
Durante siglos, Mdina guardó sus secretos tras gruesas murallas y un silencio que la distingue de cualquier otra ciudad maltesa. Allí donde los motores están prohibidos y la piedra parece susurrar historias antiguas, la Ciudad del Silencio fue elegida tanto por nobles y conquistadores como por directores de cine.
Los orígenes: tiempos prehistóricos, fenicios y romanos
La historia de Mdina se remonta a los primeros pobladores de Malta, quienes ocuparon la colina central por su ubicación estratégica hace más de 4.000 años. Según National Geographic, los fenicios fueron los primeros en desarrollar el área alrededor del siglo VIII a.C., transformándola en un núcleo fortificado que permitía controlar las rutas interiores de la isla y protegerse de las amenazas externas.
La ciudad fue conocida originalmente como Melite, y durante la época romana se transformó en el principal centro administrativo y social de Malta.

El dominio romano impulsó la construcción de templos, palacios y sistemas de abastecimiento de agua. The Mirror resalta que durante este período se instituyó un diseño urbano ordenado y sofisticado, y que la figura histórica de Publio, gobernador romano de la isla, asentó aquí la sede de poder, recibiendo incluso al apóstol Pablo, según la tradición local.
La huella árabe: un laberinto de piedra y el origen de su nombre
La entrada de los árabes en el siglo IX marcó un giro estilístico y cultural fundamental. Fueron estos conquistadores quienes otorgaron a la ciudad el nombre de Mdina —variación del término árabe “medina”, es decir, “ciudad”— y rediseñaron el laberíntico interior que aún sobrevive.
National Geographic subraya que la reorganización de sus callejones y la mejora de los sistemas de almacenamiento de agua convirtieron a Mdina en una fortaleza autosuficiente, capaz de resistir meses de asedio y altas temperaturas estivales.
Los árabes no solo redefinieron la edificación y el trazado urbano, sino que aportaron aspectos fundamentales a la cultura local. Introdujeron técnicas de irrigación, influyeron en las costumbres cotidianas e impregnaron el habla y los nombres propios del lugar. Incluso con la llegada posterior de los normandos y otros conquistadores europeos, la impronta árabe continuó moldeando la esencia de Mdina como ciudad cerrada y de tránsito limitado.

Capital noble, murallas reforzadas y el auge medieval
Mdina floreció como núcleo de poder político y aristocrático a lo largo de la Edad Media. Con la progresiva llegada de normandos, aragoneses y, finalmente, de los caballeros de la Orden de San Juan en el siglo XVI, la ciudad vivió un periodo de construcción monumental.
La transformación más drástica llegó en 1571: tras el asedio otomano y la construcción de La Valeta, la capitalidad fue trasladada, y el pulso de Mdina se ralentizó. Pese a esta relativa decadencia, la ciudad mantuvo su importancia simbólica y social como refugio de la nobleza y guardiana de la memoria insular.
El surgimiento de la Ciudad del Silencio: costumbres y una identidad forjada en piedra
A lo largo del siglo XX, la población de Mdina se redujo a unos 250 habitantes y se institucionalizó una política de protección: la circulación de vehículos particulares se prohibió dentro de las murallas, una medida que, junto con la escaza cantidad de residencias permanentes, consolidó la atmósfera de silencio. El eco de pasos, el sonido de los carruajes turísticos y el tañido de las campanas sustituyeron el bullicio urbano y permitieron que la ciudad preservara su carácter único.
La vida diaria transcurre entre palacios convertidos en museos, comercios tradicionales y templos monumentales, como la Catedral de San Pablo, edificada según la tradición sobre la residencia de Publio.

Mdina en el cine: de la postal histórica a la pantalla internacional
La fotogenia de Mdina no pasó desapercibida para la industria audiovisual. Como resalta The Mirror, el éxito internacional llegó cuando la Puerta de Mdina y la Plaza Mesquita fueron elegidas para ambientar lo que sería Desembarco del Rey en la primera temporada de Game of Thrones.
Las murallas, callejones y plazas sirvieron de telón de fondo para escenas memorables, y la repercusión fue inmediata: turistas y fanáticos de la serie comenzaron a peregrinar hacia la ciudad para caminar por las mismas piedras que los protagonistas de la saga.
Antes del fenómeno de HBO, Mdina había recibido producciones como Gladiator, Troya y Popeye (1980). National Geographic destaca que el clima, la luz natural y la preservación de las fachadas históricas fueron factores decisivos para que el cine y la televisión apostaran por la ciudad.
Lejos de distorsionar su esencia, la llegada de las cámaras llevó al mundo la imagen intacta de calles sin autos, patios secretos y palacios preservados. En la actualidad, Mdina mantiene el equilibrio entre la conservación y la apertura al mundo. El flujo de visitantes es constante, pero está regulado, y su “silencio obligado” sigue siendo respetado como una joya única en el contexto mediterráneo.
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