El mito del estadio que albergó el primer Mundial, entre milagros, fantasmas y dudas sobre su futuro

El Centenario se construyó en tiempo récord. La obra estuvo a cargo de un arquitecto que no cobró un peso por su trabajo. Ahora, la pregunta es qué será de un escenario al que los equipos grandes de Uruguay hicieron a un lado

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Vista del Estadio Centenario, lugar donde se jugó la primer final de la Copa del Mundo
Vista del Estadio Centenario, lugar donde se jugó la primer final de la Copa del Mundo

Con el tiempo, calificar de “mítico” al Estadio Centenario se volvió un lugar común del periodismo deportivo. Nunca fue un logro al alcance de cualquiera arrancar una victoria del ícono del fútbol mundial en el que la Celeste y los equipos uruguayos suelen rendir por encima de la lógica, impulsados por hinchas que en general lucen enardecidos desde el primer minuto de cada partido. Pasó desde el comienzo de su historia, cuando albergó la primera Copa del Mundo y los locales se consagraron campeones.

El mito se fue agigantando hasta hoy, cuando muchos uruguayos recuerdan con orgullo que su selección ganó todas las Copas América que disputó en casa. El presente, sin embargo, muestra dudas sobre qué ocurrirá con ese templo al que los montevideanos llaman simplemente “El Estadio”, sin la necesidad de aclarar más. Aunque en el último tiempo aparecieron algunos hechos favorables dentro de un panorama que lucía muy complicado.

La leyenda del Centenario empezó a tomar forma cuando construirlo se volvió una obligación: entre muchas promesas que los dirigentes uruguayos le hicieron a la FIFA en el Congreso de Barcelona de 1929 para conseguir la sede de la Copa del Mundo, y que implicaban un enorme desembolso de dinero, tal vez la más importante haya sido la de la edificación de un gran estadio, del que hasta ese entonces el país carecía.

En el medio, el Congreso uruguayo le dio curso a una ley que preveía un fuerte apoyo económico para la organización, como para sumar impulso a la candidatura. Todo este proceso que se relata en el libro “El Estadio Centenario - Templo del fútbol”, de Mario Romano y Alberto Mangone (editado por Planeta en 2019), fue hecho con bastante apremio, tanto que el Ejecutivo promulgó la norma el mismo 16 de mayo en el que la aprobó el Senado, justo en la víspera del congreso en tierras catalanas.

Desde que se puso la piedra fundamental el 21 de julio de 1929, se convivió con las dudas sobre si sería posible terminar a tiempo el Estadio. Con los criterios actuales suena a cuento que, a menos de un año de que comenzara el primer Mundial de fútbol, el 13 de julio de 1930, no había absolutamente nada construido de la cancha pensada para albergar los partidos más importantes.

Foto del Estadio Centenario durante el Mundial de Uruguay 1930
Foto del Estadio Centenario durante el Mundial de Uruguay 1930

El Centenario era apenas un sueño que habitaba en la cabeza de los pocos osados a los que se les ocurrió que el país más chico de Sudamérica, con apenas dos millones de habitantes, estaba en condiciones de organizar la Copa del Mundo. Y hay un detalle aún más estremecedor: la construcción de las tribunas de hormigón armado luego de la remoción de tierras recién arrancó en los primeros días de enero de 1930.

“El trabajo para poder terminar a tiempo la obra fue literalmente incesante: había tres grupos que tenían turnos de ocho horas por día y se cuenta que hasta competían entre ellos para ver cuál avanzaba más rápido”, le cuenta a Infobae en Montevideo el doctor Mario Romano, que fue director general durante más de dos décadas de la comisión que administra el Estadio (CAFO) y de su espectacular museo, además de haber coescrito el libro sobre su historia.

Romano es abogado de profesión y su enorme bagaje cultural abarca varias ramas, aunque nada de eso impide que el fútbol sea una pasión que lo arrebata. Recuerda en el patio de un bar de la capital uruguaya que muchos de los trabajadores eran extranjeros “que habían llegado a Uruguay con la ilusión de un futuro mejor, más que para ellos, para sus hijos”. Gran parte de esos inmigrantes habían escapado de una Europa donde cobraban cada vez más poder los regímenes autoritarios, y que estaba agobiada por la crisis económica que derivó de la Primera Guerra Mundial y el crack de Wall Street en el año 1929.

Dentro de ese enorme esfuerzo grupal para poner en pie el Centenario, la figura del arquitecto de la obra tuvo un destaque especial. Juan Antonio Scasso había sido en 1916 uno de los primeros graduados de la Facultad de Arquitectura de Montevideo, fundada el año anterior. Se recibió con medalla de oro, y su premio por ese logro fue un viaje a Europa donde aprovechó para sumar conocimientos. Para 1929 estaba a cargo de la dirección de Paseos Públicos de la capital uruguaya y su vínculo con el mundo del fútbol se limitaba a haber presentado proyectos, junto a su ayudante José Domato, para realizar las canchas de Peñarol (del que Scasso sería luego presidente en 1932) y Nacional, que finalmente no se llevaron a cabo. Las autoridades consideraron que esos antecedentes alcanzaban para que estuviera a cargo.

Un detalle sobre la labor de Scasso en la construcción del Estadio resulta llamativo, sobre todo para los parámetros actuales: pese a las ofertas que recibió, resignó la posibilidad de cobrar plata extra por la edificación del Centenario. Su argumento era que con su sueldo como funcionario ya estaba debidamente pago y que la obra, más allá de su magnitud, se encontraba dentro de las tareas para las que estaba contratado.

