Opinión: ¿Por qué alguien pagó 560.000 dólares por una imagen de mi columna?

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Especial para Infobae de The New York Times.

En mi trayectoria como periodista me he visto ante algunas experiencias extrañas. Pero nada me preparó en absoluto para la experiencia de ver competir a personas totalmente desconocidas para gastar cientos de miles de dólares en una imagen de algo que escribí.

Hace unas cuantas semanas, decidí escribir una columna sobre el repunte de los tokens no fungibles (NFT, por su sigla en inglés), la moda más polémica en el mundo de las criptomonedas, mediante un caso palpable: convertiría esa columna en un NFT y la pondría en subasta, las ganancias se destinarían al Fondo de los Casos Más Necesitados de The New York Times.

Cuando les presenté esta idea a mis jefes, pensaba que tal vez este truco publicitario atraería unas cuantas ofertas de los lectores curiosos del Times a quienes algunos etheres, la criptomoneda que se usa para la subasta, estuvieran quemándoles las billeteras digitales. Quizás recaudaríamos unos cientos de dólares para obras benéficas y, en el trayecto, estaríamos explicando el complicado proceso de crear y vender los NFT. Fijé una cifra baja como el monto mínimo para la subasta (0,5 etheres o alrededor de 800 dólares), pero me preocupaba que ni siquiera fuera a obtener esa cantidad.

Sin embargo, la subasta se convirtió en toda una atracción. La registré el miércoles en la mañana y, antes de que me fuera a dormir esa misma noche, la oferta más alta había llegado a más de 30.000 dólares. Cuando desperté la mañana siguiente, era de 43.000 dólares. En la última hora de la subasta, miré boquiabierto cómo se desencadenó una guerra de pujas de último minuto.

98,000 dólares.

143,000 dólares.

277,000 dólares.

Después de más de 30 ofertas, la subasta terminó a las 12:32, tiempo del este, con la oferta ganadora de 350 etheres, o cerca de 560.000 dólares. Unos minutos después, luego de que la plataforma de la subasta había tomado su parte, cayeron en mi billetera digital casi 500.000 dólares en criptomoneda. Estaba estupefacto. Comenzaron a llegar textos de felicitación y solicitudes de los medios. Mis colegas bromearon sobre estafar a la beneficencia y desaparecer en las Islas Caimán. Mi editor me dijo que no esperara ningún aumento.

Todo el experimento fue surrealista y planteó esta pregunta: ¿por qué alguien pagaría el precio de un Lamborghini de lujo por una imagen de mi texto? Después de todo, el NFT solo era una firma criptográfica vinculada a la imagen de una columna que cualquiera podría leer en el sitio web del Times, aunque con algunos beneficios adicionales. (También estipulé que presentaría el nombre y la fotografía del ganador en la columna siguiente y Michael Barbaro, presentador de “The Daily”, con mucho gusto aceptó poner un mensaje de voz para el ganador).

El ganador, cuyo nombre de usuario en la plataforma de la subasta era @3fmusic, parecía ser un coleccionista destacado de NFT. El perfil en el sitio estaba vinculado a un perfil de Twitter perteneciente a una empresa productora de música con sede en Dubái y a una cuenta de Instagram perteneciente a Farzin Fardin Fard, el director general de la empresa. La colección de NFT del usuario incluía una variedad de otros trabajos digitales costosos, entre ellos, un “retrato de emojis” de 14.000 dólares de la cantante y compositora Billie Eilish y una pieza de 8000 dólares titulada “Araña saltarina disfrutando del café matutino”.

Me comuniqué con esta persona para felicitarla por la compra y hablar sobre la oferta. @3fmusic (no se sabe si el ganador es Fard o alguna otra persona o varias personas) se rehusó a que se dijera su nombre (y, debido al carácter anónimo de las transacciones basadas en cadenas de bloques, no existe una forma fácil de identificarlo además de la información que quiera proporcionar), pero me envió un comunicado por mensaje directo de Twitter que decía:

“Ya llevamos mucho tiempo participando en el arte y los medios de comunicación”, decía el mensaje. “Nuestro equipo administrativo está en constante colaboración con algunos asesores de arte bien informados y con mucha experiencia que creen que debemos desarrollarnos con movimientos tecnológicos que nos ayuden no solo a promover nuestra empresa, sino también a apoyar a los artistas y al mercado del arte. Así que, con orgullo, hemos decidido destinar suficientes fondos y recursos a la inversión en NFT como pioneros en esta industria”.

También me autorizaron a incluir en esta columna una imagen del logotipo de su estudio de música.

Jiannan Ouyang, un coleccionista de NFT que abandonó la subasta después de una elevada oferta de 290 etheres (alrededor de 469.000 dólares), me dijo que había decidido pujar por mi NFT tanto por motivos personales como profesionales. Es un excientífico investigador de Facebook que ahora es empresario de cadenas de bloques y está casado con una periodista.

