en primer plano”. “¿Cuál es el límite en la autorreferencialidad?”, se pregunta Pigna, y agrega sin vueltas: “Me embola cuando los libros de no ficción se cargan de autorreferencia y no tanto de una referencia al objeto de estudio. Alejandro Dumas decía: suplir con ficción los huecos históricos. Por ejemplo, dónde se encontraron Eichmann y Mengele, eso no lo sabemos, entonces habilita cierta ficción”.

¿Cómo dialogan todos estos libros: La desaparición de Josef Mengele, La muerte es el olvido y Mujeres insolentes de la historia? Esa es la pregunta que deja en el aire Fernanda Nicolini, la moderada de esta charla. “Por ejemplo —dice—, Perón está en los tres libros, pero son tres Perones distintos”. “Sí, hay muchos Perones porque es uno de los personajes más interesantes de la Argentina, pero lo interesante también es que, a esta altura de la historia, terminamos con el mito de la imparcialidad. Lo que sí debemos exigir es la honestidad. No se pueden cambiar los hechos a conveniencia de nuestra ideología”, sostiene Felipe Pigna.

Por su parte, Guez cuenta: “Llegué aquí hace cuatro años y me sumergí en esta olla que es el peronismo. En Francia no se sabe nada de este movimiento, salvo esos musicales malísimos sobre Eva Perón, que tampoco nos dicen mucho. La verdad que se me hizo la historia de las historias políticas mundiales”, dice y sonríe. El público ríe. El peronismo como la historia de las historias políticas mundiales. Luego retoma el comentario de Pigna: “Sí, efectivamente, la honestidad es muy importante. Acuerdo completamente”. Felipe Celesia asiente también. Esta línea los une.

Todo eso, asegura Guez en esta mesa, fue clave para pensar el escenario de la fuga de Mengele y palpar aquel tiempo, aquel espacio, aquella historia. Celesia asiente con la cabeza pero disiente con el método, al menos desde su posición: “Ese pastito yo lo pongo, pero no en primer plano, porque siento que no queda bien en mi pluma, entonces pongo en primer plano los hechos, lo histórico”. Acuerdan la diferencia, después de todo son métodos de abordar cada investigación y, sobre todo, la forma en transformarla en literatura.

Mesa "Lo que pasó, ¿pasó?" en el festival Basado en Hechos Reales
Mesa "Lo que pasó, ¿pasó?" en el festival Basado en Hechos Reales

Ahora, la conversación vira hacia la escritura, “el momento del bordado”, como dice Pigna. “Una ficción quizás sí se puede escribir en soledad, pero este tipo de libros se escriben en interrelación con un montón de gente. Yo siempre le digo a mis entrevistados: ‘Vas a ver cosas cosas del libro que quizás no te gusten. No puedo escribir el libro que vos querés, no hay forma de que eso ocurra’”, reflexiona Celesia y da otra observación: “Hay un vicio probablemente periodístico de querer poner todo lo investigado. Eso es un problema”.

Por su parte, Guez, que no es historiador, asegura que “hay una transformación y una trayectoria que hace la escritura de, por ejemplo, las novelas de no ficción, que los historiadores deben dejar continuar”. Se refiere a la interpretación ficcional. Sin embargo, y pese a las diferentes abordajes genéricos, hay mitos que derribar. El de Guez fue este: “Cuando se habla del ángel de la muerte parece un personaje de cómic, algo nada que ver con lo que fue Mengele. Ese es un mito que traté de deconstruir”.

“¿Para quién escriben?”, pregunta la moderadora. “Escribo para generar herramientas para aquellos que quieran saber sobre ese tema preciso que investigué. No me interesa que se me destaque la prosa, sino que sea un aporte al tema en cuestión”, asegura Celesia. Pigna, por su parte, reconoce que “uno no sabe quiénes son esos lectores. Se va dando cuenta cuando se reúne con ellos en presentaciones, mesas, ferias”. Cierra la pregunta —y también la mesa— Olivier Guez: “Si un escritor piensa en el lector está muerto. No existe el lector todavía”.

Luego de los aplausos, una porción de los espectadores se acerca a los escritores para saludarlos; la otra porción sale al pasillo para seguir con las actividades del festival. Yo, por mi parte, desciendo las escalinatas del inmenso edificio bajo un atardecer furioso, camino por Sarmiento, luego por 25 de Mayo —¿qué historias y curiosidades tendría para contarme el conductor del gol verde petróleo?— y me meto en el subte donde una chica, muy concentrada, lee un libro sobre la vida de —si es que no veo mal— Juan B. Justo. ¿Sabrá que eso, en algún punto, también es ficción?

SEGUÍ LEYENDO