“La guerra del fuego”, Beatriz Sarlo adelantada a su tiempo y un debate por el lenguaje

Cuando todavía resuenan los ecos del anuncio de la ministra de Educación de Buenos Aires, es posible pensar de dónde viene el habla en los seres humanos, cuánto se ha dicho y opinado en estos días y cómo la ensayista porteña propuso usar la “e” en un texto que data de 1985

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¿Cómo comenzó el primer ser humano a hablar? ¿Fue un acontecimiento individual producido por una persona en cuyo organismo se produjo una mutación genética o se trató de una evolución comunitaria, simultánea a la de otras grupos en determinada época de la evolución? Es una pregunta cuya respuesta es necesariamente novelesca: el lenguaje es la adquisición humana por excelencia, lo que separa a nuestra especie de otras especies animales. Desde el origen primate hasta la evolución homínida más cercana al homo sapiens sapiens (etapa de la evolución en la que nos encontramos, salvo –dicen las revistas del corazón– algunos niños índigos, que están ya en un plano superior) hubo un momento en que la estructuración cerebral, mediante un salto genético, permitió que sectores de su corteza alberguen elementos neurocognitivos preparados para alojar estructuras discursivas.

¿Cómo sería aquella primera persona que comenzaría a expresar vocalmente el pensamiento mientras alrededor suyo nadie poseía esa capacidad? ¡Qué momento de soledad! Luego, el poseedor del habla transmitiría genéticamente esa cualidad y así el habla comenzaría a ser parte integrante de la especie humana. Pero aquel momento de soledad… Otra teoría señala la necesidad de la mujer de no tener cargado a su bebé constantemente (los homínidos habían podido construir herramientas y darse tareas comunitarias en las que las mujeres participaban de la recolección y otras actividades), lo que las llevaba al acto de depositar al niño en el suelo. Para evitar el miedo del bebé, esa madre establecía con su niño un sistema de comunicación de señas, movimientos, sonidos… ¡y luego palabras! Y así comenzaba todo.

¿Y si la persona del salto evolutivo –que Noam Chomsky dice que podría haber sucedido 100 mil años atrás– fuera aquella mujer y el comienzo del lenguaje humano hubieran sido aquellas primeras comunicaciones entre una madre y su bebé, que por transición genética la hubiera comprendido? Una primera mujer que habla y solamente puede hacerlo con su retoño. Es una muy linda imagen: algún escritor debería convertirla en cuento. Dicho esto, por si no la vieron, deberían buscar en la web La guerra del fuego, de Jean Jacques Annaud, una película francesa de 1982 que retrata a una tribu de homínidos con un lenguaje muy primitivo que se lanza en busca del fuego cuando este se apaga en su comunidad y atraviesas aventuras, pasiones, violencia entre palabras onomatopéyicas hasta que llegan a otra tribu más evolucionada con un habla más estructurada –y que posee el fuego–. Mírenla porque es maravillosa a pesar de que todo es gutural a lo largo de la cinta. ¡La película es francesa pero no tiene ni una palabra en francés! Créase o no.

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No hay nada bueno en la prohibición de manifestaciones socioculturales –o culturales a secas– por parte del Estado, sin embargo se podría señalar que, a partir del veto al lenguaje inclusivo en las escuelas por parte de la ministra porteña de Educación Soledad Acuña, la discusión en torno al lenguaje hablado, la lengua y el discurso tuvo amplio alcance e intervenciones de todo tipo, algunas de ellas interesantes, sobre una cuestión que desvive a especialistas y teóricos lingüísticos. Un grupo amplio de escritores y escritoras, entre quienes se encuentran Claudia Piñeiro, Mariana Enríquez, Sergio Olguín, Guillermo Martínez y artistas como Mercedes Morán o Cecilia Roth, entre otros, se manifestó en contra de la prohibición del inclusivo y señaló que ”en una comunidad con carencias y déficits de toda índole, una política educativa sea la prohibición de la libre expresión es, como mínimo, muy preocupante”. Por su parte, intelectuales como José Emilio Burucúa, Diana Cohen Agrest, Luis Alberto Romero, María Sáenz Quesada y Gustavo Zorzoli, entre otros, apoyaron la medida de la ministra Acuña: “Es inaceptable que la escuela, que tiene por función la transmisión de lo excelente de la cultura, permita estas deformaciones que implican, además, una confusión de ámbitos, introduciendo en el aula registros del habla que corresponden a la calle, a grupos o a modas pasajeras”, señalan.

