
Desde hace unos 20 meses, el doctor Evgueni Riabkov ve desfilar a los enfermos de COVID-19 que mueren en su hospital de Moscú, enfrentada como toda Rusia a una nueva ola de la epidemia. En sus últimos instantes, muchos lamentan no haberse vacunado.
“Habitualmente buscan excusas, dicen que querían hacerlo mañana”, cuenta el médico a la AFP en una visita este miércoles a su unidad COVID en el Instituto Sklifosovski, en el centro de la capital rusa. “Por desgracia, mañana es tarde”, agrega.
Estas últimas semanas, el aumento de los contagios y de los muertos de COVID ha vuelto a ser dramático en Rusia, con récords diarios en torno a los 1.000 decesos.
El país ha contabilizado hasta el momento unos 230.000 muertos a raíz del coronavirus, según cifras del gobierno. Pero este balance subestima el verdadero alcance de la pandemia. La agencia rusa de estadísticas Rosstat registraba más de 400.000 decesos a fines de agosto.


Enfrentadas a una cuarta ola de el verano boreal impulsada por la variante delta, las autoridades tardaron en reaccionar. El miércoles, el presidente Vladimir Putin ordenó finalmente una semana no laboral para principios de noviembre para intentar frenar la pandemia.
Pero los poderes públicos continúan negándose por ahora a medidas más restrictivas, como un confinamiento, por temor a debilitar la economía. En las calles de Moscú, por lejos el principal foco epidémico del país, los bares y los restaurantes siguen abiertos y el uso de las mascarilla es poco respetado y poco controlado.
En cuanto a la vacunación, avanza con mucha lentitud a raíz de la tradicional desconfianza de los rusos. Menos de un tercio de la población está vacunado, según el portal especializado Gogov.
Ganas de llorar
Frente a todo esto, el doctor Evgueni Riabkov no oculta su frustración. “Si doy una vuelta en auto, veo gente sin mascarillas que se divierte, viejos y jóvenes. Esto me exaspera porque trabajo para ellos. Desgraciadamente no entienden”, dice este doctor de 54 años. “En esos casos, tengo ganas de llorar”, agrega este hombre que ha perdido a cinco de sus colegas por el COVID.

Sergey Petrikov, del Instituto Sklifosovsky de Medicina de Emergencia de Moscú, destacó: “La mayoría de los pacientes que llegan a la unidad COVID no están vacunados. El porcentaje de los que están vacunados es muy bajo. Suele ser del 1 al 2 por ciento. Y la mayoría de las veces, estos pacientes enferman más fácilmente que los que están vacunados. La mayor parte del problema proviene de los pacientes no vacunados”.
El jefe del servicio de reanimación del hospital, Alexander Shakotko, está seguro: sólo la vacunación puede vencer a la enfermedad. “Todo el mundo tiene que hacer su parte de responsabilidad social. No estamos en el jardín de infancia para coger a todo el mundo de la mano y vacunar a todos. Desde la infancia vacunamos a nuestros hijos. Y es obligatorio. La historia ha demostrado que si no se vacuna, habrá víctimas mortales. Tenemos que vacunar para vencer ya esta enfermedad”, enfatizó.
Una de sus pacientes, Olga Ryjko, una arquitecta de 51 años, reconoce haber postergado en varias ocasiones su vacunación, a pesar de que no se opone a ella. Ahora está eternamente agradecida a sus médicos. “No estaría aquí si no me hubieran salvado”.


Otros no tuvieron esa suerte. El lunes, una de sus vecinas de habitación murió.
Otro paciente del servicio de reanimación, Anatoli Poliakov, policía jubilado, está allí desde hace dos semanas. Dice que con su mujer esperaban la llegada de una vacuna “más sólida”, y también señala el rol de los medios y líderes mediáticos. “Hubo controversia en los medios de comunicación. hemos estado esperando que aparezca algo brillante que podamos utilizar para nuestra vacunación. Esperamos, esperamos y esperamos. Y aquí está el resultado”, lamenta este hombre de 76 años. Si sale vivo del hospital jura decir “a todo el mundo” que hay que vacunarse cuando antes.

Los médicos de esta unidad COVID, agotados, ya no esperan el final de la pesadilla, una forma de encontrar aún fuerzas para batallar. “Durante las dos primeras olas nos decíamos ‘vamos, hay que resistir todavía un poco más y luego recuperaremos una vida normal’”, recuerda Alexander Shakotko. “Pero ya no pensamos más en eso. Ahora, para nosotros, esto es una vida normal”.
(Con información de AFP)
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