
La generación que ha crecido durante las décadas de los sesenta y setenta ha desarrollado una serie de capacidades mentales que, según la psicología actual, resultan cada vez menos frecuentes en la sociedad del mundo de hoy. Así lo ha recogido el diario regional francés Ouest-France, local de Rennes, que ha analizado los factores que han contribuido a forjar estas fortalezas y su relevancia en el contexto contemporáneo.
A diferencia de la creencia extendida de que el progreso tecnológico y social refuerza la resiliencia individual, los expertos citados por Ouest-France sostienen que, en ocasiones, estos avances pueden debilitar la capacidad de las personas para afrontar la incertidumbre y los cambios. El entorno en el que crecieron quienes nacieron en los años sesenta y setenta, caracterizado por una vida más sencilla y exigente, ha sido determinante en la formación de su carácter.
Otros de los motivos a los que se aluden en el reportaje francés es la ausencia de pantallas omnipresentes, la escasez de distracciones y la exigencia de asumir responsabilidades desde edades tempranas. Estas características han propiciado el desarrollo de habilidades como la paciencia, la autonomía y la tolerancia a la frustración, las cuales no siempre son propias de las generaciones posteriores a los 2000.
Nueve fortalezas mentales forjadas en la experiencia
El análisis de Ouest-France identifica nueve cualidades mentales especialmente presentes en quienes han crecido en esas décadas. La primera de ellas es la paciencia ante la incertidumbre y los cambios. En un mundo donde la inmediatez no era la norma, la información circulaba lentamente y los proyectos requerían planificación y constancia. Esta realidad ha enseñado a aceptar la espera y a mantener la serenidad ante lo imprevisto, lo que, según los psicólogos, favorece una mejor toma de decisiones y una mayor tranquilidad.
Otra característica destacada es la capacidad para regular las emociones. En los años sesenta y setenta, la toma de decisiones se basaba principalmente en la lógica y el pragmatismo, relegando las emociones a un segundo plano. La psicología denomina a esta habilidad “regulación emocional”, es decir, la aptitud para experimentar emociones intensas sin permitir que dominen el comportamiento. Según una investigación de 2025 citada por Ouest-France, un buen autocontrol durante la infancia se asocia en la adolescencia con un mayor bienestar y menores niveles de ansiedad y estrés.
La satisfacción con lo que se tiene, o el “contentamiento”, constituye otra de las fortalezas mentales señaladas. Las personas de estas generaciones han crecido con menos bienes materiales y menos expectativas de cambio constante, lo que les ha permitido cultivar la satisfacción de vivir y el desapego. Este enfoque pragmático les ha protegido, aparentemente, de la envidia, la ansiedad y la sensación de vacío derivada de la búsqueda incesante de novedades.
El sentido de responsabilidad y la creencia en la propia capacidad para influir en los resultados de la vida, lo que la psicología denomina “locus de control interno”, también se ha desarrollado de forma notable en estas generaciones. Frente a la tendencia actual a atribuir los acontecimientos a factores externos, quienes crecieron en los años sesenta y setenta han aprendido a confiar en su esfuerzo y disciplina como motores de sus logros.
La tolerancia al malestar es otra de las capacidades que, según Ouest-France, distingue a estas generaciones. La vida cotidiana implicaba soportar esperas, aburrimiento, situaciones incómodas y la necesidad de reparar objetos en lugar de sustituirlos de inmediato. Esta exposición al malestar ha favorecido el desarrollo de la flexibilidad emocional y la resiliencia a largo plazo.
La resolución de problemas prácticos, sin la ayuda de soluciones inmediatas o digitales, ha sido una constante en la vida de quienes han crecido en estas décadas. Reparar electrodomésticos, orientarse con mapas de carreteras o gestionar malentendidos sin comunicación instantánea han contribuido a forjar una confianza basada en la superación autónoma de las dificultades.
La capacidad para posponer la gratificación, es decir, esperar para obtener una recompensa, se ha consolidado como una base fundamental de la fortaleza mental. Los psicólogos citados por el medio francés afirman que esta habilidad fomenta el autocontrol, reduce la impulsividad y aumenta la satisfacción a largo plazo. Un metaanálisis de 2020 señala que la autorregulación en la infancia predice mejores resultados académicos, una mejor salud mental y comportamientos saludables en la edad adulta.
La concentración sostenida, entrenada por necesidad antes de la llegada de Internet, es otra de las cualidades que se mantienen en quienes han crecido en los años sesenta y setenta. Leer durante horas, escribir cartas o escuchar discos completos son ejemplos de actividades que han fortalecido la capacidad de atención, en contraste con la fragmentación actual provocada por la sobreestimulación digital.
Por último, la gestión directa de los conflictos, sin la posibilidad de recurrir a mensajes instantáneos o bloquear interlocutores, ha favorecido el desarrollo de habilidades comunicativas y de afrontamiento. El diálogo cara a cara, aunque a veces incómodo, ha permitido aprender a interpretar el lenguaje corporal, escuchar activamente y expresarse con claridad.
El legado de una educación basada en la experiencia
El diario Ouest-France subraya que no se trata de idealizar las décadas de los sesenta y setenta, ya que también estuvieron marcadas por dificultades e injusticias. Sin embargo, la manera en que estas generaciones han afrontado la vida sigue despertando respeto y admiración. La fortaleza mental que han desarrollado no proviene de talentos extraordinarios, sino de la práctica constante de hábitos sencillos.
Según el medio francés, la principal lección que pueden transmitir estas generaciones es que el progreso no garantiza una mayor fortaleza personal. En ocasiones, puede debilitar la paciencia, la autonomía o la capacidad para gestionar el malestar. No obstante, estas cualidades no han desaparecido, sino que permanecen latentes y pueden recuperarse mediante la voluntad, la disciplina y la decisión de ralentizar el ritmo de vida. La resiliencia, concluye el análisis de Ouest-France, no surge del confort ni de la facilidad, sino de la experiencia, el enfrentamiento de los retos cotidianos y la perseverancia ante las dificultades.
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