
A mi hijo de 11 años le encanta jugar al fútbol. Le gusta Messi (¿a quién no?) y va a la cancha todas las semanas.
Naila me contó que su hija de 11 años, Alma, también jugaba al fútbol cada semana en la pequeña cancha de su pueblo druso, al norte de Israel.
Alma recibió una medalla de oro por su excelencia en el fútbol, pero también era una brillante alumna que dominaba cuatro idiomas y soñaba con estudiar en Harvard. Sin embargo, esta joven promesa nunca llegará a Harvard, ni recibirá otra medalla, porque su vida terminó el 27 de julio, cuando terroristas de Hezbollah lanzaron un cohete desde el Líbano que impactó en la cancha de fútbol de Majdel Shams, matando a 12 niñas y niños, de entre 10 y 16 años.
Los padres de Alma, junto con los padres y hermanos de los 12 niños que perdieron la vida en ese bárbaro ataque, me pidieron que llevemos su voz a la comunidad internacional. Piden que seamos dignos de la memoria de sus hijos e hijas, de esas bellas almas llenas de felicidad y amor.
Al escuchar a los padres de Alma, recordé otros encuentros emotivos que tuve esta semana en Israel. Pensé en Einav Danino, la mamá de Ori, quien me habló de la valentía, el gran corazón y el optimismo de su hijo.
Este joven judío de 25 años fue asesinado hace pocos días en Gaza por los terroristas de Hamás, después de haber estado en cautiverio durante 330 días en condiciones inhumanas.
También recordé a Malchi Shem-Tov, quien me relató cómo, en la madrugada del terrible 7 de octubre, Ori Danino consiguió escapar del área del Festival de Música Nova, donde cientos de terroristas palestinos asesinaron brutalmente a 364 jóvenes, violaron a mujeres y quemaron personas en sus autos. Pero Ori regresó para intentar salvar a su hijo Omer y a otros amigos que había conocido la noche anterior. Hamás los capturó a todos y los tomó como rehenes.
Omer, de 21 años, sigue en manos de Hamás en Gaza. En un cuaderno hallado por soldados israelíes en Gaza, Omer había dibujado distintos tipos de comida, escribiendo repetidamente la palabra “comida” y añadiendo: “Un poquito más”.
Pensé en Rachel y Jon Polin-Goldberg, los papás de Hersh, un joven estadounidense-israelí asesinado junto a Ori y otros cuatro rehenes. Hersh se había convertido en una de las caras más conocidas de los secuestrados por Hamás en Estados Unidos, con su eterna sonrisa y su gran sentido del humor.

También recordé a Aviva Siegel, quien nos relató en persona las atrocidades que presenció y vivió el 7 de octubre y durante los 51 días que estuvo en cautiverio de Hamás. “No volverán”, me dijo Aviva, refiriéndose a su marido, Keith, de 65 años, y al resto de las 101 mujeres, hombres y niños que aún están en manos de Hamás.
Los drusos creen en la reencarnación, me explicó Naila, y esa creencia le da la fuerza y la esperanza que necesita para seguir adelante.
El dolor de estos padres, madres y familias es indescriptible, pero su llamado a la justicia y a la memoria es un faro de esperanza en medio de la oscuridad. Estas historias no son solo tragedias individuales, son una demanda colectiva por un futuro donde el odio y el terrorismo no tengan lugar. La memoria de Alma, Ori, Omer, Hersh y tantos otros debe impulsarnos a la acción. No podemos permitir que sus vidas se pierdan en el silencio o en la indiferencia internacional. Debemos ser su voz, su recuerdo y su lucha.
Debemos seguir fuertes y unidos luchando por el bien, promoviendo la paz, la coexistencia y la empatía. Se lo debemos a Alma. A nuestra Alma.
La embajadora Marina Rosenberg es la vicepresidenta Sénior de Asuntos Internacionales de la Liga Antidifamación (@_MarinaRos)
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