El escritor Martín Kohan –a quien nadie podría tachar de “prohibicionista” u “oscurantista”– planteó, en charla con la periodista María O’Donnell en el programa De acá en más, su mirada sobre el llamado lenguaje inclusivo: “La ‘e’ no ha surgido del uso y no tiene la dinámica del uso. Si la tuviese no estaríamos dando tantas vueltas. Viene de una determinación –en la intención y en el propósito político, honesto–, pero tiene las trabas y las dificultades de una transformación de la lengua que no proviene estrictamente de la dinámica del uso, es decir, se le está tratando de transferir al uso, pero no proviene de la dinámica del uso”, dijo.

(Martín Rosenzveig)
(Martín Rosenzveig)

Un documento llamado “¿Qué dice la lingüística sobre el lenguaje inclusivo?”, firmado por varios lingüistas del Conicet, señala algunas conclusiones interesantes para el debate. Por un lado, cita estudios que demuestran que el “inclusivo” no perturba la comprensión del lenguaje, principal objeción de la prohibición de la ministra Acuña. Por otro lado, señala que un estudio demuestra que en ciertos ámbitos el uso del “inclusivo” remite a “solo 4 palabras (que) reúnen el 74% de usos inclusivos (con -e, -x, etc.): todes, amigues, elles y chiques”. Otro más indica que “por el momento se trata claramente de un fenómeno discursivo, de uso más o menos consciente del lenguaje”. Claramente no se trata de un fenómeno social masivo y que incluso los sectores que lo propugnan aún no han ganado a la práctica del inclusivo a quienes ven con buenos ojos y se solidarizan con el planteamiento (que tiene como base no invisibilizar a la mujer en el género discursivo marcado o a los sectores que se reconocen genéricamente no binarios).

Como dice Martín Kohan, no se trata aún de un fenómeno de habla (salvo para ciertos colectivos). Se podrá decir que todo comienza por algún lado, y así es. También es cierto que la declinación de género que actualmente subyace en la lengua rioplatense, y en la lengua española en general, todavía mantiene una estructura masculino-femenina y que así se reproduce en los procesos neurolingüísticos que permiten al bebé transformarse en un ser hablante en términos temporarios veloces. La gramática del español se aloja en las estructuras neuronales del hablante del español (o del rioplatense) y esto permite una rápida interrelación social del niño con los otros hablantes de la comunidad. Una transformación gramatical que modifique a la comunidad hablante con la incorporación de una declinación de género “neutra” debería tener un espejo en la estructura neurolingüística del cerebro y esa modificación requeriría algunas generaciones. Pero, claro, nada debería impedir el uso del “inclusivo” para aquellos que quieran sostener esa forma discursiva cuyo objetivo es desinvibilizar a géneros no nombrados, y menos un hecho cultural de estas características debería ser prohibido por el Estado a docentes ni a cualquier hijo o hija de vecino o de vecina.

(Franco Fafasuli)
(Franco Fafasuli)

Beatriz Sarlo viaja en el tiempo. La particularidad espacio-temporal de la ensayista era un secreto a voces que la discusión acerca del inclusivo puso sobre el tapete público. Y entonces su superpoder se hizo público. Vamos paso por paso. Es conocida la posición de Sarlo acerca del debate sobre el inclusivo. En un debate realizado en 2019 con Santiago Kalinowski, director del departamento de Investigaciones Lingüísticas de la Academia Argentina de Letras, sobre el tema en cuestión, Sarlo señaló: “No me molesta el riesgo, sino la imposición. Como hablante y escribiente del español rioplatense me afecta del inclusivo la imposición; no acepté imposiciones lingüísticas desde muy joven, soy de la generación que empezó a decir: ‘boluda, boluda’ desde tercer grado de la escuela primaria, no acepté esas imposiciones lingüísticas y acepté otras, en la política, por ejemplo. Por tanto la imposición me resulta un forzamiento, y en el caso de la lengua, un forzamiento fuerte. La lengua va cambiando con otros ritmos”. (El debate entero fue publicado por Ediciones Godot en el libro La lengua en disputa).

