
Necesito que llueva para ver Crepúsculo. Necesito que la temperatura sea acorde a la época del año para poder sumergirme en la narrativa de la ciudad más lluviosa de Estados Unidos (en la ficción, claro). Las películas basadas en las novelas de Stephenie Meyer son el refugio mental de aquellas personas cuyo día mejora si implica el uso de una bufanda, de un gorro, de un chal de lana o de unas botas que cubren las piernas hasta la rodilla.
La música, las nubes, la precipitación como forma de ilusión. Hay gente que, como Abel Caballero, espera ansiosa la llegada de la Navidad para alardear de cenas, de luces y de maratones de Solo en casa. Otras necesitan una luz tenue, un temporal acorde al calendario y una historia de amor vampírica para lidiar con la semana. Todo lo anterior se complica cuando la crisis climática alarga cada vez más el verano y las temperaturas cálidas, convirtiendo al otoño en una estación que se estudia como algo pasado y caduco.
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La Agencia Estatal de Meteorología (Aemet) ha alertado, después del soporífero calor de las dos últimas semanas, que este mes de octubre ha sido 4,8 grados más caluroso de lo normal y que los próximos meses seguirán teniendo temperaturas altas y no acordes con la época del año. A este paso, no descartemos estar comiendo turrón (o el alimento hipercalórico de elección) con unas sandalias compradas en Vinted.
La desesperación climática es tal que las personas que acostumbramos a comprar velas y a poner todas las películas de la saga Crepúsculo cuando las temperaturas bajan de los 20 grados seguimos esperando, impacientes, a que el otoño caiga de golpe. No tiene sentido ver cómo Bella Swan (interpretada por Kristen Stewart) se rompe de dolor por Edward (Robert Pattinson), su crush con colmillos, cuando en la calle el sol derrite los helados y es imposible salir con una chaquetita ligera a mediodía.
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La lluvia fantasmagórica, las hojas que rozan el asfalto tras abandonar su árbol, la banda sonora de chica indie con tendencia (internáutica) depresiva, la escucha en bucle de los discos folklore y evermore de Taylor Swift, las bebidas temáticas de cierta cadena capitalista de bebidas con cafeína. Las personas adictas al sabotaje otoñal vivimos con cierta desdicha la paulatina desaparición de una época en la que puedes renegar de los planes sociales para quedarte en casa apostando por la relación de un vampiro y una humana (escuetamente fría). Son un confort, un escape, un momento de respiro y de desconexión ante una coyuntura que convierte la ansiedad en rutina y la desgracia en noticia viral.
El maratón de las películas que se convirtieron en un fenómeno adolescente (y que catapultaron la carrera de sus protagonistas) no sólo es un refugio mental (como en su momento podía serlo el ya difunto Sálvame), sino una tradición que irrumpe en la vida de los que queremos disfrutar de un té caliente y una narrativa quasi tóxica que anuncia la llegada de los meses invernales.
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