
“Yo no elegí la violencia doméstica”, escribió la artista Hanna Kozak en He Threw The Last Punch Too Hard (El último golpe que pegó fue demasiado fuerte), un ensayo fotográfico sobre la discapacidad que sufrió su madre a consecuencia de la violencia doméstica. “Ella me eligió a mí”.
Kozak era una niña. Su madre había dejado a su padre, un hombre bueno pero extremadamente controlador, con quien había tenido cinco hijos, uno detrás del otro, como había esperado él, como se esperaba de ella. Deprimida y agotada, la mujer había conocido a otro hombre, se había ido con él. Se había vuelto a casar.
Los viernes, Kozak esperaba con mucha ansiedad ver aparecer el Impala verde de su madre, Rachel: la iba a buscar, pasaría el fin de semana con ella. También con el segundo esposo.
Una noche escuchó un ruido, luego un grito; a continuación alguien encendió la luz.
“El esposo me ve sentada. Hace un gesto con las manos. ‘Solo estaba haciendo esto, Hannah’, y aplaude. ‘Para asustarla’". En ese momento Kozak entendió el ruido, que oiría repetidamente, desde los nueve hasta los 14 años, el ruido de la mano de una persona que golpea a otra. En ese momento Kozak entendió que los adultos mienten, y que hacen cosas que pueden tener consecuencias devastadoras.
—¿Qué me pasó? ¿Por qué estoy así? —le preguntó Rachel durante una visita al asilo en el que vive, porque quedó discapacitada en 1974 luego de que el esposo le diera una serie de golpes en la cabeza, y el último, como refirió el título que Kozak eligió para su libro, fue demasiado. Acaso demasiado fuerte, acaso uno de más. Acaso demasiado a secas.
—¿De verdad quieres saberlo? —Kozak, ya adulta, preguntó a su vez, con cuidado.
—Sí.
—Tu esposo solía golpearte.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque yo solía verlo
Se hizo entonces un silencio: “Aunque parte de su memoria se ha perdido, su comprensión permanece. Nos quedamos sentadas quietas, juntas. Mi madre tiene una inclinación por el silencio, como yo”.
Historia de una doble de riesgo

Haber sido testigo de la brutalidad que sufrió su madre marcó el destino de Kozak. De la nada, a los 10 años, decidió que sería doble de riesgo. Y creció para realizar esa vocación, cuyo origen se le escapaba: había nacido en el lugar ideal, Los Ángeles, y trabajó con directores como David Lynch, Tim Burton y Nora Ephron.
“Fui doble en Hollywood: me tocaron golpes, caídas, rodadas, porrazos”, contó en el libro y en un video que acompañó el lanzamiento. “Me quebré ambos pies al saltar de un helicóptero hacia el techo del edificio más alto de Los Ángeles. Comprendí, cuando no pude caminar y lloraba sola en mi dormitorio, que necesitaba perdonarme a mí misma por haber juzgado a mi madre por haberse ido”.
Su oficio había puesto en escena, también, un fuerte deseo de castigarse por no haber hecho nada durante los cinco años que fue testigo del maltrato que sufría su madre: ella le había pedido que no le contara a nadie, y Kozak había mantenido el secreto. A nadie le dijo cuando el esposo de su madre la sofocó con una almohada, ni cuando le dejó un ojo morado, ni cuando le gritó y la abofeteó.

Nunca más pudo caminar, alimentarse o higienizarse sola. Como consecuencia de la lesión original, sufrió convulsiones y nuevos derrames. Desde 1980 debió vivir en asilos.
El informe del segundo hospital donde Rachel fue internada, para comenzar la rehabilitación que seguiría el resto de su vida, hasta el presente, a los 82 años, explicó que la paciente ingresó con una “hemorragia subaracnoidea grave”, que es un tipo de sangrado entre la capa media y la capa interior del encéfalo, potencialmente mortal. “Como resultado, tuvo una hemiparesia derecha”: es decir, parálisis en el lado derecho del cuerpo.
Kozak también creció enojada por la decisión de su madre de dejar a su padre, un hombre que había sobrevivido a ocho campos de trabajo nazis en Polonia, y a sus cinco hijos. “Tuve tremendos sentimientos de abandono y rabia hacia ella. La juzgué como una madre impetuosa, egoísta, imprudente y negligente”, escribió. “Me molestaba lo que se había hecho a sí misma y a su familia”. Pero junto a esa gran ira le llegaban olas de tristeza y de compasión: “Sólo mirar su mano derecha, retorcida por el daño cerebral, me producía más emociones que las que podía soportar. A causa de esto, virtualmente ignoré a mi madre, en un intento de distanciarme de mi propio dolor”.
Hasta que un día de 2004, el accidente que le impidió caminar la puso frente al espejo de su madre.

“No puedo valerme por mí misma ahora, y pedir ayuda me hace sentir demandante y dependiente”, escribió. “Así es como debe ser para mi madre, que no puede hacer nada por ella misma. Durante veinticuatro años, esto ha sido el mundo que ha conocido. Qué terrible debe ser”.
Reencuentro de madre e hija
Algunos años después, en 2009, Kozak comenzó a fotografiar a Rachel. Cada vez que la visitaba sus emociones la atropellaban de tal manera que no podía pensar con claridad; la cámara se mostró como una suerte de protección. “Al fotografiarla, logré cerrar una herida que se mantuvo abierta toda mi vida”, explicó en el libro. “Durante el proceso, logré amar a mi madre. En este camino hacia la aceptación, sentí emociones en carne viva desde la distancia de seguridad que da el lente de una cámara. Mi cámara me permitió un punto de conexión y una separación, que necesitaba".
Ceder el control al dispositivo le permitió crear un marco de referencia: "Mi cámara transformó mi terror, mi furia, mi tristeza y mi ira en memoria e historia”.

