En mi época de colegio normalmente me la pasaba los descansos sentado. Realmente no era muy activo; había nacido con problemas respiratorios que me impedían ejercer deportes. Con el tiempo, como toda persona en el mundo, empecé a preocuparme por mi cuerpo, por mi apariencia, y ahí me encontraba yo a las 11 de la noche haciendo ejercicios de videos de Youtube, a escondidas, por pena.
Con el tiempo, ese miedo se fue perdiendo. Empecé a ir al parque, a hacer un poco de calistenia, eso que los jóvenes hacen, que se cuelgan en una barra y empiezan a hacer repeticiones. Cuando tuve más poder adquisitivo, pude pagar una suscripción a un gimnasio hasta que un día, en abril, una entrenadora vió “potencial”, en mí. “¿Quieres unirte al powerlifting?”, dijo.
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La preparación para una competencia de powerlifting implica seguir una rutina estricta que se enfoca en estos ejercicios, complementándolos con ejercicios accesorios que fortalecen los músculos y mejoran la técnica. Cada participante tiene tres intentos en cada uno de los ejercicios, y un grupo de jueces evalúa la postura y técnica para validar los movimientos, siguiendo las órdenes de un juez principal.
Durante siete meses, estuve preparándome para participar en el Infernal BodyStrong, una competencia avalada por la Federación Mundial de Powerlifting Raw.
El objetivo en estas competencias es levantar el mayor peso posible con la mejor técnica. Sin embargo, el puntaje no solo depende del peso levantado, también de las características corporales del competidor, como su peso y altura. Esto significa que levantar 70 kilos tiene un impacto diferente si el competidor pesa 50 kilos en lugar de 100, ya que en el primer caso, el levantamiento representa el doble de su peso corporal.
Aunque para mí solo era disfrutar la experiencia, es innegable que tuve instintos competitivos. “Realmente, el verdadero rival eres tú mismo. Es un deporte individual en donde eres tú, tratando de superar tus propias marcas”, me dijo Juan Pablo, un joven que practica este mismo deporte y me dio la bienvenida cuando me uní a un grupo de esta disciplina.
Sería muy complicado mencionar a todos, porque todos merecen ser nombrados, pero no hay tanto espacio o tiempo. En conjunto, este grupo de personas, que formaron un equipo en un deporte en el que se preparan meses y años para recibir un minuto de reflector solo, poco a poco fueron convirtiéndose en una familia.
Entrenamos juntos varios meses, conociéndonos y dándonos consejos, apoyo, respaldo y ánimo, ya en este punto, no necesariamente en el deporte, sino en la vida. Esas acciones son de un equipo, a mi parecer. Cada día que pasaba, era una espera menos, pero una especie de ansiedad: la competencia se acercaba.
En mi caso particular, fue una semana llena de pensamientos rumiantes que se mantenían en la mañana, tarde y noche. Desde un primer momento sabía que no iba a ganar nada, a eso no iba, yo iba a dizque divertirme.
Un día antes de la competencia, tuve que realizar un pesaje, para saber a qué categoría iba a entrar, dependiendo mi peso y mi edad. Faltando dos meses para la competencia, llegué a pesar 82.8 kilos. Ese día de pesaje, terminé pesando 74.2 kilos.
También, revisaban los implementos necesarios, que fueran de la calidad y cumplieran con las necesidades de los atletas y ejercicios. Un buen cinturón, la ropa, las rodilleras del grosor suficiente para proteger la articulación de la rodilla y dar estabilidad a las piernas y en algunos casos, las muñequeras.
Seguido a eso, pase a saludar a las mujeres del equipo, pues ese día, aparte de ser el pesaje de los atletas que al día siguiente nos íbamos a parar en tarima, era la competencia femenina.
En ese momento, el mismo día de la competencia, todo mi entrenamiento pasó por mi memoria. Días en los que entrenaba por obligación, llenos de frustración y dudas. “Hay días en los que lo más pesado, ni siquiera es lo que levantas en el gimnasio. No es un proceso lineal”, fueron las palabras que me tranquilizaron, mencionadas por aquella persona que me ayudó en el proceso, Yesenia.
Fueron cerca de 17 horas en las que, junto con mis compañeros de equipo que iban a participar ese día, estuvimos en la competencia. Uno por uno, todas las personas que estaban programadas ese día fueron pasando: primero sentadilla, luego banca y, por último, peso muerto. Se podían ver varios grupos, varios equipos consolidados respaldando a los propios; incluso, se podía notar la distinción de cada grupo.
Como en mi caso, muchas personas llevan a sus familias, parejas o amigos para que los apoyen. No había tanta gente como la que esperaba, al menos en el público, pero yo llevé a mi familia. Ahí podía ver cómo cada persona empezaba a calentar y tenía sus propios rituales antes de competir hasta ser llamados por el micrófono.
Aunque había estrés y presión, la pasión que uno mismo se impone hace que sea un buen día. Al menos con mi equipo, nos reíamos y buscábamos la forma de soportar esas largas pausas de espera hasta volver a ser llamados.
Incluso hablé con una mujer que había viajado desde Nariño para estar con su hijo en la competencia. Es la emoción deportiva la que mantiene a las personas involucradas. Muchos se quejaron, tanto los organizadores del evento como quienes dijeron que los jueces estaban inclinados a favorecer a unos competidores y grupos específicos; mientras que a otros se les demoraba en dar instrucciones. Independientemente de eso, los atletas, cada uno buscando sus récords personales y marcas propias, creaban un ambiente bastante agradable donde diferentes personas, personalidades y cuerpos compartían una misma meta: levantar peso y demostrar que son más fuertes de lo que eran antes.