La belleza de la semana: las flores más hermosas del arte

La gran mayoría de los artistas plásticos —desde Vincent van Gogh y Georgia O’Keeffe— han pintado en sus lienzos aquellos objetos naturales que crecen a la luz del sol. En esta nota, un recorrido por grandes obras

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La belleza de la semana: las flores más hermosas del arte
La belleza de la semana: las flores más hermosas del arte

“Donde florecen las flores, hay esperanza”, decía Claudia Taylor Johnson, apodada “Lady Bird”, quien fue la Primera Dama de Estados Unidos en los sesenta. En muchas fotos se la puede ver delante de un jardín colorido, siempre con una sonrisa en la boca. ¿Será por eso que en el arte siempre hay flores?

Si dejamos la belleza de lado por un segundo, hay una función específica: producir semillas a través de la reproducción sexual. Para las plantas, es el principal medio a través del cual las especies se perpetúan y se propagan. Pero cuando hablamos de flores, lo que verdaderamente nos importa es otra cosa: su encanto.

Hace más de cinco milenios que cultivamos diferentes especies para que nos provean flores. Hoy, ese arte se ha transformado en una industria en continua expansión: la floricultura. Hay todo un simbolismo en esos pequeños y delicados objetos naturales. Son parte esencial de las diferentes culturas.

"Los Girasoles" de Vincent van Gogh
"Los Girasoles" de Vincent van Gogh

Empecemos por un clásico: Los girasoles de Vincent van Gogh. El cuadro más conocido de esta serie es el que hizo en 1888, un óleo sobre lienzo de 93 centímetros de alto y 72 de ancho que hoy está en la Neue Pinakothek de Múnich, Alemania. Pero son más, varios más, pintados entre agosto de ese año y enero del siguiente.

Hay algo enigmático y asombroso en esta obra, lo cual tiene su explicación: el fascinante color se debe a que usó el amarillo de cromo o cromato de plomo para ese amarillo en los girasoles, pigmento cuya descomposición por efecto de la exposición a la luz hace que pase de ese brillante original a un tono pardo verdoso.

Hay una referencia del propio Van Gogh en una carta a su hermano Theo: Con la esperanza de llegar a vivir con Gauguin en nuestro estudio, quiero pintar una serie de cuadros (...) Trabajo todos los días desde que sale el sol. Porque las flores se marchitan enseguida y hay que pintarlo todo de una vez”.

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“Las flores amarillas”, de Henri Matisse
“Las flores amarillas”, de Henri Matisse

Henri Matisse fue un genio conocido por su uso del color y por su empleo original y fluido del dibujo. Y en sus cuadros con flores eso se ve. Fue él quien dijo: “Siempre hay flores para aquellos que quieren verlas”. Y así dejó una gran porción de su enorme de producción con esas bellezas de la naturaleza.

Las flores amarillas es un buen ejemplo. Pintado en 1902, este óleo sobre lienzo se encuentra en el Museo Thyssen-Bornemisza, en Madrid. Según su biógrafa, Hilary Spurling, forma parte de “una serie de composiciones de flores, pequeñas, ramos baratos (...) pintados con los colores apagados de su paleta de juventud”.

¿Y qué vemos en esta obra? Esos pétalos en el centro de la escena de un intenso color amarillo concentran toda la atención: son gigantescas manchas que hacen que todo su alrededor se diluya. La composición es bellísima e intrigante: en el espejo, el ramo se simplifica sin perder su potencia cautivante.

"Jimson Weed / White Flower No.1", de Georgia O’Keeffe
"Jimson Weed / White Flower No.1", de Georgia O’Keeffe

Georgia O’Keeffe le ha hecho zoom a las flores y en ese gesto, en ese movimiento, ha descubierto una esencia. Sus célebres pinturas de flores enormes, voluptuosas, eróticas, llegan en la década del veinte. Para muchos es el punto clave para pensar la relación entre su obra y el feminismo.

Jimson Weed / White Flower No.1 es un buen ejemplo. La floración de la hierba Jimson, originaria de Nuevo México, la consiguió en el patio de su casa en Abiquiu. Luego la pintó desde diversos enfoques. En 2014 el cuadro se vendió por $ 44.4 millones en una subasta, lo que convirtió a O’Keeffe en la artista mujer mejor cotizada.

La pintura revela además la profunda influencia que O’Keeffe tomó de la fotografía modernista, su preocupación por el estudio de la forma, el uso de primeros planos o la ampliación y el recorte (cropping), una práctica que llegó por su relación profesional y personal con Stieglitz, así como sus amistades cercanas con otros fotógrafos.

“Flora” (1589), de Giuseppe Arcimboldo
“Flora” (1589), de Giuseppe Arcimboldo

Otro cuadro y desde otro enfoque bien distinto: Flora, una de las mejores obras de Giuseppe Arcimboldo, que representa a la diosa de las flores, los jardines y la primavera, y forma una especie de pareja con otra obra suya: Flora Meretrix. Pintado a los 62 años, en 1859, el cuadro está en una colección privada.

Tras su muerte, su obra cayó en olvido durante los siglos siguientes. Hubo mucho imitadores de su original estilo —representaciones del rostro humano a partir de flores, frutas, plantas, animales y objetos—, así como también se cree que se perdió gran parte de su trabajo. Hoy solo hay 25 pinturas auténticas de Arcimboldo.

Arcimboldo pinta a través de una diversidad figurativa de flores, cogollos, tallos y hojas el rostro femenino con una interesante escala cromática y detalles muy esmerados. Es, además, una anticipación del bodegón, género barroco donde se plasman banquetes y naturaleza muerta, popularizado en los dos siglos siguientes.

“Las rosas de Heliogábalo” del holandés Lawrence Alma-Tadema
“Las rosas de Heliogábalo” del holandés Lawrence Alma-Tadema

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En la colección privada de Pérez Simón hay una obra que fascina: Las rosas de Heliogábalo del holandés Lawrence Alma-Tadema. Pintado en 1888, el cuadro se basa en un episodio, probablemente inventado, de Heliogábalo, un sacerdote romano, emperador de la dinastía Severa que reinó desde 218 hasta 222.

Según cuenta la leyenda, Heliogábalo quería agasajar a sus invitados en una gran fiesta que había realizado. Entonces mandó a arrojar por sorpresa una enorme cantidad de pétalos de rosas y violetas: al principio fue divertido, bello, sensual, pero luego la cosa cambió: algunos murieron asfixiados.

“Crisantemos en un florero” de Henri Fantin-Latour
“Crisantemos en un florero” de Henri Fantin-Latour

Después de la fama, de vagar por salones y bares, Fantin-Latour se fue al campo. Una casa en las afueras, bien afueras, de París, donde se había criado su esposa. Ahí, en ese lugar, se dedicó a pintar flores durante treinta años. Se sentaba en el jardín de su casa y pasaba horas frente a esas bellezas que crecían a la luz del sol.

Crisantemos en un florero de Henri Fantin-Latour es uno de esos cuadros simples, sencillos, pero eficaces. Un óleo sobre lienzo pequeño, también del Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid, que provoca la admiración de cualquiera. ¿Por qué? Flores preciosas. Solo hace falta mirarlo por unos cuantos segundos.

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