
A principios del siglo XX, el etnógrafo y médico estadounidense William Henry Furness III realizó una travesía que lo llevó a las Islas Carolinas, específicamente a la pequeña isla de Yap. Este remoto territorio era, según sus propias palabras, apenas un punto en los mapas escolares, desconectado casi por completo del llamado “mundo civilizado”.
Con barcos de vapor que llegaban rara vez y una geografía aislada en Oceanía, Furness planeó pasar dos meses entre sus habitantes en 1903, explorando una cultura marcada por prácticas económicas y sociales sorprendentes.
Durante su estadía, Furness se fascinó especialmente con el sistema monetario tradicional de Yap: las piedras rai. Estas piezas de aragonita, una variedad de piedra caliza que puede brillar bajo la luz, fueron durante siglos la singular moneda de la isla.
Extraídas y talladas en Babelthuap, a 400 kilómetros al sur en las islas Palaos, las piedras rai eran transportadas por marinos y artesanos locales en canoas a lo largo de peligrosos trayectos oceánicos.

El esfuerzo invertido en su traslado era monumental, así como el tamaño de algunas: variaban desde un kilo hasta varias toneladas y llegaban a adoptar formas circulares con un agujero central, facilitando su manipulación.
La historia y reputación de estas piedras desempeñaban un papel clave en su valor. Eran comisionadas por jefes tribales y su legitimidad se establecía valiéndose de otro sistema monetario más antiguo, el yar, constituido por conchas de perla. El trabajo arduo de extracción, el peligroso viaje y la calidad de la talla determinaban su importancia y su precio.
Sin embargo, el uso de las piedras rai iba más allá de la simple función de intercambio: en muchas ocasiones, cuando una era demasiado grande para moverla físicamente, la propiedad se transfería de manera abstracta. Así, la comunidad reconocía la posesión sin necesidad de transportar la piedra; en algunos casos, el bien ni siquiera estaba en la isla, como relató Furness respecto a una piedra perdida en el fondo del mar, cuyo valor seguía intacto para todos.
La llegada del aventurero David O’Keefe en el siglo XIX transformó de manera inesperada la economía de Yap. O’Keefe, al darse cuenta del alto valor social de las piedras rai, comenzó a utilizar tecnología moderna como barcos de vapor y dinamita para extraer y transportar más fácilmente estas piedras.

Así, introdujo en Yap piedras de mayor tamaño y producción más rápida, pero que carecían de historia cultural y del respaldo de los jefes tribales. El resultado fue una inflación inédita causada por la sobreoferta de la moneda, ya que el aumento de piedras nuevas restó valor a las ya existentes, al no estar acompañadas del componente simbólico que sustentaba su importancia.
De este modo, la función de las piedras rai en la sociedad yapense era mucho más profunda que la de simple dinero. No solo operaban como objeto de intercambio, sino que se integraban en el tejido social, evocando episodios de dotes matrimoniales, acuerdos de guerra, regalos diplomáticos e, incluso, peticiones de disculpa.
La riqueza y el prestigio de una familia o comunidad dependían tanto de la memoria colectiva acerca de la propiedad de las piedras como del hecho de poseer físicamente el objeto. En una comunidad donde todos sabían a quién pertenecía cada rai, la transferencia de valor dependía del reconocimiento compartido.
Un episodio particular durante la administración alemana resumió el poder simbólico y social de este sistema monetario. Cuando los colonos alemanes mandaron reparar los senderos de coral y los lugareños desobedecieron reiteradamente, el gobierno impuso una multa muy singular: marcó con una cruz negra las piedras más valiosas de cada distrito como señal de embargo.

El simple acto de marcar estas monedas, privando simbólicamente de su valor a las comunidades, fue suficiente para que los habitantes cumplieran la orden con celeridad. Una vez concluidos los trabajos, las marcas se eliminaron y las piedras recuperaron automáticamente su estatus y valor.
Décadas más tarde, el economista laureado Milton Friedman tomó el caso de las piedras rai como una parábola clave sobre la naturaleza del dinero. Comparó la confianza colectiva y la “posesión abstracta” de estos discos de piedra con prácticas modernas, como las transferencias de oro entre bancos centrales, donde nada se mueve físicamente, pero el valor cambia de manos mediante registros o marcas simbólicas.
Para Friedman, tanto en Yap como en las economías contemporáneas, el dinero es sobre todo una construcción basada en la fe colectiva y el acuerdo social, más allá de la materialidad de las reservas o riquezas.

La llegada del dólar estadounidense a Yap durante la administración de Estados Unidos en el siglo XX llevó a que los intercambios cotidianos usaran la moneda internacional. Sin embargo, las piedras rai no desaparecieron de la vida de la isla: siguieron empleándose en acuerdos y ceremonias importantes, permaneciendo en la memoria comunitaria como símbolo de estatus y herencia ancestral.
Este fenómeno halló un eco inesperado en el siglo XXI, cuando la aparición del Bitcoin impulsó un sistema de confianza basado no en la memoria oral, sino en registros digitales descentralizados.
Así, tanto las piedras rai como las criptomonedas muestran que el valor del dinero es, fundamentalmente, una cuestión de consenso comunal, ya sea sostenido por la tradición y la memoria o por la tecnología y los algoritmos.
Más de un siglo después, la enigmática economía de Yap sigue suscitando reflexiones sobre los cimientos de la riqueza y del intercambio.
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