“Esta columna plasma las ideas que intercambiamos a diario sobre cómo la tecnología NFT reestructurará la industria de la publicidad y los medios de comunicación modernos”, me dijo.

Algunos coleccionistas de los NFT creen que poseer los primeros cripto-"tokens" famosos, a la larga, será como poseer primeras ediciones de libros excepcionales o pinturas invaluables. Ouyang reconoció que el valor de mi NFT era “todavía muy especulativo y subjetivo”. Pero comentó que creía que, en última instancia, los NFT y otras tecnologías basadas en cadenas de bloques reestructurarán todo el entorno de los medios de comunicación, lo que permitirá a los creadores reinventar cómo crear sus trabajos y ganar dinero con ellos.

“Una de las respuestas es este NFT de The New York Times en especial y se convertirá en un acontecimiento histórico en este ineludible movimiento”, comentó. “Por eso creo que es valioso”.

André Allen Anjos, un músico electrónico de Portland, Oregon, que ofreció 5,69 etheres (cerca de 9200 dólares) por el NFT, me dijo en una entrevista telefónica que pujar por el “token” tal vez se podría considerar como un gesto simbólico de agradecimiento hacia mí y el Times por parte de la criptocomunidad por, sobre todo, tomarlos con la suficiente seriedad como para hacer un experimento con nuestra propia venta de “tokens”.

“Es como si una publicación convencional intentara interactuar con nosotros como comunidad de una manera real y sincera”, señaló. “Yo quería dar a entender que esto es fabuloso, que están planteando las preguntas correctas”.

Anjos mencionó que había crecido en la era de Napster, cuando los músicos se dieron cuenta de que el internet podría destruir su modo de subsistencia al poner a la disposición la reproducción de canciones de manera gratuita. Comentó que la tecnología de cadenas de bloques había cambiado eso al poder crear objetos coleccionables de edición limitada timbrados con el sello digital de su procedencia. Anjos mencionó que la idea de coleccionar los NFT no era tanto poseer las piezas en sí (la mayoría de las cuales pueden descargarse de manera gratuita del internet, pero sin las firmas criptográficas especiales), sino más bien de demostrar confianza en este nuevo modelo de adquisición.

“No voy a llamarlo protesta, pero es una declaración”, afirmó. “Este es el criptomundo intentando probar que existimos; nos interesa revolucionar todo este modelo y estamos dispuestos a invertir nuestro dinero en ello”.

No todos los motivos de los postores eran tan nobles. Sterling Crispin, investigador de Apple que tiene otro trabajo como artista de NFT, mencionó que había ofrecido 4,125 etheres (cerca de 6700 dólares) por mi “token” porque tenía en puerta una presentación virtual y esperaba que la puja atrajera algo de publicidad.

“Dije, bueno, estoy a punto de emitir NFT para esta presentación en solitario”, comentó. “Valdría muchísimo la pena que aparecieran 4 etheres en el Times”.

Neeraj Agrawal, vocero de un centro de investigación de criptomonedas, mencionó que había ofrecido 1,21 etheres (más o menos 2000 dólares) por el NFT porque le pareció divertido, aunque estaba casi seguro de que no ganaría. Había pensado qué imagen pondría en esta columna si hubiera hecho la oferta más alta.

«Yo pensaba: “Quizás una fotografía retocada de mi rostro o algo como un gran partidario del bitcóin diciendo: ‘Apoyaste a The New York Times’”», comentó.

Comentó que pujar por NFT se ha convertido en una especie de deporte entre los partidarios de las criptomonedas, muchos de los cuales durante años han estado sentados sobre enormes pilas virtuales de etheres y bitcóines. Cada subasta de NFT genera un registro público de ofertas y las subastas de gran difusión mediática pueden atraer a una multitud de personas que solo esperan ser detectadas entre los perdedores.

“Las pujas en sí se están convirtiendo en mercadotecnia”, señaló.

Además de los lectores que con mucho entusiasmo siguieron la subasta del NFT, me enviaron algunas preguntas las personas preocupadas por el impacto ambiental resultante de promover los NFT que usan la cadena de bloques de Ethereum. (La cadena de bloques de Ethereum, al igual que la de Bitcoin, requiere una enorme potencia computacional y sus detractores la han considerado una amenaza ambiental emergente). Yo apoyo por completo el desarrollo de formas menos exhaustivas, en términos computacionales, de realizar transacciones en cadenas de bloques y, con el fin de reducir cualquier efecto dañino provocado por este experimento, voy a comprar, a título personal, 400 dólares en créditos de compensación por emisión de carbono, que es lo suficiente para contrarrestar alrededor de cien veces las emisiones de carbono que generé al subastar este NFT.

Además, tan pronto como averigüe cómo hacer la transferencia sin arruinar por completo mi situación fiscal, enviaré alrededor de 300 etheres (con un valor aproximado de 497.000 dólares, al precio actual de mercado) al Fondo para los Casos Más Necesitados.

This article originally appeared in The New York Times.