
Alejandro González Iñárritu y Guillermo Arriaga forjaron una de las duplas más influyentes del cine contemporáneo con Amores perros, 21 gramos y Babel. Su unión marcó una época dorada para el cine mexicano, pero también dio paso a una de las rupturas creativas más comentadas de la industria.
Detrás del éxito internacional, se escondía una tensión que terminó fracturando su colaboración y su amistad.
El reencuentro entre ambos, más de dos décadas después, durante la gala por los 25 años de Amores perros en el Palacio de Bellas Artes, sorprendió al público. Frente a una sala llena, Iñárritu invitó a Arriaga al escenario. Tras dos décadas sin verse, se abrazaron ante una ovación de pie, sellando un cierre simbólico a años de distancia y silencio.

Un pacto roto entre dos mentes brillantes
El origen de su ruptura se remonta al auge de Amores perros (2000), cinta que les dio proyección internacional y una nominación al Oscar. Arriaga, autor del guion, reveló que ambos habían hecho un “acuerdo de caballeros” para compartir de manera equitativa los reconocimientos y presentaciones. Sin embargo, durante la promoción, la figura del director empezó a eclipsar a la del guionista.
Iñárritu, respaldado por colaboradores cercanos como Gael García Bernal y Gustavo Santaolalla, comenzó a presentar la película como una obra principalmente suya. Arriaga, en cambio, insistía en que el guion y la estructura narrativa eran esenciales para el impacto emocional de la trilogía.

“El cine es colaboración, no autoría individual”
Las tensiones alcanzaron su punto máximo durante el rodaje de Babel (2006), cuando Iñárritu prohibió la presencia de Arriaga en el set. El director defendía la visión del cine como una construcción colectiva, mientras que el guionista sostenía que el peso narrativo debía reconocerse como autoría.
En 2007, Iñárritu publicó una carta abierta —respaldada por Santaolalla y García Bernal— en la que acusó a Arriaga de tener una “injustificada obsesión por reclamar la sola autoría” de sus filmes. El escritor respondió que el cineasta había minimizado su papel como cocreador. Desde entonces, ambos evitaron coincidir en público.

El impacto y la reconciliación
Tras el quiebre, Arriaga debutó como director con The Burning Plain (2008), mientras que Iñárritu consolidó su carrera con Birdman (2014) y The Revenant (2015), por las que obtuvo dos premios Oscar.
La llamada “enemistad creativa” se convirtió en un tema de debate sobre los límites de la autoría en el cine: ¿quién firma la historia, el que la imagina o el que la lleva a la pantalla?
Dos décadas después, el tiempo y el legado de Amores perros parecieron sanar las heridas. Su abrazo en Bellas Artes no solo cerró un ciclo personal, sino que recordó por qué, juntos, redefinieron la narrativa cinematográfica mexicana.

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