
Las personas suelen enfrentarse a situaciones en las que deben decidir mientras sienten presión. Estas circunstancias aparecen cuando las consecuencias son severas, el tiempo es limitado o la tarea sobrepasa los recursos disponibles. En estos momentos, el organismo activa respuestas biológicas destinadas a ayudar frente al peligro. Bajo estrés, las decisiones suelen cambiar de rumbo: procesos rápidos, automáticos y guiados por la intuición predominan sobre análisis detallados y deliberados.
De acuerdo con investigaciones citadas por Science Daily, en la revisión, el estrés desencadena la llamada respuesta de “lucha o huida”. Este fenómeno evolutivo prepara al cuerpo para el peligro con cambios en la frecuencia cardiaca, la respiración, la sudoración, la tensión muscular y la liberación de energía. En estudios con humanos y animales, estas reacciones también influyen en la forma en que el cerebro procesa la información y toma decisiones en situaciones inciertas.

La evidencia muestra que, en contextos de estrés, los individuos recurren de manera más frecuente a respuestas habituales antes que a elecciones orientadas por metas. Según diferentes ensayos de laboratorio, las personas bajo presión ajustan menos sus juicios iniciales, confían en mayor medida en su instinto y tienden a buscar soluciones rápidas aunque estas no resulten óptimas.
De acuerdo con teorías cognitivas contemporáneas, existen dos sistemas para tomar decisiones. El primero, conocido como Sistema 1, opera de forma rápida, automática y con poco esfuerzo. Permite respuestas instintivas y automáticas ante estímulos, como sentir miedo al percibir una amenaza.

Este sistema se relaciona con mecanismos intensificados por la experiencia o la genética. El segundo sistema, llamado Sistema 2, funciona de manera lenta y requiere esfuerzo consciente. Compara cuidadosamente alternativas y calcula ventajas y desventajas antes de decidir. Este método, más lento y flexible, predomina en situaciones sin urgencia ni presión emocional.
Según el análisis de estudios recientes, el estrés promueve el dominio del Sistema 1 sobre el Sistema 2. Cuando las personas sienten presión, el cerebro reduce la actividad de las zonas vinculadas al control ejecutivo, como la corteza prefrontal, y aumenta la activación de regiones subcorticales relacionadas con las emociones, especialmente la amígdala. Esto puede producir una toma de decisiones menos razonada y más impulsiva.

Los datos citados por diversos investigadores confirman que el estrés modifica la estrategia habitual para resolver problemas, favoreciendo respuestas automáticas frente a procesos reflexivos. Según la hipótesis SIDI (“cambio de la deliberación a la intuición inducido por el estrés”), las personas deciden bajo presión usando rutas más rápidas y menos controladas por el pensamiento consciente. Esto puede conducir a errores, sesgos o una menor capacidad para ajustar decisiones si la información cambia durante la situación.
El modelo SIDI explica que, en ambientes estresantes, las decisiones automáticas pueden aflorar por encima del control racional. Por ejemplo, médicos en urgencias, agentes de seguridad ante amenazas inmediatas o empleados financieros frente a operaciones complejas en poco tiempo pueden abandonar el análisis profundo y depender de hábitos, experiencia o corazonadas.

De acuerdo con estudios mencionados en la revisión, este cambio ocurre porque el estrés afecta neurotransmisores y hormonas como el cortisol, lo que interfiere en la función de la memoria de trabajo y la regulación atencional. Estas modificaciones permiten que las reacciones innatas, más que las razonadas, determinen el comportamiento final.
Los especialistas señalan que estos efectos no siempre resultan negativos. En ciertas condiciones, actuar con rapidez y automatismo puede salvar vidas, evitar daños o permitir una respuesta adaptativa. Sin embargo, en ambientes complejos donde las circunstancias cambian o los resultados dependen de análisis precisos, el predominio de la intuición puede llevar a errores costosos.

El análisis de la literatura indica que, históricamente, la mayoría de investigaciones sobre toma de decisiones se realizó en contextos sin estrés, lo que subestima el impacto real de la presión emocional y fisiológica en la vida cotidiana. Estudios recientes muestran que el estrés puede potenciar decisiones sesgadas, disminuir la capacidad de evaluación de riesgos y reducir la flexibilización del juicio.
Expertos resaltan que la influencia del estrés abarca aspectos como memoria, atención y el aprendizaje. Según el análisis de resultados en humanos, la presión no solo afecta el juicio en situaciones de recompensa y riesgo, sino también el modo en que las personas toman decisiones sociales, negocian o resuelven conflictos.
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