Las erróneas interpretaciones sobre Francisco en el plano económico y social

Por Manuel Alvarado Ledesma

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En los últimos tiempos, algunos intelectuales y periodistas de vasta trayectoria y amplios conocimientos, con fuerte influencia en nuestra comunidad, han dedicado líneas sumamente críticas al pensamiento del papa Francisco, en su difícil tarea de pastorear la Iglesia Católica.

En un artículo publicado en La Nación, "El intelectual que pone en jaque a Bergoglio", del día 7 de enero, el reconocido escritor Jorge Fernández Díaz hace un elocuente elogio sobre el último libro de Juan José Sebreli. Allí, incurre en interpretaciones erróneas sobre la teología católica y además minusvalora la autoridad moral e intelectual del Papa.

Afirma Fernández Díaz que "la prédica del Papa no reconoce el Estado de bienestar de las democracias republicanas; en consecuencia, sus relaciones no se arman en torno a partidos políticos, sino a organizaciones sociales, cuya consigna es 'imitar al pobre' y cuya especialidad consiste en gerenciar la dádiva".

Nada más alejado de la realidad. En respuesta a esta afirmación, destaco el discurso de la Vigilia de Pentecostés, donde Francisco expresa que "la Iglesia no es un movimiento político, ni una estructura bien organizada (…). No somos una ONG, y cuando la Iglesia se convierte en una ONG pierde la sal, no tiene sabor, es sólo una organización vacía".

Cuando Francisco habla de economía y de pobreza, sus palabras no difieren sustancialmente de los grandes economistas

También vale recordar lo que Bergoglio escribe en el texto Hambre y sed de justicia: "Hay argentinos que se encuentran en situación de pobreza y exclusión, que debemos tratar como sujetos y artífices de su propio destino, y no como destinatarios de acciones paternalistas y asistencialistas por parte del Estado, como desde la sociedad civil". Reconoce así la capacidad del hombre para superarse con dignidad.

Respecto a la pobreza, cuando se refiere a ésta en términos positivos, Francisco, sin despreciar la riqueza, nos invita a mantener un corazón humilde que nos aleje de la soberbia y lleve a aceptar nuestra condición de criatura limitada. No se trata de imitar al pobre en su pobreza económica, sino de hacerlo en su espiritualidad, en su humildad en su esperanza y en su capacidad de compartir. Francisco no quiere pobres, quiere pobres como seres humildes.

En el mismo artículo, dice Fernández Díaz: "Lo innegable es que así como Ratzinger debe ser tratado como un pensador, Bergoglio debe ser juzgado como un político: capaz, a la manera de Perón, de mutar y de decirle a cada uno lo que quiere oír…" Estas palabras revelan su incomprensión sobre la teología.

La teología no sólo surge del plano eclesial de la vida humana, sino también de la realidad social.

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Ella no es algo únicamente inmanente, no-temporal y a-histórico. También, se trata de un hecho social. Recordemos la extensa Doctrina Social de la Iglesia, cuyas enseñanzas destacan el papel favorable de la economía de libre empresa, a la que Francisco –pese a lo dicho por muchos- ha adherido en reiteradas ocasiones. Es León XIII, quien en 1891 promulga la primera encíclica social, la Rerum novarum que examina la condición de los asalariados, especialmente penosa para los obreros de la industria.

Cuando Francisco habla de economía y de pobreza en términos económicos, sus palabras no difieren sustancialmente de los grandes economistas. La situación actual de pobreza y refugiados "es el resultado de cientos de años de desarrollo desigual en el mundo rico", afirmó Angus Deaton, Nobel de Economía 2015, al ser notificado de la decisión de la Academia sueca.

En su reciente mensaje, Francisco, el papa de todos, la Conferencia Episcopal Argentina, afirma que "gran parte de los medios de comunicación han puesto más atención en hechos menores e incluso han identificado al Papa con determinadas figuras políticas o sociales…. esta constante asociación ha generado muchas confusiones y justificado lamentables tergiversaciones de su figura y sus palabras que llegan incluso a la injuria y la difamación".

(*) Manuel Alvarado Ledesma es Profesor de la Universidad del CEMA (UCEMA)