
“El vendedor de silencio”, la más reciente novela de Enrique Serna, es la historia de Carlos Denegri, el periodista más poderoso del país entre 1940 y 1967. Poseedor de una red de contactos envidiada por el resto de los reporteros mexicanos de la época.
Pero también era considerado el más abyecto de los periodistas que tuvo el país en el Siglo XX: Emblema del antiguo régimen, del chantaje y del influyentismo en la esfera pública; inescrupuloso y grotesco en su vida personal, el autor dibuja a un hombre-paradoja.
En entrevista con Proceso, Serna reitera que, si bien Denegri y Julio Scherer García eran arquetípicos, aquél era el Anticristo del periodismo, mientras el segundo era El Ángel Exterminador.
Hábil buscador de información y entrevistador del más alto nivel, políglota, redactor atildado, pero siempre dispuesto a convertir el oficio de reportero en mercancía. Denegri ha sido referencia en el gremio periodístico por su abuso de las peores prácticas, su enriquecimiento producto del soborno normalizado en el antiguo régimen, el chantaje político y el influyentismo inescrupuloso posible en su grotesca vida personal. Un hombre-paradoja al que alguna vez Julio Scherer García describió como “el mejor y el más vil de los reporteros”.

Reportero de Excélsior, era famoso por su talento y cultura y en sus viajes por el mundo entrevistaba a grandes políticos, intelectuales y personalidades del espectáculo.
Destacaba también por su alcoholismo, su misoginia, su falta de escrúpulos para publicar información, con frecuencia arbitraria y falsa, que destruía vidas o carreras, aunque sabía guardar secretos si así le resultaba conveniente, porque todo tenía un precio: lo que publicaba y lo que callaba.
Serna dice que el nombre de una de sus dos columnas en Excélsior era la proyección mental de Denegri: “Arsénico”. Y más que proyección mental, lo fue emocional: era una bilis disfrazada de sarcasmo. Uno de sus libros lo tituló “29 estados de ánimo”, pero en realidad experimentó en su vida un solo estado: la insensibilidad, explica.
Una fuente testimonial es Pilar Denegri, hija del periodista, quien llevó a Serna a descubrir el origen de la “misoginia patológica” de su personaje: un escándalo de corrupción que protagonizó en la embajada española durante la Guerra Civil, que terminó con sus aspiraciones de ser diplomático.

El gran salto de Denegri ocurrió durante su cobertura de la Segunda Guerra Mundial, por una serie de crónicas en primera persona en las cuales se mostraba como aventurero, que además de sortear peligros seducía a hermosas mujeres en su travesía.
Por la fama adquirida, dice Serna a Proceso, Denegri se convirtió en una pluma codiciada por el poder y su regreso marcó el inicio de su columna “Fichero Político”, tan influyente que cobraba las menciones para bien o para mal que ahí aparecían.
“Un periodista mercenario tan exitoso sólo pudo existir en un régimen de dictadura de partido –la del PRI–. Tuve que hacer una reconstrucción de época para situarlo en su contexto histórico-social, y describir como telón de fondo el proceso degenerativo de un régimen que llegó al poder a balazos, creó un monolito invencible y –a pesar de un paréntesis de liderazgo ético que hubo en el sexenio de Lázaro Cárdenas– nunca pudo renunciar a su ADN autoritario para el que necesitaba una prensa servil que cantara loas al presidente e hiciera un culto a la personalidad cada sexenio”, explica Serna.
El autor cuenta que Denegri practicó también otro tipo de periodismo: el de sociales. Lo hizo a partir del sexenio de Miguel Alemán, como una forma de obtener ingresos, porque “había una camada de nuevos ricos que querían ostentar sus mansiones, sus viajes a Europa, sus carrazos, y todo eso era reportado por Denegri”.

Indica que como fórmula de obtener ingresos con su producción política y de sociales, inauguró un mecanismo que hasta ahora subsiste: las agencias de publicidad para la sangría de los presupuestos públicos y que, en su caso, se gestionaba a través de la firma Publicidad Denegri.
Serna sostiene que Denegri es el personaje más acabado de una generación que en esa y otras degradaciones del periodismo hicieron escuela. Si Julio Scherer García, Jorge Piñó Sandoval o Carlos Septién García son las figuras antitéticas del personaje, también aparecen aquellos que, sin su notoriedad y poder, competían en su servilismo al régimen: Roberto Blanco Moheno, Ernesto Julio Teissier, Alfredo Kawage Ramia y Jacobo Zabludovsky.
“Ellos aceptaban que les tiraran línea y ni siquiera se podían permitir disentir en términos moderados en políticas que consideraban absurdas. Por ejemplo, en la represión del movimiento estudiantil de 1968, yo creo que, como eran hombres lúcidos y demás, se daban cuenta de que ese movimiento se pudo haber desactivado con tacto político”, dice Serna.

Sin embargo, sus ataques, en especial los de Denegri, eran rabiosos. Sus artículos sobre el movimiento del 68 “son verdaderamente asquerosos, porque son en un tono amenazador: ¡Cuidado!, jóvenes, porque en la siguiente se van a morir… prácticamente ese era su tono. Entonces, ahí es donde, digamos, enseñaron el cobre muchos de esos periodistas que pudieron haber presumido de independencia de criterio en la vida política, pero aquí se tuvieron que alinear”.
Su última mujer, 20 años menor, a quien solía golpear e insultar cuando estaba borracho lo mató por la espalda, de un balazo en la cabeza, en el dormitorio de su casa, en la madrugada de Año Nuevo de 1970 y bajo un crucifijo de madera.
Ni siquiera después de la muerte de Denegri, Scherer ocultó su desprecio por él.
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