El crecimiento acelerado de la actividad espacial alrededor de la Luna plantea un desafío inesperado para el futuro de la exploración lunar.
Investigadores advierten que determinadas regiones del satélite natural podrían convertirse en zonas destinadas a recibir el impacto de satélites y equipos fuera de servicio, una solución que busca evitar daños en áreas de alto valor científico, histórico o cultural.
En las próximas dos décadas, el número de satélites que orbitarán la Luna aumentará de manera sostenida. Agencias espaciales y empresas privadas planean instalar bases permanentes, desarrollar experimentos científicos y explorar posibles actividades mineras.

Para sostener ese despliegue, se prevé la creación de constelaciones de satélites dedicadas a tareas de comunicación, navegación y posicionamiento, similares a las que hoy operan alrededor de la Tierra.
El problema surge cuando esos satélites agotan su combustible o alcanzan el final de su vida útil. A diferencia de lo que ocurre en la órbita terrestre, donde los dispositivos pueden desintegrarse al reingresar a la atmósfera, la Luna carece de esa capa protectora. Esto deja a los operadores con opciones limitadas para deshacerse del hardware obsoleto.
“Esos satélites tendrán que estrellarse en la Luna, por lo que potencialmente se convertirá en un vertedero de basura”, advirtió Fionagh Thomson, investigadora principal de la Universidad de Durham, durante un panel de expertos convocado en la reunión Space-Comm realizada en Glasgow. La científica puso el foco en la necesidad de anticiparse a un problema que todavía no resulta urgente, pero que podría escalar con rapidez.

Uno de los principales temores es que múltiples impactos no controlados afecten instalaciones científicas, infraestructuras futuras o sitios históricos como las huellas dejadas por las misiones Apolo. Además, algunas regiones lunares consideradas prístinas podrían perder su valor como laboratorios naturales si se ven alteradas por restos artificiales.
Las consecuencias físicas de estos choques tampoco son menores. Los investigadores señalan que los satélites impactarían la superficie lunar a velocidades cercanas a los 1,9 kilómetros por segundo. A esa energía, las colisiones generarían vibraciones intensas capaces de interferir con instrumentos sensibles, además de excavaciones que podrían extenderse decenas de metros y levantar grandes nubes de polvo abrasivo.
Ese polvo representa un riesgo adicional, ya que podría depositarse sobre telescopios y equipos, reduciendo su rendimiento o dañándolos de forma permanente. “No es una preocupación inmediata, dada la superficie lunar, pero cuantos más satélites lunares haya, mayor será la probabilidad de que alguno se estrelle en lugares de gran importancia científica o cultural”, sostuvo el profesor Ian Crawford, de Birkbeck, Universidad de Londres. “Necesitamos un plan de cara al futuro”.

En la órbita terrestre, el descarte de satélites fuera de servicio sigue un mecanismo bien establecido. Cada año, miles de dispositivos se desintegran al reingresar de forma controlada en la atmósfera. La ausencia de una atmósfera lunar obliga a pensar soluciones alternativas que eviten una acumulación desordenada de restos.
La urgencia del debate se explica por la magnitud de los planes en marcha. Más de 400 misiones lunares están previstas para las próximas dos décadas. Entre ellas se destacan la estación orbital Lunar Gateway, impulsada por la NASA, y el campamento base Artemis en la superficie lunar. A estos proyectos se suman los planes de China y Rusia para construir su propia base en el satélite.
Europa también avanza en esa dirección. El próximo año, la Agencia Espacial Europea lanzará el satélite Lunar Pathfinder, concebido como un banco de pruebas para la futura constelación Moonlight, que debería entrar en funcionamiento hacia 2030. Incluso antes de su lanzamiento, los ingenieros ya analizan cómo gestionar su eliminación una vez cumplidos sus ocho años de servicio.

Hoy existen tres alternativas principales para retirar satélites lunares. Una opción consiste en dotarlos de suficiente propulsión para enviarlos a una órbita solar, una solución técnicamente viable pero costosa. Otra posibilidad es trasladarlos a órbitas lunares más alejadas, aunque el campo gravitatorio irregular del satélite vuelve esta maniobra compleja. La tercera alternativa es el impacto controlado contra la superficie lunar, que requiere una planificación minuciosa.
En este contexto, organismos internacionales comenzaron a trabajar en marcos regulatorios. Sarah Boyall, jefa de la Oficina de Regulación de la Agencia Espacial del Reino Unido, explicó que el Equipo de Acción de las Naciones Unidas sobre Consulta sobre Actividades Lunares y el Comité de Coordinación Interinstitucional de Desechos Espaciales están desarrollando recomendaciones para la eliminación responsable de satélites lunares.
Entre las propuestas con mayor consenso aparece la creación de “cementerios” espaciales. La idea consiste en designar zonas específicas o grandes cráteres donde los satélites puedan impactar de manera controlada, reduciendo la dispersión de restos. Tanto el Reino Unido como los países firmantes de los acuerdos Artemis de Estados Unidos ya consideran este enfoque como una solución viable.

“Establecer zonas de impacto en la Luna es la solución más práctica”, afirmó Ben Hooper, director sénior del proyecto Lunar Pathfinder en SSTL.
“Designar regiones específicas como ‘zonas de impacto’ limitaría la propagación de artefactos humanos por la superficie lunar, preservando otras áreas para la exploración científica y futuras operaciones”, agregó.
Desde la Agencia Espacial Europea, Charles Cranstoun, responsable del programa Moonlight, coincidió en que los impactos deberán realizarse de forma controlada “en zonas específicas”, con el objetivo de evitar “sitios de interés científico e importancia histórica y misiones en curso”.

Algunos científicos incluso ven una oportunidad en estos aterrizajes forzosos. John Zarnecki, profesor emérito de ciencias espaciales en la Open University, señaló que los impactos en lugares cuidadosamente seleccionados podrían aportar información valiosa sobre la estructura interna de la Luna.
“Si se tiene un objeto de masa, geometría y velocidad conocidas, y se sabe prácticamente dónde impactó, se trata de un experimento fantástico en sismometría”, concluyó.
Así, mientras la Luna se prepara para una nueva era de exploración intensiva, la gestión de los residuos espaciales emerge como un desafío clave. La forma en que se resuelva este problema podría definir no solo el futuro de la ciencia lunar, sino también el legado que la humanidad deje en su vecino más cercano.
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