Feminista en falta: el caso Rubiales, un pico de machismo

A algunos les parece exagerado, pero el avance no consentido del presidente de la Federación Española de Fútbol frente a la campeona Jenni Hermoso durante la ceremonia de premiación del Mundial Femenino de Sidney no sólo fue contra la jugadora: es un mensaje para todo el género

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las campeonas del Mundo habían subido al escenario a recibir sus medallas y estaban saludando una por una a las autoridades, cuando Rubiales agarró a la futbolista de la cabeza y le estampó un largo pico mientras la sostenía con las dos manos
las campeonas del Mundo habían subido al escenario a recibir sus medallas y estaban saludando una por una a las autoridades, cuando Rubiales agarró a la futbolista de la cabeza y le estampó un largo pico mientras la sostenía con las dos manos

¿Tanto lío por un piquito? La pregunta se repite sobre todo entre varones mientras Luis Rubiales está –al cierre de esta edición– al borde de renunciar a la presidencia de la Real Federación Española de Fútbol tras el beso sin consentimiento que le dio a la centrocampista Jennifer Hermoso en medio de la euforia por el triunfo del seleccionado español en el Mundial de Fútbol Femenino.

El exabrupto tuvo la rapidez de lo naturalizado: las campeonas del Mundo habían subido al escenario a recibir sus medallas y estaban saludando una por una a las autoridades, cuando Rubiales agarró a la futbolista de la cabeza y le estampó un largo pico mientras la sostenía con las dos manos. No importó que a su lado estuvieran el presidente de la FIFA, Gianni Infantino; ni el primer ministro de Australia, Anthony Albanese; ni la mismísima reina Letizia de España. No importó si Jenni Hermoso estaba de acuerdo, si quería o no, el mismo hecho de retenerla contra sí habla de eso; es sutil, pero ostensible que la jugadora no tiene manera de zafarse de lo que no pidió.

Lo dijo casi de inmediato, por Twitter, la portavoz de Podemos, Ione Belarra: “Si hacen esto con toda España (y el mundo) mirando... ¿Qué no harán en privado?”. La imagen ya se había viralizado cuando alguien le preguntó a Hermoso en un vivo desde el vestuario por lo que había pasado. Su respuesta entonces fue clara: “¡Eh! Pero no me ha gustado”. Sí, lo dice contenta, festejando con sus compañeras, pero en rigor eso era lo único que tendría que haber estado haciendo en lugar de tener que responder sobre la intromisión de un tipo poderoso sobre su voluntad y su cuerpo. Vuelve a ser tajante cuando explica su imposibilidad de reacción ante esa ofensa pública: “¿Y qué hago yo? Mírame, mírame...”

Afuera, en tanto, Rubiales era consultado por la prensa ante el repudio en las redes. Para él era un gesto de lo más normal, así que en un principio no dudó en culpar a los que lo cuestionaban: “No hagamos caso de los idiotas y de los estúpidos, de verdad. Es un pico de dos amigos celebrando algo... ¡no estamos para gilipolleces! Yo, con todo lo que he pasado, más gilipolleces y más tontos del culo... No hagamos caso y disfrutemos de lo bueno y ni me comentéis cosas de pringados que no saben ver lo positivo...”

Jenni Hermoso en una imagen de sus redes sociales (instagram.com/jennihermoso)
Jenni Hermoso en una imagen de sus redes sociales (instagram.com/jennihermoso)

Con el correr de las horas –y de las críticas generalizadas, especialmente de funcionarios del gobierno español, que no dudaron en pedir su dimisión–, Rubiales tuvo que ensayar una disculpa, aunque tibia. Es la disculpa de quien no entiende qué puede tener de malo su avance; apenas un intento de calmar lo único del asunto que él ve como un problema, que no es su conducta sino lo que generó en los otros: “Tengo que lamentar lo que ha ocurrido entre una jugadora y yo, con una magnífica relación entre ambos al igual que con otras, y donde seguramente me he equivocado, lo tengo que reconocer. En un momento de máxima efusividad, sin ninguna mala intención, sin ninguna mala fe, ha ocurrido lo que ha ocurrido, yo creo que de manera muy espontánea. Repito, sin mala fe por ninguna de las dos partes. Aquí no se entendía porque lo veíamos como algo natural, normal, pero fuera parece que se ha formado un revuelo”.

La espontaneidad de un abuso, está claro, no quita que lo sea: los abusos casi siempre son tildados de espontáneos. Pero, además, por el contexto en el que se dio, este es un abuso simbólico hacia todo el género. Como dijo la dos veces campeona del mundo con la selección estadounidense Megan Rapinoe: “Hace pensar en todo lo que tenemos que aguantar”. La ex jugadora estrella, figura clave en la profesionalización de la liga femenina de un deporte que tradicionalmente ha sido de varones e indudablemente continúa siendo machista, hablaba de los prejuicios y condicionamientos que hasta hoy expulsan de la disciplina a las mujeres, y ponen en una situación de desigualdad (y de riesgo) incluso a las mejores.

Llegar al podio para una futbolista es todavía el resultado de una carrera llena de obstáculos, y ser violentadas aún en esa instancia, es otra prueba de que ese machismo que expulsa ni siquiera cesa entonces. “Hubo otra imagen que muestra el profundo nivel de misoginia y sexismo en esa Federación y en ese hombre (Rubiales) tras el pitido final, simplemente agarrándose la entrepierna –siguió Rapinoe–. ¿En qué mundo al revés vivimos? En el escenario más grande, en el que deberías estar celebrando, Jenni tuvo que soportar ser físicamente acosada por esa persona”.