Apunta Romano sobre los días álgidos de la edificación del Estadio: “Era muy difícil la comunicación en la obra. Primero por la gran distancia entre los diferentes puntos del terreno, que obligaba a dar las directivas con los megáfonos que había en aquella época, bastante rudimentarios. Y el idioma era una gran barrera con los trabajadores extranjeros, aquello era una especie de Torre de Babel. Todo eso le sumaba dificultades a una obra en la que el tiempo apremiaba”.

En la construcción no faltó además la presencia de la grieta que dominaba a la política uruguaya por esos días, entre el entonces gobernante Partido Colorado y el opositor Partido Nacional -más de 90 años después, ambas fuerzas hoy son socias en la coalición que preside al país. “Nuestros gobernantes (...) se desinteresan en absoluto por el trabajo y la producción para correr detrás de una pelota de fútbol, como si el porvenir de la República estuviese dentro del arco donde se marcan los goles”, apuntó ya en pleno Mundial un artículo publicado en el vespertino “La Tribuna Popular”, de línea opositora y desde donde se postulaba que el Estadio había sido habilitado sin tener las condiciones de seguridad necesarias.

Palmeiras se coronó campeón de la última edición de la Copa Libertadores en el Estadio Centenario
Palmeiras se coronó campeón de la última edición de la Copa Libertadores en el Estadio Centenario

Así, se parece mucho a un milagro que haya logrado inaugurarse el 18 de julio, a exactos cien años de la fecha patria de Uruguay, para el debut de la Celeste ante Perú en su Mundial, con victoria por 1-0. Un milagro que, como otros, fue posible gracias a la generosidad y el talento de algunos, y también al trabajo colectivo.

En aquel primer encuentro, el Estadio reflejaba el apuro que se había afrontado para llegar a tiempo: en las afueras todavía se veían los andamios de la obra y algunos aseguraban que el cemento de ciertos sectores aún estaba fresco. Pero ahí estaba de pie el templo, con capacidad para 70 mil espectadores (aunque originalmente estaba previsto para 102 mil) y las cuatro cabeceras que hoy mantiene: las tribunas Colombes y Amsterdam detrás de los arcos (en homenaje a las ciudades donde la Celeste consiguió los títulos en los Juegos Olímpicos de 1924 y 1928), y la América y la Olímpica en los laterales.

A partir de ahí, la historia se encargaría de agrandar cada vez más el mito del Centenario. Desde aquel triunfo en la final ante Argentina por 4-2, que le dio a Uruguay el primero de sus dos títulos mundiales, a las Copas América que logró la Celeste y las consagraciones continentales de Peñarol y Nacional. Pero justamente el presente de los dos grandes de Uruguay tiene que ver con los nubarrones que aparecieron sobre el futuro del Estadio y que ganaron densidad con el tiempo.

Hubo un tiempo en el que el modelo de negocios para el Estadio era muy claro: Nacional y Peñarol disputaban casi todos sus partidos ahí, ya que no solo lo usaban para recibir a otros equipos sino que casi todos los clubes chicos, cuando los enfrentaban, cedían la localía para obtener la recaudación que no podían conseguir en sus canchas modestas.

En 2005 la historia empezó a cambiar cuando Nacional reinauguró su cancha histórica, el Gran Parque Central, donde empezó a jugar casi todos sus partidos de local. Ante esta situación, Peñarol decidió poner manos a la obra para erigir un estadio propio, algo que nunca había pasado de ser una utopía. Y para 2016 se jugó el primer encuentro oficial en el Campeón del Siglo, con capacidad para 40 mil espectadores. Así, el futuro del estadio con mayor capacidad del Uruguay empezó a poblarse de fantasmas.

Imágenes en plena pandemia lo mostraron deteriorado, en un estado de abandono
Imágenes en plena pandemia lo mostraron deteriorado, en un estado de abandono

Con el fútbol como una presencia esporádica, el Estadio empezó a ser cada vez más un escenario destinado a espectáculos artísticos, aunque tampoco eso alcanzaba para hacerlo sustentable. Algunas imágenes en plena pandemia lo mostraron deteriorado, en un estado de abandono que preocupaba.

Dentro de ese marco complicado, en el segundo semestre de 2021, llegó una luz con la millonaria inversión que realizó Conmebol en el Estadio, con la que se renovaron el campo de juego, las luces y los sistemas de riego, además de concretar demorados arreglos en baños y tribunas para que albergara las finales de la Sudamericana y la Libertadores. Esto no quita que el futuro siga siendo de incertidumbre.

“La remodelación permitió que el estadio se aggiornara y mostrara una cara totalmente renovada. De todas maneras, el problema de fondo puede seguir siendo el mismo. La Asociación Uruguaya de Fútbol y la Intendencia de Montevideo están abocados a un nuevo plan de negocios, una política de mantenimiento del Estadio, que indudablemente precisa de muchos partidos, de muchos recitales, de muchos eventos”, destaca Romano, conocedor como pocos de las necesidades de ese templo del fútbol mundial.

Será el futuro el que cuente si el Centenario podrá salir adelante o correrá el destino de otros grandes escenarios del fútbol mundial que quedaron descascarados y hasta condenados a la desaparición en nombre del progreso. Mientras tanto, se alza orgulloso en plena Montevideo con la cara renovada. Y hasta con la ilusión todavía intacta de recibir en 2030 el Mundial, en lo que sería un homenaje a los cien años de la gesta inolvidable en la que empezó a nacer el fútbol moderno.

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