Al comienzo las fotos revelaban el abismo que se había abierto entre ellas. “Ella no sentía que yo la amara. Yo no estoy segura de haber sentido amor por ella”, siguió Kozak. “Ninguna conocía a la otra”.
Así un día, luego de haberse familiarizado con fotos mientras dormía, mientras comía, mientras la veían los médicos, observó la escena de un baño. Le pareció que no la higienizaban como a una persona, sino que la manguereaban como a una cosa. “Fue algo horrible de ver y, si bien mi madre ya no estaba en una relación de maltrato con su pareja, sentí que seguían abusando de ella”.
El enfermero que la bañaba se molestó por la observación y le dijo a la hija que dejara de tomar fotos. “No se atreva a decirme qué tengo que hacer con mi madre y con mi cámara”, le respondió. Pronto mudaría a su madre a otra institución.

En el camino de redescubrimiento de Rachel, y de ella misma, encontró que a su madre le habían arrebatado muchas cosas pero había logrado conservar otras: “Aun a pesar de haber sufrido una discapacidad permanente debido a la violencia doméstica, nunca perdió su amabilidad, su fe en el amor y su esperanza. A medida que el cuerpo de mi madre se deterioraba, que su mano se contraía cada vez más, su alma floreció. Se negó a ser tapada con un velo de piedad", describió. "Se mantiene completamente presente en el momento”.
Rachel se convirtió así en una maestra y una musa para Kozak. “Mi madre no es una santa y yo no estoy interesada en la santurronería”, explicó. “Pero juntas, ella y yo hemos logrado algo heroico. Hemos aprendido a perdonar”.
Como una Sophia Loren de Guatemala
Entre las pocas cosas que su madre le dijo en la infancia, Kozak ha recordado siempre un consejo de solo dos palabras: “Hannah, estudia”. Durante muchos años le había parecido una obviedad; sin embargo, cuando comenzó a trabajar en He Threw The Last Punch Too Hard reconsideró el mensaje. Su madre nunca había tenido una carrera, nunca había concebido su vida sino como esposa de alguien. El consejo significaba, simplemente, que no dependiera de nadie.

Ella había nacido como Raquel Zarco en Guatemala, en 1938, en una familia acomodada, los dueños del periódico La Prensa Libre. “Era una belleza clásica, una morena apasionada y ardiente, tipo Sophia Loren, con piel de oliva y una figura bien formada. Le encantaban los vestidos bonitos y las comidas picantes. Todos estaban locos por ella, en particular los muchachos”, escribió la hija. “El tráfico se detenía en el bulevar principal de la ciudad de Guatemala cuando ella pasaba”.
La familia, que no aprobaba el desfile de candidatos, decidió terminarlo: la envió a vivir a Los Angeles con su hermana. Allí ella conoció al padre de Kozak, uno de los pocos sobrevivientes de una familia polaca judía masacrada en la Segunda Guerra Mundial. Se conocieron en mayo o junio de 1957, se casaron enamoradísimos pocos meses después. Pero cuando ella cumplió 25 años ya tenía cinco hijos, tres de ellos en pañales, y un marido que decidía desde qué comía hasta qué ropa usaba y que no creía necesario que ella contara con ayuda porque su madre no la había requerido.
Kozak tenía ocho años cuando Rachel se deprimió. Un médico le recomendó que saliera de la casa, que tuviera alguna vida social. Comenzó a trabajar como asistente de enfermería. En un hospital conoció al hombre que sería su segundo esposo y su victimario, y con quien se sintió obligada a permanecer.

“No tenía educación ni empleo, mucho menos una carrera satisfactoria —interpretó la artista—. Me pareció que de joven se definía por contar con un hombre. Mientras él la amara, ella estaría bien. La atención de él llenaba su vacío. Ni siquiera estoy segura de que fuera amor lo que compartían”. La rutina de agresión y reconciliación de la violencia doméstica se repitió hasta que una vez fue demasiado.
Un libro para otras víctimas
“Mi madre quedó atrapada en un ciclo de maltrato emocional y físico. Yo quedé atrapada en el silencio”, resumió Kozak. En la adolescencia sufrió cuadros graves de ansiedad por los que debió ser tratada; luego pasó 25 años arriesgándose como doble en la industria del cine. Con los años recuperó su voz y así emprendió este proyecto. “Al revelar lo que le pasó a mi madre, en lugar de esconderlo, le pongo una cara a la epidemia de violencia doméstica. No honramos a alguien si negamos la verdad de lo que pasó”.
Desde que Rachel salió del hospital, en 1974, su ex esposo la cuidó durante siete años, al cabo de los cuales la internó en un asilo. Kozak la mudó a uno mejor en 2015, pero eso no cambió mucho las posibilidades de la vida de la mujer: lleva 40 años alojada en instituciones para el cuidado de las personas discapacitadas.

“La fotografía me ha servido como un medio para sobrellevar el dolor emocional e inconscientemente ha sido un esfuerzo por transformarme y sanar", explicó la hija. “Nuestra relación se descarriló muy temprano en mi vida. Mis experiencias tempranas sobre la maternidad quedaron asociadas con la falta de disponibilidad, la pérdida y el rechazo. La fotografía ha reelaborado esta relación, y es el único terreno donde puedo expresar mis conflictos sobre la separación en nuestro vínculo”.
Si bien las fotos comenzaron como un proyecto íntimo, entre las dos, se convirtieron en un libro que editó Régina Monfort y publicó FotoEvidence. La razón fue simple, un deseo que Kozak expresó en el video que acompañó el lanzamiento: “Ojalá estas fotos inspiren a otras personas a salirse de una relación abusiva y liberarse antes de que sea demasiado tarde”.
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