Luis Rubiales y Jennifer Hermoso en una imagen de archivo
Luis Rubiales y Jennifer Hermoso en una imagen de archivo

Después se supo –lo reveló la periodista Natalia Torrente, de Antena 3– que antes de grabar sus disculpas públicas en una escala del vuelo del seleccionado ganador de regreso a Madrid, Rubiales le había pedido a Hermoso que lo acompañara en el video y llegó a hablar con sus familiares para que intentaran convencerla cuando ella se negó. Es decir que el acoso que había comenzado en el Accor Stadium de Sidney –quién sabe si antes– no se detuvo con el “pico”, sino que tomó la forma de una extorsión solapada: “Mi puesto está en juego, hazlo aunque sea por mis hijas. Necesito que salgas conmigo”, le dijo Rubiales a Hermoso según consignan varios medios.

“Rubiales se dio cuenta de la repercusión mediática que estaba teniendo lo ocurrido y de las palabras del Miquel Iceta –el ministro de Cultura y Deporte que rápidamente tachó la conducta del dirigente de “inaceptable”–. Entonces se acercó a la jugadora con la mayor discreción posible para pedirle que por favor lo ayudara en esto. Le dijo que estaba su puesto en juego y que si ella se pronunciaba iba a disminuir la importancia que se le estaba dando”, contó Torrente, y dijo a su vez que Hermoso considera que no es ella quien debe dar explicaciones. Tiene toda la razón, ¿por qué debería expedirse ella sobre un comportamiento del que no fue responsable?

Hay otro punto a tener en cuenta en la insistencia de Rubiales para que sea su eventual víctima quien lo salve: es el no registro de un avance no solicitado y esa normalización –tan común pese a todo– que hace que todavía la pollera corta, la euforia o lo que otros puedan leer sobre la sensualidad de una mujer justifique también actos más graves. El famoso “mirá cómo me ponés” y esa inversión de carga de la culpabilidad ahí donde es evidente que hay un poderoso que retiene a una mujer contra su voluntad.

La futbolista Jenni Hermoso durante la celebración de la victoria en Madrid
La futbolista Jenni Hermoso durante la celebración de la victoria en Madrid

Todavía peor: antes de la negativa de Hermoso, la Real Federación Española de Fútbol RFEF difundió declaraciones que no eran de ella, en las que zanjaba lo ocurrido: “Ha sido un gesto mutuo, totalmente espontáneo debido a la alegría inmensa que supone ganar un Mundial. El presi y yo tenemos una gran relación, su comportamiento con todas nosotras ha sido de diez y fue un gesto natural de cariño y agradecimiento. No se puede dar más vueltas a un gesto de amistad y gratitud, hemos ganado un Mundial y no vamos a desviarnos de lo importante”. Había sido escrita por el departamento de comunicación de la Federación sin que Hermoso lo supiera. Igual que el pico de Rubiales, no contaba con su consentimiento.

Dirán algunos varones que agarrarse el sexo –a lo Dibu Martínez– o celebrar a los besos, como Maradona y Caniggia, es parte de una liturgia que las futbolistas deberían aceptar si quieren jugar en las grandes ligas de un deporte tradicionalmente masculino. Podremos responderles que entrar en el juego no significa que tengamos que aceptar códigos que no son nuestros, y mucho menos si aún los imponen los señores.

Un piquito es un piquito, pero si hay lío es porque es mucho más que eso. Si hay lío es porque un tipo haciendo lo que se le canta con el cuerpo de una mujer a la vista de las cámaras de todo el mundo es una forma flagrante de denostar la lucha que llevó a esa mujer a alzar la copa. Deberíamos estar hablando del triunfo de Jenni, de la chica de barrio que iba a la cancha de la mano de su abuelo, de las horas de entrenamiento y del esfuerzo de una familia que apostó a su potencial para el deporte con muchos menos incentivos –económicos y culturales, ahí donde desde los viáticos hasta el uso de canchas y vestuarios son una cruzada diaria– que si fuera varón. De su carrera en el Atlético de Madrid, el Barcelona y el PSG y de la mudanza al Pachuca de México que marcó su gran desarraigo.

Deberíamos estar hablando de Jenni y de sus compañeras, pero el Mundial apenas si tuvo espacio en los medios y en la conversación diaria durante el último mes. Ahora es noticia por lo que no tendría que serlo: un varón en la conducción con problemas de conducta. Porque es verdad que el fútbol femenino logró profesionalizarse con muchísimo esfuerzo de sus protagonistas, pero –como en todos los ámbitos– los cargos dirigenciales, incluyendo los de las personalidades a las que nos dicen que hay que darles las gracias por abrir la puerta –ignorando el trabajo de las que se agruparon y movilizaron para ser reconocidas–, siguen estando en manos de varones.

Son los mismos varones y las mismas manos que las retienen apretadas a la fuerza a nuestras protagonistas hasta en público; los mismos varones y las mismas manos que normalizan el sometimiento o se agarran el bulto en un festejo como si siguieran estando rodeados de tipos. Porque un piquito es un piquito, es cierto –nadie queda dañada para siempre por un beso–, pero también es la punta del iceberg de todo eso que nunca cambió.

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