La hora más importante de Biden

Su viaje y compromiso con Israel muestra la decisión que el presidente de los Estados Unidos tiene, frente a las críticas de la extrema izquierda y la derecha

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El presidente de Estados Unidos,
El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, asiste a una reunión con el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, durante su visita a Israel en medio del actual conflicto entre Israel y Hamas, en Tel Aviv, este 18 de octubre de 2023 (Reuters)

Esta columna no siempre abunda en elogios para el Presidente Biden y su administración. La de esta semana es una excepción.

El 8 de octubre, el día después de la mayor atrocidad en la historia judía desde Auschwitz y Bergen-Belsen, los judíos de Israel y la diáspora se despertaron sin un líder. El primer ministro de Israel nunca ha sido, en un sentido formal, el líder de los judíos, ni siquiera cuando el cargo lo ocupaban personas mucho más dignas que Benjamin Netanyahu.

Pero el primer ministro tiene el trabajo más importante en el mundo judío, que es garantizar que Israel sea un refugio seguro para la vida judía. El pueblo judío tiene larga memoria; pase lo que pase, Netanyahu será recordado, irrevocablemente, como el hombre que fracasó, no trágicamente, ni mucho menos heroicamente, sino de forma egoísta, arrogante, despreciable. Mantiene la autoridad política, pero carece de autoridad moral. No puedo imaginar un futuro para él o para su gabinete de fanfarrones y aduladores, excepto en el exilio, en recintos amurallados o en celdas de prisión.

Biden entró en el vacío. He leído, probablemente ya media docena de veces, su discurso del 10 de octubre sobre las masacres. Por su claridad moral, su fuerza emocional y su franqueza política, merece un lugar en cualquier antología de la gran retórica estadounidense. Sin equívocos, sin los tópicos y evasivas que caracterizaron tantas declaraciones institucionales sobre el asalto, el presidente dijo lo que los judíos necesitaban oír desesperadamente.

Que las masacres fueron “maldad pura y dura”. Que “no hay excusa” para lo que hizo Hamas. Que Israel tiene un “deber” afirmativo de defenderse, no simplemente un “derecho” pasivo. Que Estados Unidos cumplirá su compromiso con un Estado judío no con débiles declaraciones de solidaridad, sino con el uso de la fuerza militar. Pocos días después, en una entrevista con “60 Minutes”, calificó el asalto de “barbarie tan consecuente como el Holocausto”.

Necesitamos líderes políticos que mantengan la capacidad de llamar a la barbarie por su nombre y que se comprometan a derrotarla. Lo necesitamos especialmente en la izquierda política, ciertos rincones de la cual esperaron sólo unos días antes de volver a su programa habitual de denunciar a Israel por sus supuestos o anticipados crímenes de guerra. Son los mismos que a veces fingen creer en el derecho de Israel a la autodefensa pero no ofrecen ninguna estrategia plausible sobre cómo Israel puede ejercerlo contra un enemigo terrorista que se esconde detrás de civiles.

También necesitamos el liderazgo de Biden dado el vacío moral de la derecha. Pasé los años de la presidencia de Donald Trump siendo acosado por cierto tipo de conservador judío que insistía en que Israel nunca había tenido un mejor amigo en la Casa Blanca. Hoy, Trump tiene una opinión menos favorable de Netanyahu, menos por su fallida actuación que porque no puede perdonar al primer ministro que llamara a Biden en 2020 para felicitarle por su victoria. Cuatro días después de los atentados de Hamas, Trump también calificó a Hezbollah, sin reproches, de “muy inteligente.” Sobre Vladimir Putin, dijo: “Me llevé muy bien con él”.

Muy bien. Muy inteligente. El favorito republicano.

Ahora Biden va a Israel. Es un viaje valiente, incluso para un presidente con su vasto aparato de seguridad, dado que los cohetes de Hamas siguen cayendo indiscriminadamente sobre Israel y que un segundo frente con Hezbollah podría abrirse en cualquier momento. Es casi seguro que hará lo que mejor sabe hacer: consolar a los afligidos y desamparados, infundir valor a los que tienen miedo. Esto es arte de estadista frente a la oposición de extrema izquierda y las incesantes críticas de la derecha. Es el mejor momento del Presidente.

He visto algunas críticas en el sentido de que el propósito oculto del viaje es que Biden abrace de cerca a Israel para poder detener su mano, o al menos ralentizarla. Lo dudo, ya que en su entrevista en “60 Minutes” no pudo ser más claro al afirmar que Hamas tendría que ser eliminada por completo, aunque también es necesario que haya un camino hacia un Estado palestino. Ese camino es largo, pero Biden tiene razón en lo esencial: lo primero es la condición previa básica para lo segundo. Ningún dirigente israelí puede permitir jamás la existencia de un Estado palestino si un grupo como Hamas tiene la más mínima posibilidad de hacerse con el poder.

Espero que Biden advierta al gabinete de guerra israelí que una campaña militar que concluya con una ocupación israelí de Gaza a largo plazo sería una victoria pírrica. Espero que los israelíes respondan que no se les puede pedir que eliminen a Hamas como actor militar y político dominante de Gaza sin la cooperación de Estados Unidos y de los regímenes árabes moderados, especialmente Egipto. No se trata de una confrontación; es un diálogo potencialmente fructífero que funcionará mucho mejor una vez que Netanyahu esté fuera del poder y no pueda anteponer sus necesidades personales al interés nacional.

También espero que el liderazgo de Biden pueda recordar a la izquierda decente -y a lo que queda de una derecha decente- cómo es el liderazgo moral estadounidense. Estar al lado de nuestros aliados y apoyar a nuestros amigos. Ver a nuestros enemigos por lo que son y tratarlos en consecuencia. Recordarnos a nosotros mismos que, tal y como nos ven los demás, así deberíamos vernos nosotros: como la última esperanza de la Tierra.

* Nota publicada originalmente en The New York Times.-