
“En mis clases me gusta generar conversación y debates con mis alumnos. En una de ellas hablamos de la Guerra Civil española, del franquismo, de la censura o la antieducación. Si yo fuera física o química creo que sería mucho más fácil. Pero soy profesora de español y Estudios Culturales, y estos temas surgen en la literatura y en el cine. Ahora es un constante medir lo que se puede decir y lo que no”.
Ellen Mayock es profesora en la universidad privada Washington and Lee, ubicada en el pequeño condado de Rockbridge, en el estado de Virginia. Afirma en una conversación con Infobae España que las aulas ya no son un espacio de debate seguro. Y es que tampoco lo es el ‘país de la democracia’, dice, donde la administración Trump ha ordenado desmantelar el sistema educativo y ha deportado a científicos y profesores extranjeros, a lo que se suma el espionaje en redes sociales de las voces críticas. Aquella España del miedo que Mayock repasaba junto a sus alumnos tiene ahora su conversación en Estados Unidos. “El ambiente universitario ha cambiado. Ahora hay más miedo, menos abogados y más castigos”, resume.
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, acusa a las universidades y escuelas, públicas y privadas, de “adoctrinar” a los estudiantes con “ideologías radicales y antiamericanas”. La prestigiosa universidad de Harvard ha sido una de las víctimas más sonadas. Lejos de ceder ante sus demandas, la universidad más importante de EEUU decidió plantar cara al magnate republicano y rechazó los cambios de política que le exige la Casa Blanca, como censurar cualquier crítica hacia Israel o retirar sus programas de diversidad equidad e igualdad, conocidos como los programas DEI. Esta resistencia le ha costado la suspensión de alrededor de 1.930 millones de euros en fondos federales que son utilizados para subvencionar, por ejemplo, programas de investigación médica.
“Ha sido tan importante que Harvard hiciera algo. La resistencia está presente, pero también está presente la desesperación”, afirma. A la decisión de Harvard se han sumado cada vez más centros como la Universidad de Rutgers, en Nueva Jersey, que planea un acuerdo de defensa legal y financiera junto a un centenar de centros para blindarse ante Trump.
La guerra contra los programas DEI
En Virginia gobierna el líder republicano Glenn Youngkin, uno de los nombres que se posiciona como posible sucesor de Trump en el partido republicano. El que fue un ejecutivo financiero que mostraba en entrevistas su preocupación por la falta de diversidad en su campo, ahora aplaude y se suma a la batalla cultural en contra de los programas DEI. “En Virginia, nuestros gobernadores solo tienen un plazo de cuatro años, por lo que pueden hacer muchas cosas radicales sin tener que pagar el castigo de los votantes cuatro años después”.
Una de las primeras medidas que aprobó Youngkin fue retirar cualquier información sobre estos programas en todas las páginas web de las universidades públicas. “Las universidades privadas todavía están exentas de esta orden y continúan con sus programas de diversidad racial y de género. Pero ahora lo hacen en silencio, sin publicitarlo en la web”, cuenta Mayock.
Desmantelando las aulas
”Mi universidad es conocida por ser muy tradicional y conservadora, pero aun así hemos logrado avances en los últimos diez años, en cuanto a contratación más abierta y un estudiantado más diverso, principalmente identificado como latino. Esta diversidad permite conversaciones que serían imposibles de otra manera y hace que los estudiantes estén más preparados para hablar de temas difíciles y controvertidos. Es lo que debería ser una universidad, pero ahora todo esto se está desmantelando por completo”, lamenta la profesora.
Fuera de las aulas, Mayock escribía hasta hace poco en un pequeño blog que ella abrió durante el primer mandato de Trump. “Cada semana escribía una entrada sobre raza, género y clase socioeconómica. Cada semana era algo nuevo”, afirma. Pero ahora estas palabras están tachadas en rojo por el movimiento MAGA. “Yo fui atacada por la asociación de alumnos conservadores por el contenido de mi blog. Llamaron al presidente de mi universidad para pedirle que me despidiera”.
Mayock afirma que el ambiente en el profesorado es de miedo y desesperación, pero, a pesar de ello, la profesora asegura estar en una posición ‘privilegiada’ respecto a sus compañeros extranjeros. “Aunque no lo quieran admitir, yo tengo el privilegio de ser blanca, de tener 60 años y de llevar toda la vida aquí en Estados Unidos. Aunque para mí haya peligros, que los hay, hay mucho más peligro para otras personas”.
Esta profesora comenta el caso de una de sus compañeras de trabajo, de origen migrante y cuyo nombre prefiere no revelar para preservar su seguridad. “Aunque está nacionalizada, ella tiene mucho más miedo que antes simplemente por su color de piel, por el hecho de que tenga dos hijas aquí y por el clima que se ve por todas partes”.
En la ‘lista negra’ de Trump
Mayock afirma que esta resistencia ya le ha puesto en el radar de la División Criminal del Departamento de Justicia. ”Tengo una cuenta gratuita en la red social LinkedIn que apenas veo, pero mi perfil está ahí. Una semana antes de escribir mi testimonio en un artículo para el medio CTXT, vi que la División Criminal del Departamento de Justicia de EEUU estaba mirando mi perfil. Era la única entidad que me estaba mirando en esa semana y ya hay informes que advierten de que este departamento está rastreando perfiles sociales filtrando palabras clave como género, raza o indígena. En 2016 publiqué un libro sobre el privilegio y género en el ámbito académico y eso aparece en mi currículum. Creo que esto me puso en la lista negra”.
Ante esta sensación de inseguridad constante, la universidad donde trabaja esta profesora ya ha recomendado medidas drásticas de seguridad como viajar sin un ordenador portátil o desinstalar las redes sociales en el móvil para evitar incidentes con las autoridades aduaneras. “También nos han recomendado desactivar el reconocimiento facial en el móvil y usar la contraseña para desbloquearlo, porque aparentemente es ilegal que te pidan la contraseña, pero te pueden pedir que pongas ahí la cara para abrir la cuenta”.
Activismo local y un pueblo dividido
Mayock compagina su labor como profesional de la educación con su participación en un grupo de activismo local que trabaja en las zonas rurales de su región.
“Creamos un espacio de diálogo porque algunos de los granjeros de la zona más rural dijeron que ya no podían hablar con sus vecinos conservadores. Querían establecer conversaciones comunitarias sobre temas aparentemente no políticos como la basura, el agua en los ríos, o simplemente para preguntar dónde están las vacas”.
Mayock y el resto de colegas profesores que forman esta iniciativa regional, cuyos nombres prefiere no revelar, han impulsado otras iniciativas de diálogo, entre ellas grupos activistas medioambientales, sobre derechos de la mujer o del colectivo LGTBI. “Se trata de ofrecer alternativas fuera del bipartidismo”, afirma.
Como ocurrió en la Guerra Civil en los pueblos españoles, Mayock comenta que lidia con su propia guerra civil. “Mis compatriotas y yo vamos a seguir en las trincheras porque no hay otra, no hay otro camino. Ni siquiera tiene que ver con valentía, sino simplemente con querer mantener la humanidad de todos”, apunta, matizando que “no es necesario que nos amemos”. “La administración Trump quiere que tengamos miedo y quiere que pensemos que todo esto es completamente expansivo, pero todavía no lo es”, sentencia la profesora.
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