Un paseo por el desierto "inundado" del nordeste brasileño

El Parque Nacional de los Lençóis Maranhenses es una maravilla natural que atrae a turistas de todo el mundo. Cómo es este paraíso con dunas de arena blanca y lagunas de agua dulce que crean paisajes alucinantes

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Lençóis se encuentra en el estado nordestino de Maranhao, en Brasil, a 260 km de su capital, Sao Luis (George Steinmetz/Corbis)
Lençóis se encuentra en el estado nordestino de Maranhao, en Brasil, a 260 km de su capital, Sao Luis (George Steinmetz/Corbis)

El Parque Nacional de los Lençóis Maranhenses es sencillamente impresionante: mil quinientos kilómetros cuadrados de desierto con dunas de arenas blancas de hasta treinta metros de altura, rodeadas de lagunas de agua dulce que se forman durante las épocas de lluvia.

Lençóis se encuentra en el estado nordestino de Maranhao, en Brasil, a 260 km de su capital, Sao Luis. Es una franja que se extiende por setenta kilómetros a lo largo del litoral del estado y en su parte más ancha alcanza los 50 km. Es el pueblo de entrada que sirve de base a los turistas que visitan el parque es Barreirinhas.

Tal vez como consecuencia de su proximidad al Amazonas, cada año, en los meses de enero y julio, llueve casi todos los días en el parque. Esa agua de lluvia se acumula formando lagunas de agua dulce de colores saturados. A partir de julio, las lluvias dejan de caer y muchas de las lagunas se evaporan. Pero este proceso es lento, lo que le permite a quienes visitan el parque disfrutar de este paisaje casi irreal hasta septiembre. Sólo en el último trimestre del año, el Lençóis (salvo por las lagunas más grandes que nunca desaparecen) se asemeja a un desierto real.

Para llegar al parque se necesita una 4×4, aunque las visitas a las lagunas hay que hacerlas a pie. El calor es intenso durante todo el día, por lo que las lagunas se convierten en una doble tentación. Lo mejor es visitar el parque con un guía, porque es fácil perderse ni bien se comienza la caminata, dada las escasas referencias geográficas.

Otra opción es recorrer el lugar en lancha por el curso del río Preguicas, desde Barreirinhas hasta su desembocadura en el mar, muy recomendable para apreciar las maravillas de este parque desde otro ángulo. En el camino se ven los pequeños Lençóis, una extensión del desierto que se encuentra a orillas del río, el faro de Mandacaru -que, con 35 m de altura permite tener una visión privilegiada de las dunas y el mar– y el poblado de Caburé, ya frente al mar.

El de los Lençóis es sin dudas uno de los parques más pintorescos de todo el país. Y para quienes prefieren la aventura, es tan solo un punto de partida. Desde Barreirinhas y en 4×4 es posible llegar hasta una de las playas más famosas del país: Jericoacoara. Se trata de una travesía larga de casi tres días, atravesando dunas, ríos, playas y un gran delta. Pero no caben dudas que vale la pena.

El camino comienza en Barreinhas y atravesando las dunas de los Lençóis lleva, al cabo de un par de horas, hasta Tutóia, punto de partida para un paseo en barco a través del Delta de las Américas, uno de los mayores deltas de aguas abiertas del mundo.

El paseo a través de las islas permite ver la particular mezcla de dunas, río, manglares y mar. El destino final es Paranaíba, a orillas del río del mismo nombre. Desde allí y otra vez en 4×4 se retoma el camino a través de la costa. En el trayecto se suceden decenas de balnearios y pueblos que parecen detenidos en el tiempo, siempre con una sorpresa para quien los recorre. Como, por ejemplo, Chaval, pueblo construido en medio de una geografía de piedras gigantes; o la Isla del Amor, frente a Camocim, donde, según la leyenda, quien pasa por allí termina enamorado.

Para acceder a la isla, las 4×4 se suben a balsas que lentamente las acercan hasta la otra orilla. Desde Camocim y a través de playas paradisíacas y desiertas, se llega, finalmente a Jericoacoara.

Jericoacoara, o "Jeri" como la llaman los locales, aparece mencionada asiduamente como una de las diez mejores playas del mundo. Aquí ya estamos en otro estado, en Ceará, a 400 km de Fortaleza, dentro de una zona de protección ambiental con reglas estrictas que limitan la construcción de carreteras y nuevas viviendas.

Su desarrollo se produjo meteóricamente. Hace unos 25 años era solo un pueblo de pescadores, sin luz eléctrica, de difícil acceso y prácticamente desconocido para todo aquel que no fuera de la zona. Pero la combinación de playas extensas, arenas blancas, de un mar verde y calmo, de dunas gigantescas, palmeras y una geografía única no podía pasar inadvertida por mucho tiempo.

Lentamente empezó a correr el rumor y la gente empezó a acercarse a ese paraíso. Cuando aún no había más de dos o tres hoteles, los pobladores alquilaban sus viviendas a los ocasionales turistas. Hoy en día hay más de trescientas opciones de hospedaje, obviamente luz eléctrica, bombas de agua, antenas de celulares y wifi. Todo eso cambió radicalmente el menú de opciones para quienes quieran ser testigos de este lugar naturalmente fascinante. Sin embargo, el espíritu del lugar no cambió.

Las calles del pueblo todavía son de arena y transitarlas solo es posible a pie o en 4×4. Algunos de sus atractivos son la duna "Por do Sol", de más de 60 metros de altura, que se levanta, imponente, frente a Jeri; la "Pedra Furada", a veinte minutos de caminata por la costa; las lagunas "Azul" y "Paraíso", con sus aguas de colores caribeños. Pero sobre todas las cosas, lo más atractivo es, sin lugar a dudas, el cielo. Basta contemplarlo por la noche para desear volver siempre.

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