Más recientemente, señaló: “Las palabras no están en manos de las academias, más bien sistematizan esas órdenes. Se ha convertido en una batalla simbólica más que la de quien esté interesado en la batalla. No me opongo ni apoyo eso, me parece inútil”. ¿Y el viaje en el tiempo? Aquí vamos, no desesperéis. Hace poco se editó el libro Clases de literatura argentina (Siglo XXI Editores), que reúne varias presentaciones de Sarlo al frente de su cátedra de Literatura Argentina en la UBA, al cuidado de Sylvia Saitta, que recuperó desgrabaciones, ordenó y puso a disposición del público. En las clases del 27 y 30 de mayo de 1985 sobre Operación masacre, de Rodolfo Walsh, Sarlo analiza el libro, y enfatiza, un tópico poco revisado en los estudios literarios locales, que es el ocultamiento del papel de Enriqueta Muñiz como coinvestigadora de los fusilamientos clandestinos en José León Suárez el 9 de junio de 1956, investigación que dio lugar al clásico de Walsh. Enriqueta Muñiz es ciertamente mencionada por Walsh, que dice: “Desde el principio está conmigo una muchacha que es periodista, se llama Enriqueta Muñiz, se juega entera. Es difícil hacerle justicia en unas pocas líneas. Simplemente quiero decir que si en algún lugar de este libro escribo ‘hice’, ‘fui’, ‘descubrí’, debe entenderse’ ‘hicimos’, ’fuimos’, ‘descubrimos’”. Luego de ese párrafo, la figura y el nombre de Enriqueta Muñiz no vuelven a aparecer. Dice Sarlo (y recupera Saitta) que no plantea una crítica a Walsh por el no uso del plural de primera persona en la narración que hubiera incluido a Muñiz, sino que intenta explicar el texto: “Creo que en 1957 habría sido un acto impensable en la sociedad argentina que un hombre escribiera de otra manera, que escribiera diciendo ‘nosotros dos’, o que, en lugar de decir ‘nosotros’ hubiera dicho ‘nosotres’, poniendo la resolución de ambos sexos en un solo pronombre”. ¿Fue Beatriz Sarlo la inventora argentina del pronombre inclusivo “nosotres” en 1985, 37 años antes de los debates de hoy? Los historiadores del futuro se pronunciarán al respecto.

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Los feriados extra-large son buenas oportunidades para la recreación y los consumos culturales. Desde libros, películas, series a obras teatrales, recitales, conciertos, exposiciones y más. Gracias a los patriotas Güemes y Belgrano tenemos cuatro días ininterrumpidos para disfrutar. Paul Lafargue era el yerno de Karl Marx. Un personaje de esos excepcionales de la historia. Nacido de padre francés en Cuba (cuando era una colonia española), volvió de niño a Europa, a Francia, donde estudió Medicina y comenzó a rondar las ideas anarquistas. Pronto fue expulsado de la universidad por su actividad política y se radicó en Londres para continuar sus estudios. Allí conoció a Marx y, claro, a su hija Laura. El flechazo fue doble: el intelectual y político con Karl y el amoroso con Laura. Cumplió tareas para la Primera Internacional en España, participó del alzamiento conocido como La comuna de París, primer gobierno obrero de la historia, y luego de la muerte de su suegro, continuó su actividad internacionalista en España bajo la supervisión directa de Friederich Engels. Amaba a Laura Marx. Ella también lo amaba. Tanto que ninguno de ellos podía imaginar al mundo sin la existencia del otro. En 1911 ambos se suicidaron inyectándose veneno. Era una decisión previa que habían tomado y refrendado: morirían al mismo tiempo antes de convertirse en una carga para el otro en la plenitud misma de su amor. Todo esto para decir que Lafargue escribió el clásico El derecho a la pereza, libro en el que demuestra que el caos económico en el que se encuentra la sociedad permite que exista una minoría privilegiada que vive del trabajo ajeno y que para optimizar esas ganancias se exprime más y más la fuerza del trabajador. Lafargue demuestra que no solo es recomendable un espacio para el ocio, sino que los que viven de su trabajo tienen también derecho a la pereza. Al dolce far niente. Fin de semana largo. A aprovechar.

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